9. Infancia

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Era apenas un niño que no superaba los siete años. Llegó por accidente a esa pequeña isla amurallada al sur de Japón luego de escapar.

No entendía el idioma, no conocía a nadie y tampoco sabía qué hacer. Aún se encontraba en shock por el trauma vivido, y lo único que pudo hacer durante horas fue caminar. Caminó y vagó sin parar por toda la isla hasta que sus pequeños pies no dieron para más.

La gente que lo veía pasar lo miraba extraño, pues no era normal ver a un niño con sus rasgos físicos caminando solo por la calle. Llamaba mucho la atención su piel tremendamente pálida, sus ojos celestes, y en especial ese cabello platinado que le llegaba a media espalda.

Al atardecer llegó a un parque por el que ya había pasado, se sentó en una de las bancas y permaneció ahí, solo, con la mirada ausente y fija en el abismo.

Esa noche durmió en la banca, con su mente aun en shock haciendo el vano intento por entender lo que estaba sucediendo.

Transcurrieron varios días antes de que alguien se atreviera a acercarse a él. Fue durante un día lluvioso. El cielo se caía a pedazos, pero él seguía en ese parque, sentado con su soledad hasta que alguien le compartió su paraguas.

—Te estás mojando, ¿qué haces aquí solo?

Viktor no entendía lo que ese niño decía, solo fue consciente de que era el primer contacto visual que hacía en días. Esos ojos castaños lo miraron con calidez y preocupación. No fue necesario entender lo que sus palabras significaban, pues sus ojos expresaban más.

Ese niño japonés le extendió la mano, y la mujer que lo acompañaba le dedicó una sonrisa igual de bonita que la del niño.

Viktor no supo la razón, pero sintió confianza inmediata con esas personas, así que tomó la mano del niño y los siguió. Usó sus últimas fuerzas para llegar al hogar de esas personas que le ofrecieron un techo, comida y un baño caliente.

La comunicación era difícil porque Viktor solo hablaba ruso, y un poco de inglés.

—Que bueno que fuiste por él —dijo el padre de familia al ver a lo lejos cómo su hijo cenaba junto al invitado, mirándolo curioso y sonriéndole cada vez que lo volteaba a ver con esos ojos azules. Yuuri no podía decirle nada que lograra entender, así que solo le sonreía.

—Escuché que ya llevaba dos días deambulando por la ciudad —suspiró con una infinita tristeza—. Me sorprende que nadie hiciera algo al respecto. ¿Cómo puedes ver a un niño en esas condiciones y no tenderle una mano?

—Es extranjero, Hiroko, probablemente ruso. El fin de la guerra está muy reciente todavía, y nadie quiere conseguir problemas gratis.

—Tienes razón —miró al niño con una infinita tristeza, ¿habría escapado del tráfico de niños? Era un tema polémico en esos días. La guerra había dejado a muchos huérfanos, los orfanatos estaban llenos, en las calles había niños sin atender, y eso era como un festín para todos aquellos que se dedicaban al tráfico de órganos, de niños, y en especial para la red de prostitución que era muy famosa en gran parte de Europa y Asia. Los niños como él eran muy solicitados: cabello claro, ojos celestes, piel blanca, y un aura por completo angelical.

—Tenemos que reportar esto a las autoridades.

—Pero, Toshiya...

—No podemos arriesgarnos. Hiciste bien al ir a buscarlo, el pobre no iba a durar un día más en la calle, pero no podemos quedarnos con él.

—Lo van a regresar a su país.

—Quizás sea lo mejor, puede que su familia lo esté buscando.

—¿Y si no es así? ¿Y si le vuelven a hacer daño?

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