Ruidos fuera de mi ventana

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La noche había caído en la Villa Arce Azul, pero un extraño sonido quebraba el silencio, desafiando nuestras ganas de dormir. Dainan, mi mejor amigo, y yo, acurrucados en mi habitación, nos mirábamos con inquietud, conscientes de que algo más allá de nuestras risas y charlas nos observaba. Un crujido resonó desde el tejado, como si algo nos acechara a escasos metros, por fuera de la casa, precisamente en el borde que sobresale del techo del primer piso bajo la ventana de mi habitación.

Desde entonces, ninguno de los dos ha logrado pronunciar palabra. Tal vez porque ambos tememos que, si hablamos, esa presencia que creemos estar merodeando afuera podría oírnos e irrumpir en la habitación.

—¿Lo escuchaste? — le susurré inclinando mi cabeza hacia abajo, ya que, Dainan está acostado en un colchón en el suelo, junto a mi cama. La televisión apagada nos había dejado en un mundo de oscuridad y dudas, y la promesa de una noche de pijamada se desvanecía rápidamente, mientras mi corazón se aceleraba poco a poco.

Con cada paso que se deslizaba sobre el tejado, una sensación de inquietud se instalaba entre nosotros. No podía ser mi hermano, ¿verdad? Él estaba durmiendo en su cama. Mi mente viajaba por posibles explicaciones, cada vez más irracionales, la imaginación me arrastraba a un rincón tenebroso que nunca había considerado.

Mi curiosidad me ha puesto en pie, pero el temor es un poco más grande y no me atrevo a correr la cortina para ver quién ronda afuera. Cruzamos una mirada que dice "tú primero'', yo no quiero ser la primera, me asusta el hecho de ver algo en la penumbra.

Puede que no sea un hombre desconocido, tal vez mi hermano nos está jugando una broma, o mi madre nos vigila, sea lo que sea, no puedo decidirme a ponerme en pie aún. Primero tengo que ver si Dainan es capaz de ir. Lo miro y le hago señas con la cabeza hacia la ventana, para que vaya a ver y frunce el ceño. No sé si finge no entender o realmente no comprendió mis señas, da igual.

-Piedra, papel o tijera -le susurro mi amigo que se ha puesto de pie también- Es la forma más justa de decidir quién ve primero.

-Está bien -me responde. Levanté mi mano e hice una cuenta regresiva con los tres dedos.

-Papel -dije al mismo tiempo que extendí mi mano representando el papel, pero me quedo mirando la mano de Dainan- ¿Qué es eso? -Él tenía su mano en forma de pistola.

- ¿Qué no ves? Es una pistola, te he ganado –susurra con una risita y me da una palmada en el hombro–. Abre la cortina y ve de una vez por todas qué hay afuera.

-Eso no vale, es piedra, papel o tijera, nada más, ni varitas mágicas, pulpos, cangrejos o pistolas... -me detuve, nuestro jueguito de azar había sido en vano- ¡Ya no se oyen los pasos, nos demoramos mucho! –Abrí de golpe la cortina que cubría la ventana y no había nada–. ¡Qué rabia! Yo quería saber qué era –dije apenada y sin ganas de nada me desplomé en la cama.

-También yo, pero me consuela haberte ganado –contesta Dainan y se recuesta sobre el colchón.

-Eres un tramposo –le dije lanzándole un cojín.

-Tan solo bromeaba, no perdía nada con intentarlo.

-Fueron segundos valiosos, los perdimos. Perdimos la oportunidad de saber qué era, pero ya no quiero hablar del tema, conversemos de otra cosa. –le digo.

-Creo que fue el trauko, el de la leyenda.

-¿Qué? ¿El trauko?

-Sí, dicen que el trauko se esconde en los bosques y es un ser astuto, pero tiene un corazón oscuro. Es capaz de llevarse a las mujeres que se atreven a acercarse demasiado a su hogar.

-El trauko no se lleva a las personas –interrumpo riéndome en voz baja y le doy un empujón que lo devuelve a su postura inicial–. Además, los traukos no son reales, es más, no existen –digo.

–Podrías haberme dejado terminar, me había inspirado -dice y sonrío ante su fingido tono infantil.

-Hey, compré un chocolate de oreo ayer... –comienzo a decirle, pero me interrumpe.

– ¡Y a dónde lo tienes que no lo has sacado! –me reprocha. A los dos nos fascina el chocolate.

–Eh... ése es el problema, recuerdo que subí la escalera con él en la mano y luego estaba en mi pieza buscando un lápiz para mi padre, no recuerdo dónde lo dejé –contesto observando mi habitación. Odio cuando me pasa esto de tener un vacío en la mente entre dos recuerdos y no poder hallar el que necesito.

– ¿Lo buscamos? –pregunta Dainan y no se lo niego, porque tengo muchas ganas de comer unas tabletas de chocolate.

En unos minutos lo encontramos: Dainan lo ecnotró en realidad, a pesar de que revisé mi repisa sin éxito.

– Unos lentes no te vendrían mal –comenta mientras saca la barra de la repisa justo frente a mí.

– Lo he considerado –bromeo, consciente de que veo bastante bien; el problema es otro. No me concentro cuando busco algo–. Vamos, ábrelo, te has ganado el honor por ver mejor que yo. –Le doy un empujón y nos acomodamos de nuevo, esta vez recostados boca abajo en mi cama.

Al romper el envoltorio de aluminio dorado, un aroma irresistible se desprende y, sin poder contenernos, casi devoramos todas las barritas de chocolate. Solo quedan dos, que dejo sobre la cómoda para mañana. Miro a Dainan con una expresión cómica y culpable, y él estalla en carcajadas

Me gusta la amistad que tengo con él. Nuestra confianza es grandísima y no es de menos, nos conocemos desde los cuatro años de edad. Recuerdo el día que la familia de él llegó a la casa junto a la mía y fuimos a visitarlos, debido a que nuestros padres desde mucho antes se conocían por razones de trabajo y eran grandes amigos. A partir de ahí nunca faltaron los días en que tomábamos cenábamos juntos o almorzábamos y el típico sábado del mes en que salíamos a pescar. Me alegra que aún siga así.

Antes, mientras nuestros papás se dedicaban a sus cosas, nosotros teníamos nuestro propio mundo que defender. Imaginábamos que estábamos en una guerra y debíamos proteger a los niños que no tenían padres y aunque no hubiera más niños reales con nosotros, en nuestras mentes había muchos. Cualquier trozo de madera se transformaba en un refugio, el barro en camuflaje y las ramas en espadas. En resumen, nuestra infancia fue muy linda juntos, por supuesto que teníamos peleas, como entre todo amigo, pero no pasaba mucho tiempo para que nos reconciliáramos y continuáramos como siempre.

Los párpados se me cierran de tanto sueño, la lluvia suena una y otra vez al golpear el techo y la casa se estremece con los azotes del viento y Dainan se ha dormido más rápido que yo, porque estaba más agotado.

Me sobresalto porque han vuelto a sonar los pasos afuera. Por un momento pienso que Andrés está paseando cerca, pero el sonido no viene de aquí adentro.

Miro a Dainan para ver si ha despertado con los pasos. Él respira calmadamente, así que decido no molestarlo.

Me levanto, corro la cortina y abro la ventana, sin embargo, no veo a nada ni a nadie y los sonidos se extinguen.

– ¿Qué será? –murmuro muy bajo para mí misma. Sin cerrar la ventana me apoyo en el marco con los brazos cruzados y cierro los ojos, dejando que el viento traiga gotas de agua a mi rostro. Acto seguido huelo una fragancia a pino que me recuerda a los días de pesca en el río y sé que mi amigo está detrás de mí.

– ¿Los has oído de nuevo? –Pregunta Dainan y afirmo– Ven, durmamos. Seguramente estamos, como dicen los adultos "sugestionados". –dice tomando mi brazo. Cierro la ventana y camino hacia la cama.

–Puede ser aunque no estoy de acuerdo, no he imaginado nada, lo sé –digo pasándome la mano por la cara.

–Yo igual escuché los anteriores, pero por ahora es la única explicación que se me ocurre para eso –dice y se pone a mirar el techo

–Buenas noches –le murmuro.

–Buenas noches, Aurora –responde. 

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