Hospital

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Este olor nunca me ha gustado. Me hace sentir que todo es falso, que la gente es de plástico y tóxicos. Olor a muerto, a dentista, medicina, a enfermo.

Arrugo la nariz, abro mis ojos y está oscuro, a excepción de las maquinitas que miden los latidos del corazón. Estoy en un maldito hospital.

No sé qué hora es, ni que día. Tampoco sé si es de noche o día, porque esta sala no tiene ventanas que me permitan mirar afuera, tal vez sea en el subterráneo.

A unos dos metros hay otra persona en camilla, la única persona aparte de mí en esta habitación. Levanto el cuello rogando que sea Dainan, pero me encuentro con el rostro de una niña pequeña de unos seis años que duerme profundamente.

Al sentarme me doy cuenta que estoy conectada a nada más que el aparato que mide el ritmo cardiaco a través de mi dedo pulgar. Esto me indica que estoy en observación.

Cuando me pongo en pie siento un pequeño mareo. Miro el suelo y descubro que estoy vestida con esas ridículas tenidas de los típicos internos de hospital: Una camisola verde agua.

Tener ese aparato en mi pulgar me pone nerviosa, mis pies y manos me pican del deseo de arrancármelo, pero me contengo porque recuerdo la vez que estuve en el hospital cuando era más pequeña. También tenía uno de estos y me lo había quitado, pero la máquina que procesaba mis latidos comenzó a dar unos pitidos agudos y unos cuantos enfermeros histéricos habían llegado. Después todos me hablaban alarmados "¡No puedes volver a quitártelo!" "¡Creímos que habías muerto!" y muchas cosas más que no oí porque me parecían estúpidos.

Esta vez no sería así. Creo que con los años uno es capaz de ideárselas mejor para zafarse de algo. Me agacho y busco por la pared el enchufe hasta que lo encuentro. Una vez desenchufado me quito el artefacto de mi dedo. Estoy libre.

Lo primero que pienso es en dónde estará Dainan. Si yo caí en el hospital, él también debe estar por aquí y no muy lejos.

Abro la puerta y me encuentro con un pasillo blanco, vacío e iluminado por pequeñas luces rojas, como espanta cucos. En una de las paredes hay un reloj digital que indica la hora. Las tres y veintisiete de la mañana.

Registro la sala de al frente pero no hay nadie. En la contigua hay una anciana durmiendo con la televisión encendida.

Investigo unas dos salas más sin resultado, cuando oigo el sonido de unos tacones acercándose. Corro hacia la sala que tengo asignada, abro la puerta, que es de esas que se empujan y se devuelven solas, e ingreso. Miro por la ventana pequeña que tiene, me doy la vuelta para acomodarme en mí camilla por si viene la enfermera, pero choco de frente con una figura alta

–Me diste un buen susto cuando bebiste el líquido– me dice. Es Dainan el que me abraza en este momento y me siento tan feliz de que esté conmigo, sano y salvo ¿Sano y salvo? Aún no estoy segura de eso.

Lo observo y está igual que yo, con la tenida sosa y los pies descalzos.

– ¡Tú! No tenías que beberlo –digo entre reproche y un poco de gratitud por acompañarme en todo esto.

–No podía dejarte hacerlo sola –explica.

La enfermera pasa por fuera de la puerta pero no entra.

–Sí podías, ahora qué dirán nuestros padres –digo pero se encoje de hombros.

– ¿También te escondías de la enfermera? –me pregunta.

–Sí, pero es aquí donde debo estar, ésa es mi camilla –le digo apuntando a la cama solitaria.

–Oh, yo te andaba buscando, desperté hace un rato. Para poder salir a buscarte tuve que poner esa cosa del pulgar en el chico junto a mí. Esperé a que mi corazón lata una vez y lo cambié de inmediato al dedo del niño– dice. Fue bastante inteligente su idea–Tu... ¿Lo desconectaste?

–Sí, era más rápido –afirmo.

– ¿Tienes idea de qué era lo que bebimos? –Pregunta apoyando su espalda a la pared– ¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Recuerdas algo? –me muerdo el labio y muevo la cabeza de un lado a otro.

–Sólo recuerdo que sentí mucho calor, apenas veía. Te vi quitándome la botella y dije "no" pero tú ya habías bebido, desde ese entonces, nada más –Dainan se ríe y se voltea hacia mí.

–No dijiste "no", lo gritaste y muy fuerte –me asegura.

–Quiere decir que comencé a quedar sorda... que extraño. Dainan, no quería que lo bebieras y agradezco que no te pasara nada, me sentiría tan mal.

–Sentí lo mismo que tú, el calor, la oscuridad y el miedo a que te haya sucedido algo grave. Me iba a enojar contigo, pero se me fueron las ganas cuando vi que no podías sostenerte y el susto me aplastó. Lo único que pensé fue en tomar lo que tuviera ese frasco y esperar –dice. Sus brazos me han rodeado y su mejilla reposa en mi frente– Me preocupa el diagnóstico de los médicos y cómo nos encontraron en tu habitación, quién nos encontró y qué pasará con mi papá.

–Nos preguntarán quién nos dio el frasco –Dainan asiente en silencio– Espero que todo salga mejor de lo que debería salir.

–También yo –dice y desaparece por la puerta camino a su sala.

Por mi parte, me recosté en la camilla y arreglé el aparato en mi dedo antes de conectarlo.

De inmediato comienzan los latidos del corazón a proyectarse en la pantalla.

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