Nunca he estado tan feliz cuando la alarma de mi celular avisa que debo que levantarme, es más, siempre me molesta porque me saca abruptamente de mi descanso, pero hoy no es el caso. Al contrario, me trae alegría porque significa que es el inicio de mi último día de clases, como el comienzo de las esperadas vacaciones de invierno.
Me levanto de un salto antes de que la pereza y la calidez de mi cama me absorban y enciendo la luz que me encandila y seguramente hace que mis pupilas gigantes se reduzcan a un puntito pequeño.
Del ropero tomo mi uniforme y me visto con rapidez. Este uniforme me encanta, es poco usual, al principio parece un jumper, pero ahí se acaban las similitudes. El pecho es abotonado y abajo termina en una falda tableada, todo en una sola pieza de color verde musgo. Le acompañan unas botas negras con cordones que me llegan un poco más abajo de las rodillas y unas calcetas del mismo color que el uniforme. La blusa blanca es de una tela especial que aísla el frío y permite buena movilidad.
Hoy, por las actividades que realizaremos, no llevo bolso ni nada, ni siquiera mi celular. Me limito a tomar mi bufanda que hace juego con el uniforme y nada más.
Camino al baño comienzo a desenredar la trenza que anoche me hice y me sorprendo al ver que algunas hebras del cabello tienen un color anaranjado o rojo en las puntas, de aproximadamente tres centímetros. Nunca me he tinturado y esto que ha sucedido es imposible, irreal.
Miro un cabello de cerca y pareciera que tuviera mil puntas partidas solo en el sector de color.
– ¿Qué es esto? –susurro para mí. En un segundo estoy de pie frente al espejo del baño, con mis ondas sueltas, mi rostro en blanco y la puerta cerrada.
– ¿Aurora? –Andrés está afuera de la puerta– También necesito usar el baño, ¿Podrías apresurarte?
–Espérame tan sólo un poco –contesto. Me lavo la cara rápidamente... ¿Con qué cubro mi cabello? ¡La toalla! Cojo la toalla de baño y la enrosco en todo mi pelo.
– ¿Te has bañado? –pregunta sorprendido, porque usualmente nos bañamos en la noche.
–No –respondo.
– ¿Entonces?
– ¿Podrías dejar de preguntar tanto? –digo irritada y se hace a un lado para dejarme pasar.
En la pieza encontré la antigua boina de polar que usaba a inicios de año, es una boina simple de color verde musgo. Adentro de ella oculté mi anómalo cabello y logré que no se viera deforme ni abultado con toda la cantidad de pelo.
Echo un último vistazo al espejo detrás de la puerta de mi alcoba. Ningún mechón se asoma fuera del polar verde. Perfecto.
Mi estómago pide a gritos comer y mi lengua desea algo salado. Bajo a la cocina corriendo y en menos de un minuto me encuentro tomando mi desayuno.
Con el ajetreo del cabello me retrasé más de lo que creí y esto me ha obligado a tragarme el café y quemarme el esófago. Lo último que hago antes de correr al auto es cepillarme los dientes.
– ¿Por qué te has recogido el cabello? –pregunta Leya, mi hermana, cuando me ubico junto a ella en los asientos de atrás, apuntando a la boina.
–No lo sé –respondo encogiéndome de hombros y desviando la mirada hacia la ventana.
–Tu abrigo –dice mi papá estirando su brazo hacia atrás con el bulto gris en sus manos.
–Gracias –contesto y entonces partimos.
Al entrar al liceo nos despachan de inmediato al gimnasio, porque se realizará la ceremonia de premiación. Todos los encargados adultos parecían aburridos de repetir que se dirijan al gimnasio, porque cuando ingresé solo se limitaron a señalarlo con el dedo.
ESTÁS LEYENDO
El Portal a Silak
FantasyEn un mundo donde los secretos familiares y la magia se entrelazan, dos adolescentes, Aurora y Dainan, descubren que sus destinos están ligados a una misteriosa roca rosa, un objeto que alguna vez perteneció a un poderoso dragón. La tranquila vida...