Abro los ojos con un gemido. Veo el techo sin mirarlo durante unos minutos antes de abalanzarme sobre mi teléfono. Navegar en las redes sociales antes de hacer cualquier otra cosa es parte de mi rutina matinal.
Lo primero que veo es un mensaje de texto de Yeonjun... «mi novio».
Buenos días. Llego a las 7.
Entonces, no todo fue un sueño. Esa conciencia me asusta y me emociona. Veo la hora y advierto que son poco más de las 6:30. Las clases comienzan a las ocho en punto; así que me quedan treinta minutos hasta que Yeonjun llegue a mi casa. Solo treinta minutos.
Salgo deprisa de la cama, corro por el pasillo hasta el baño y lo encuentro vacío, esperándome. Hoy soy el vencedor. Mientras estoy en la regadera, escucho a Manchae que toca la puerta. El sonido me hace esbozar una sonrisa y, diez minutos después, salgo tranquilamente del baño, dejando una nube de vapor tras de mí.
Me pongo el uniforme y busco mi blazer; luego recuerdo que Yeonjun lo tiene. Todos los alumnos tenemos que llevar el blazer cuando entramos y salimos de los planteles de la academia. Es parte del reglamento escolar. Que el mío esté en la tintorería significa un castigo seguro. Maldigo a Louise Keaton una vez más, pero ahora no maldigo a Choi Yeonjun.
Recojo mi mochila y mi teléfono, y bajo las escaleras. Solo tengo cinco minutos antes de que llegue mi novio. ¿Me cansaré algún día de hablar de él de esa manera?
Quizá no. Hasta el viernes en la tarde, pienso disfrutarlo. Porque anoche, mientras hablaba con él, finalmente comprendí por qué la apuesta de Choi Yeonjun se ha vuelto tan popular.
—Buenos días —exclamo al entrar corriendo a la cocina. Mamá y papá están sentados frente a la isla, terminando su desayuno para irse al trabajo. Papá trabaja en tecnología de la información y mamá es contadora. Cómo terminaron con dos hijos que sueñan con ser un escritor y una artista, es un misterio.
—¿Cuál es la prisa? —pregunta mamá mientras le da un sorbo a su café negro sin azúcar. Con frecuencia me pregunto quién la lastimó tanto como para necesitar torturarse con esa bebida tan amarga.
—Voy a llegar tarde.
Papá mira su reloj. Tuve que trabajar de medio tiempo todo un verano, cortando pastos, para poder comprárselo para su cumpleaños número cuarenta.
—¡Aigo! Las clases comienzan a las ocho. ¿Por qué Donny llega tan temprano?
Miro mi reloj. La pantalla está rayada, pero cumple su tarea. Solo me quedan tres minutos.
—Es que hoy me lleva alguien más a la escuela.
—¿En serio? —pregunta papá.
—Sí, Sherlock y Watson —respondo—. Ya quedamos que tengo otros amigos.