13. Reencuentros

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Bajé del auto de Kaleb sin molestarme en despedirme, estaba demasiado abrumada por todo y lo único que quería era estar lejos del problema que quería follarme de nuevo

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Bajé del auto de Kaleb sin molestarme en despedirme, estaba demasiado abrumada por todo y lo único que quería era estar lejos del problema que quería follarme de nuevo.

La ropa que Natalie consiguió para mí me parecía incómoda, pero era mejor que las enormes camisas de Kaleb. El guardia de la entrada ni siquiera me reparó, supongo que se había acostumbrado a que solía llegar al día siguiente constantemente.

Subí al elevador y me moví de un pie a otro, ansiosa. No sabía siquiera porque estaba ansiosa, pero me descolocó el hecho de que la imagen del rubio no se fuera de mi cabeza.

Que idiotez. No estaba para agregar más problemas a mi vida.

Tomé la llave de mi departamento y la introduje en la puerta. Al entrar una sensación poco alentadora me llegó al cuerpo. Había un aroma particular en el aire. Un perfume femenino. Miré el abrigo en el perchero que estaba al lado de la puerta y urgué dentro, saqué la daga que guardaba ahí estratégicamente y la empuñé con fuerza.

No encendí la luz dejando que la única luz fuera la que se escapaba por las cortinas oscuras.

Avancé lentamente hasta la sala, la luz estaba prendida y me detuve de inmediato al ver a la persona sentada tranquilamente en mi sofá. La daga se escapó de mis manos con un sonoro ruido que llamó su atención.

Ella volteó.

La contemplé unos minutos más esperando que todo fuese una alucinación.

Ya no bebería más café, me estaba haciendo alucinar.

Parecía una total roca mientras repasaba el rostro de mi amiga. Su cabello claro, sus ojos verdes, su nariz respingada, sus mejillas hundidas... ¿de verdad era Lexa?

—¿Qué estás haciendo aquí? —fue lo único que logré soltar.

Ella entreabrió los labios, entre ofendida y sorprendida.

—De verdad me esperaba una recibida más cariñosa —dijo, cruzando sus brazos sobre su pecho.

Me acerqué a ella sin poder creer lo que mis ojos veían. Pero al mismo tiempo la angustia me recorrió de pies a cabeza. ¿Y si alguien la había visto? ¿Y si la reconocieron? ¿Él lo sabe?

—Tienes que irte —solté duramente.

—No lo haré —siseó con el mismo tono indiscutible que yo utilicé antes.

—Por supuesto que lo harás —decreté yendo a recoger el par de maletas que había en mi sala.

—¿Y qué harás? ¿Me vas a echar a la calle?

Paré de hacer lo que hacía mandando la poca tranquilidad que pude mantener a la mierda.

—¿Es que acaso no te das cuenta del peligro al que te expones? —pregunté exaltada, apretando la manija de la maleta.

Verdad (Saga CM #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora