Capítulo 8

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—¿Qué...? ¿Qué hacés? —balbuceé.

Estaba cada vez más consciente, pero mi instinto me decía que tenía que actuar como si aún estuviera muy atontada. Dante se había metido en la bañera. Yo estaba completamente desnuda, sentada en ella, con el chorro de agua caliente aún cayendo en mi cuerpo. Mi cabeza estaba a la altura de su cintura. El bulto que había entre sus piernas parecía más grande y amenazador que nunca.

—Tomá —me dijo Dante, entregándome una enorme esponja de baño en la que ya había frotado el jabón. El agua no tardó en hacer espuma en la esponja—. Limpiate ahí, y en los muslos —ordenó, señalando mi entrepierna expuesta.

¿Ahí?, me pregunté en mi mente. ¿Por qué le importaba que me higienice mi sexo? Claramente era algo que hacía cada vez que me bañaba, no debería hacer falta la aclaración. Estuve tentada de preguntarle por qué me había desnudado y llevado así hasta el baño. Pero, de a poco, la cosa empezaba a cerrarme. Vi en el grifo de la bañera mi tanga colgada. La misma que había usado en la cena con Dante. De pronto él la agarró. Se salió de la ducha, sin molestarse en correr la cortina para que yo dejara de estar al alcance de su vista, y abrió la canilla de la piletita que estaba frente al inodoro. Froté mis muslos con la esponja jabonosa, tratando de terminar de cerrar esa idea que estaba intentando armarse en mi atribulada cabeza. Dante usó el jabón en mi diminuta prenda íntima y sus manos se llenaron de espuma, al igual que la mía. Estaba lavando mi tanga. ¿Por qué?, me pregunté, atormentada. Bien podría haberla puesto en el lavarropas, pero claramente parecía haber cierto disfrute en tener en sus manos la prenda interior que acababa de usar y que... y que había manchado con orina.

—Me hice pis encima, ¿no? —pregunté.

Dante sonrió, tal vez por la manera inocente en que me había expresado. No me respondió, pero no hizo falta que lo hiciera. Recordé que, llegando a casa, me habían entrado unas tremendas ganas de orinar. Luego me dolió mucho la cabeza y finalmente me desmayé. Ahora, mientras frotaba con más intensidad mis muslos que se habían manchado con mi propia orina, estaba claro qué era lo que había pasado. Me había hecho pis encima mientras estaba inconsciente. Dante me desvistió y me llevó a la bañera. Resultaba obvio que era una situación extraña, inusual por no decir anormal. Pero no sabía con certeza en base a qué reprenderlo. ¿Qué tendría que haber hecho? ¿Dejarme tirada en el piso con mi tanga empapada aún puesta? Despertarme en esa situación podría ser incluso más patética que verme en la ducha. Aunque, eso sí, lo de bañarme frente a mi hijo era algo que no terminaba de cerrarme, y sin embargo tampoco atiné a exigirle que me dejara sola. Mi mente estaba cada vez más espabilada, pero aún no razonaba con total claridad.

Ciertamente, ya no sentía esa urgencia en la vejiga, lo cual terminaba por demostrar que la había vaciado mientras estuve inconsciente. Traté de ponerme de pie, pero me di cuenta de que estaba mucho más débil de lo que había imaginado.

—Dicen que es conveniente estar sentado cuando te baja la presión —comentó Dante. Ahora enjuagaba mi tanga. Parecía tener todo el tiempo del mundo para hacerlo. Los movimientos de sus manos eran lentos y delicados, y parecían materializar una infinita paciencia. Y se aseguraba de hurgar en cada milímetro de esa pequeña prenda íntima—. Y en un rato te voy a dar algo salado para que te suba un poco la presión —agregó después—. Si aún así seguís mal, te llevo al médico. Pero primero bañémonos. Esa pelea me hizo transpirar más de la cuenta. Me siento muy sucio.

—¿Bañémonos? —pregunté. Aunque pareció ser apenas un susurro que solo yo oí.

Dante se quitó la ropa interior. Su potente verga saltó al aire como un resorte. No solo era un miembro enorme. También era hermoso. Parecía tener una simetría perfecta y colgaba, levemente hinchado, junto a dos testículos perfectamente depilados, al igual que su pubis. Eso hacía que pareciera incluso más intimidante de lo que ese pedazo de carne ya de por sí era. Me di cuenta de que había sido una ingenua al creer que Jero poseía algo equivalente. La de su amigo era grande, sí. Bastante más que la media. Pero esto...

Los oscuros deseos de mi hijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora