Extra 1

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—Granola, revisé tu documento. Se ve excelente, ya sólo te faltaría defender tu trabajo ante el jurado—comentó el hombre, entrando al laboratorio. El peliverde, que estaba en una esquina trabajando en su computadora detrás de un escritorio, alzó su mirada.

Su cabello estaba recogido en una coleta, que permitía tener su rostro totalmente despejado. Debajo de sus ojos se podían notar unas sombras oscuras debido al agotamiento de todas esas noches de desvelo.

—Ya casi termino la presentación. Será el viernes, ¿cierto? —preguntó, conforme el hombre se acercaba a él para ver también la pantalla de su laptop.

—Sí. ¿Nervioso? Te darán cuarenta minutos para exponer.

—Un poco. Me parece poco tiempo para mostrar todo lo que hicimos. Tengo que resumir un trabajo de dos años—quitó la liga de su cabello y alborotó un poco sus rizos. Después siguió tecleando otro poco, mientras el hombre tomaba asiento en la otra silla—. ¿Le puedo enviar la presentación final para que la revise?

—Claro que sí, para eso soy tu asesor—el peliverde sonrió y siguió trabajando—. Ve a casa temprano, y tómate estos días. Has pasado días enteros en el laboratorio este semestre, deberías ir a ver a tu familia.

Ir a ver a mi familia...—dejó de teclear, mirando su mano. En su dedo anular reposaban tres anillos. El primero de promesa, ese que Vegeta le había dado en la playa el mismo día de su graduación.

El segundo de compromiso, que le entregó cuando tuvieron una cita, el día que cumplieron dos años de noviazgo. Y finalmente el de matrimonio, el que le colocó en su mano el día de su boda, la que había sido ocho meses atrás.

En retrospectiva, habían iniciado su relación de noviazgo cinco meses después de que regresó de la ciudad donde vivía con su madre, cuando había arreglado los asuntos legales por el asesinato de ella. Y luego de dos años, cuando estaba terminando su primer semestre de maestría, Vegeta le había propuesto matrimonio.

¡¿Y cómo no?! Esos dos años habían sido fenomenales. Un año y medio que ya habían vivido juntos en la casa, la cual habían convertido en un cálido y bello hogar. En ese tiempo Vegeta había trabajado en la empresa arduamente, por lo que los ascensos no fueron solamente por ser el hijo del presidente de la compañía, sino que verdaderamente se capacitaba con constancia para poder cubrir al máximo todas las responsabilidades que tenía y esperaba tener.

Su afinidad era perfecta. Ambos encajaban tan bien que todo era tan sencillo entre ellos. Los roles en el hogar se los dividían tan bien, que nunca tuvieron discusiones por ello. Y habían aprendido a acomodar sus horarios de estudio y trabajo para que, regresando de la empresa y de la escuela, ambos pudieran pasar tiempo juntos de calidad como pareja.

Y por eso la idea de volverse un matrimonio hasta llegaba a ser absurda. Ya vivían juntos, se amaban fuertemente, y su relación iba creciendo y fortaleciéndose tanto, que un papel que dijera lo obvio hasta parecía innecesario. Pero, claro, no podía negar que fue lindo tener ese caprichito de una velada donde unieron públicamente sus vidas en una sola.

¡Y ni hablar de su luna de miel! Habían aprovechado las vacaciones de verano para poder ir de viaje a un campamento en el bosque, algo aislados del ruido y contaminación de la ciudad, en unas cabañas donde podían ser sólo ellos y nada más. Esa ocasión habían podido gozar de mil maneras, conociendo los secretos más profundos del otro, disfrutando nuevas posiciones donde supieron los puntos de placer que no habían conocido todavía de su apreja, y habían podido serenar sus almas con la mera compañía del contrario.

AntipatíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora