¿Escribir la biografia de un muerto?
Delaney Rymer es una escritora que está luchando contra la propuesta que le cambiaría la vida, aunque su instinto le dice que no debe escribir la biografía de la biografía de un muerto. A pesar de sus reservas...
«Si algún día a pareces muerta, no digas en el más allá que no te lo advertí».
La frase resonaba más como una amenaza que como una simple advertencia, y no lograba comprender cómo Hillary podía cambiar de personalidad de un instante a otro.
Siento que estoy perdiendo la cordura. Los días transcurren y no logro calmarme, mi mente no puede pensar de manera lógica por más de diez minutos. Hace dos días, Hillary se dirigió a mí de una forma extraña.
«Sáqueme de aquí, mamá».
Sigo reflexionando sobre la misteriosa desaparición del manager y de los policías. He revisado todo lo que he podido en internet, pero no he encontrado nada. Ni un solo indicio de su paradero, sin embargo, no soy tan ingenua como para creer que simplemente han cambiado de identidad y de vida. Por alguna razón, había un gato encerrado y pronto Benjamin llegaría con la información que tanto necesitaba.
Me acerco a mi mochila y tomo lo único que me mantiene conectada a esta mansión: el diario. A pesar de que quisiera terminarlo, parece que no está en sus planes concluirlo. Lo miro detenidamente, sintiéndome realmente frustrada. Quedan muy pocas páginas, pero no hay suficiente evidencia sobre el asesino; lo único que puedo hacer es esperar a que todo tome un giro, como en los libros y las películas, aunque esto no es ficción. Esto es la maldita vida real.
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Dejo el diario a un lado y miro por la ventana. Hanna se había ido, dos años de ausencia en su vida y, en el fondo, una extraña calma me invadía, tal vez demasiado serena. Finalmente, ella había encontrado el valor para dejar de ser la amante oculta.
Mientras sigo observando el paisaje desde la ventana, me asalta la pregunta de por qué la madre de Brais sentía un profundo desprecio hacia Hellen. Debía haber una razón de peso que justificara tal animosidad.
Con cada vez más certeza, llego a la conclusión de que Frederick era un simple peón en el juego de Hellen, y estoy convencida de que todo lo que me decía lo discutía previamente con ella. Sin duda, era un títere en manos de Hellen. En el fondo, sabía que esa sonrisa de hombre bondadoso no era del todo genuina.
Aún me resulta incomprensible cómo Brais no había encontrado el momento adecuado para pedir el divorcio. A pesar de su aparente tranquilidad, continuó al lado de la mujer que no amaba.
Hillary era consciente de las infidelidades de su padre, pero no quería que él la abandonara, lo que me lleva a preguntarme por qué no se llevó a su hija con él.
La razón detrás de esto era que Hillary conocía a Hanna.
Sin embargo, eso ya no importaba; Hanna había desaparecido, y ahora Brais tenía la oportunidad de encontrar la felicidad junto a su hija, sin necesidad de permanecer con la mujer que le causaba tanto sufrimiento.
Me concentro en lo esencial: tomar una fotografía de la hoja. Debo hacerlo con todas, ya que es mi responsabilidad reunir pruebas suficientes para incriminar al asesino. Ahora que Hanna había desaparecido, podía descartarla como la culpable.