Caminando por el borde del tejado, miro hacia abajo y trato recordar el lugar exacto donde Leya había bajado.
Creo que allí fue, por el comienzo del tubo de la canaleta. Debe ser seguro, primero porque está bien atornillada a la madera de la casa y segundo porque si fue capaz de soportar el peso de mi hermana cuando ella tenía la misma cantidad de años que yo tengo ahora, debería soportarme.
Sentada a la orilla del techo echo un vistazo a donde se supone que debo llegar. Debe haber unos dos metros y medio aproximadamente o quizás más. Me pongo de lado y con cuidado me ubico con el estómago apoyado en el pedazo de techo y dejo los pies colgando. Por instinto busco los bordes de la cinta metálica que abraza al tubo que baja el agua de la canaleta. Ahí está la primera cinta. Apoyo un pie, mis manos las aferro al tejado, tan fuerte que mis nudillos se tornan blancos y con el pie libre busco de inmediato la segunda cinta que estaba más abajo, antes de que cayera. El problema es que no he podido despegar mis manos del tejado porque no tengo de dónde apoyarme y comienzo a desesperar. No sé qué hacer y mis brazos han comenzado a tiritar, no estoy acostumbrada a hacer mucha fuerza.
Miro hacia abajo, respiro hondo y sin pensarlo más me suelto. Me sorprendo cuando logro flectar las rodillas y caer de una forma digna. Sonrío para mí y me limpio las manos en el pijama, que han quedado un poco barrosas al contacto con el pasto.
A la derecha de mi casa está la de Dainan. Es idéntica a la mía, sólo de madera y barniz oscuro.
Saltar el cerco pequeño que nos separa es un tema de mínima dificultad. Una vez instalada en su patio comienzo a buscar rápidamente la escalera que tiene el Señor Breton y la encuentro al costado de la casa. La madera de la escalera se ve grisácea, pero muy firme.
Con la ayuda de mis dos manos y el pie derecho la levanto y con lentitud la bajo frente a la ventana de la habitación de Dainan, que es la misma que uso yo.
Llego arriba e intento ver algo por la ventana, pero las cortinas las tiene cerrada. Doy unos toquecitos para que se despierte y me abra y en seguida pienso algo que me inquieta. ¿Qué tal si él también duerme con ropa interior como yo? Está bien que tengamos confianza, pero verlo con ropa interior sería incómodo y algo vergonzoso. Me detengo, sé que no debo dejarlo ahí, no puedo dejar que todo haya sido en vano. Vuelvo a apoyar reiteradas veces los nudillos en el cristal, arriesgándome a verlo tal cual y oigo cuando se remueve la ropa de su cama. Debe estar poniéndose en pie.
Los visillos se hacen a un lado y supongo que se ha asustado al verme plantada aquí, porque ha dado un pequeño salto hacia atrás seguido de una sonrisa de reconocimiento.
Desliza el pestillo y me corro hacia un lado para que abra la ventana. Me hace un pequeño movimiento con la mano e ingreso rápido a la cálida alcoba.
Lleva un short azul holgado y para arriba su piel está al descubierto. Miro incómoda hacia otro lado, no acostumbro a verlo así.
Cierro la ventana y me deshago del gorro.
–Debí invitarte a dormir hoy, pero lo olvidé –digo en forma de saludo y me apoyo en la pared junto a la ventana. Echo con rapidez un vistazo a su cuarto y me sorprendo del pulcro orden que tiene, algo poco común en él.
–Lo imaginé, estuve esperando a que me llamaras o me dijeras algo y como no fue así, no quise auto invitarme –responde mirándome de pies a cabeza.
– ¿Qué? –frunzo el ceño ante su mirada.
–Te ves apretujable. Calcetas esponjosas, pijama de polar y chaqueta gruesa. ¿De verdad has venido por mí? ¿Te has atrevido a salir de tu casa e invadir la mía?
ESTÁS LEYENDO
El Portal a Silak
FantasyEn un mundo donde los secretos familiares y la magia se entrelazan, dos adolescentes, Aurora y Dainan, descubren que sus destinos están ligados a una misteriosa roca rosa, un objeto que alguna vez perteneció a un poderoso dragón. La tranquila vida...