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Cabello perfectamente peinado con algunos pequeños brillos en él, maquillaje completamente para la ocasión y el típico traje blanco.

Park Seokjin estaba a punto de casarse en una gran boda de la alta sociedad sin embargo no sentía nada de lo que se supone que debía de sentir, el día de tu boda debes de tener esa gran sonrisa que no se te borra además de un hormiguero en el estómago causado por los nervios y que durante todo el proceso de planeación contaras los días para que el gran día llegara.

Bueno si eso era cierto en definitiva él no lo sentía primero porque al verse al espejo lo primero que notaba era esa sonrisa tensa y que desde kilómetros se notaba que era falsa no sentía ese nerviosismo más bien se sentía asqueroso por haber accedido a esa farsa.

La familia Park desde siglos atrás habían formado parte de la alta sociedad y ahora eran una adinerada familia en la cual los reporteros se fijaban para sacar cualquier nota que atrajera al público, ahora era simplemente que estaban al borde de la quiebra envueltos en deudas y según su padre todo caía sobre él.

No sabía cuáles negocios le habían salido mal a su padre, pero sin embargo debieron de ser terribles para que todo su patrimonio estuviera comprometido y la única opción que se le ocurrió era casarlo con un hombre muy adinerado que estaba dispuesto a saldar todas las deudas de la familia solo por el placer de tener su mano.

Seokjin realmente creía que el hombre solo necesitaba un esposo para poder presumirlo y creía que él era el indicado por ser de una familia de estatus además él tenía el dinero para comprar a un esposo y él era el vendido.

Al inicio no había accedido en lo más mínimo a la orden de su padre porque nadie en su sano juicio accedería, le había ofrecido a su padre todo el dinero que había obtenido de todo su trabajo para poder ayudar a su familia sin embargo su padre no lo acepto porque en sus pensamientos eran migajas que no les alcanzarían en lo más mínimo para pagar sus deudas, invertir más capital a sus negocios y mantener el estilo de vida que siempre habían llevado.

Llevaba semanas negándose incluso corto las visitas con su familia sin embargo las cosas se le complicaron cuando su hermano tuvo un accidente que resultó con graves heridas que no le permitirán trabajar durante su larga recuperación por lo que debían de hacerse cargo de las facturas del hospital además de mantener a su esposa y tres hijos.

Con toda la presión que su padre ejerció y las súplicas de su cuñada y ver el estado deplorable de su hermano al final cedió en casarse con un completo desconocido al cual conoció en su fiesta de compromiso y aunque fuera educado además de demasiado amable nunca debía de confiarse solo de eso.

Todo eso lo había traído al nefasto día en que se encuentra ahora en donde está listo para salir hacia la iglesia italiana en donde se iba a casar.

—Es hora de irnos hijo —su madre parecía neutral al asunto aunque en algunas ocasiones sentía como si quisiera decirle algo de suma importancia.

—Si claro vamos con mi príncipe azul —su padre no dijo nada, pero no era como si tuviera el derecho a decir algo.

Ambos bajaron de esa vieja casa propiedad de su futuro marido, su padre fue el primero en subirse a un auto que lo esperaba para que llegara más rápido a la iglesia y él tendrá que irse en esa limusina que lo estaba esperando.

Al ingresar sintió una corriente de frío por el aire acondicionado aunque era lo de menos porque sentado ahí todo lo sintió tan real sabiendo que en pocas horas cerrarían el trato de una venta donde él sería la mercancía y durante la noche tendría que abrirle las piernas solo esperaba que lograra excitarlo lo suficiente para al menos poder disfrutarlo.

Un Kim (Namjin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora