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Me quedo debajo de la regadera hasta que el agua se enfría.

Salgo, envuelvo una toalla alrededor de mi cintura y me paro frente al espejo del baño. Está empañado y lo limpio. Mi reflejo amoratado me mira. Duele más de lo que parece y en parte lo agradezco. Al menos no tendré que andar por ahí con marcas en el cuerpo, solo en el rostro.

Suspiro. Estoy emocionalmente exhausto como para lidiar con esto... sea lo que sea esto. No quiero nada más que meterme a la cama y soñar con Yeonjun. Pero en la vida sencillamente no siempre tenemos lo que queremos.

Me seco, me pongo unos pants y una camiseta: mi pijama acostumbrada. Echo la toalla a la ropa sucia y voy a mi recámara.

Me sorprende ver ahí a mamá.

—¿Qué haces aquí?

Al principio no advierto lo que tiene en la mano. Ella voltea y entonces veo la tira de fotografías que había escondido en mi escritorio. La furia estalla en mi pecho porque mamá invadió mi privacidad y esculcó mis cosas, pero muy pronto me la trago por miedo. Es el tipo de miedo que se filtra hasta la médula y envuelve el corazón.

—¿Qué es esto? —pregunta mamá.

Su voz parece hueca. Es como si tratara de darle sentido a algo que no puede comprender.

—Déjame explicarte —digo. Mi voz es un susurro. Mis ojos no se apartan de las fotos que tiene en la mano. Desde que nos las tomamos el jueves, he memorizado cada detalle—. Por favor.

Mamá arruga la tira de fotos en su mano. Intento avanzar para impedírselo, pero reprimo el deseo. Las fotografías no pueden ser lo más importante ahora.

Abro la boca para empezar mi monólogo, el que he elaborado con cuidado durante años, pero termino espetando.

—Soy gay, mamá.

No es para nada lo que había imaginado. No estoy listo todavía. Pero quizá salir del clóset es una de las cosas para las que nunca estás verdaderamente preparado porque nunca puedes saber en verdad cómo va a reaccionar la gente.

Mamá se tambalea hacia atrás como si la hubiera empujado. Me mira con lágrimas en los ojos. Es casi como si mirara a un desconocido. En ese momento me quiebro. Las lágrimas se derraman de mis ojos. Este es el momento que he temido toda mi vida. Es ahora cuando todo cambia.

—Imposible —dice.

Esa palabra me destruye más de lo que lo harían mil palabras. Mis rodillas se debilitan y pierdo el equilibrio. Si no fuera por la pared a mi espalda, estoy seguro de que caería al piso como una marioneta a la que le cortan los hilos.

Mamá me observa como si fuera un acertijo que tiene que resolver. Toca la cruz dorada que cuelga en su pecho. Esto no puedo verlo. No puedo verla rezar por mí porque estoy mal, porque estoy pecando.

No quiero ver nada de eso. No puedo. Tomo mi teléfono que está sobre el buró y volteo. Papá está en la entrada de mi recámara. Extiende el brazo cuando trato de salir. Pone su mano en mi hombro. Es todo lo que puede ofrecerme.

Y no es suficiente.

Necesito palabras y actos que me demuestren que me siguen amando, que me aceptan; saber que nada ha cambiado. Sigo siendo el hijo que ellos criaron y amaron los últimos diecisiete años. Soy la misma persona con la que han reído, a quien han abrazado y besado, a quien han cuidado cuando estaba enfermo.

Sigo siendo el mismo hijo que hasta hace una hora era su orgullo. Lo único que ahora es diferente es que saben que me gustan los chicos. Es una pequeña parte de mí; sin embargo, es todo lo que ahora pueden ver. Todo en lo que pueden concentrarse.

Me deja ir y llego a trompicones hasta las escaleras, aturdido. Detrás de mí, escucho a mamá llorar. Me enjugo las lágrimas de las mejillas y bajo las escaleras corriendo. Salgo de la casa y me sumerjo en la noche fría.

Cuando estoy de pie frente al garaje comprendo todo; me golpea como un tsunami de emociones. Por completo inevitable.

No puedo retractarme. Me desmorono y todo sale: toda mi tristeza, toda mi furia, todo mi miedo.

Lloro.

Solo.

Tiempo después, cuando al fin recupero un poco la compostura, saco mi teléfono y envío un mensaje al chat de los tres mosqueteros. No hay respuesta, así que marco el teléfono de Donny. Suena y suena. Lo intento con Priya y obtengo la misma respuesta.

Por supuesto que están ocupados. Es sábado en la noche. Las noches de los demás no son un desastre personal. Reviso mi teléfono de nuevo y veo que hay mensajes de Manchae y una llamada perdida de papá. Mi teléfono suena y veo la foto de papá en la identificación de la persona que llama. Es una foto familiar en la que todos estamos felices. La imagen hace que mis ojos se vuelvan a llenar de lágrimas. Mi casa no es el lugar donde quiero estar ahora.

Empiezo a caminar. No estoy seguro de hacia adónde voy. Finalmente, me siento en la banqueta. Nadie me ve. Estoy completamente solo.

Mi teléfono vibra con un mensaje de Yeonjun.

Siento mucho lo que pasó hoy. Me preocupas. ¿Estás bien?

A través de mi visión nublada, escribo:

¿Puedes venir por mí?

Su respuesta es inmediata. Mi teléfono se enciende con una llamada.

—¿Soobin? ¿Qué pasa?

—Te necesito —respondo.

Mi voz suena tan hueca y vacía como me siento.

—¿Dónde estás?

—En la calle Oak. Es la calle siguiente desde mi casa.

—Voy para allá.

Yeonjun no tarda en llegar. Ni siquiera se molesta en apagar el Jeep cuando baja.

—Soobin, ¿qué está pasando?

Las lágrimas brotan de mis ojos de nuevo y es difícil retenerlas. Yeonjun observa el estado en el que estoy: mi ropa y mis mejillas surcadas por las lágrimas. Por su expresión, ya sabe de qué se trata. Lo sabe o al menos tiene una muy buena idea de por qué estoy aquí solo en la calle.

Sin embargo, no dice nada. En su lugar, se acerca a mí. Me envuelve en un abrazo. Me da unas palmadas en la espalda para calmarme. Aunque mis ojos están cerrados, las lágrimas siguen brotando. Lloro en los brazos de Yeonjun y eso es suficiente.

Mientras mi mundo se derrumba a mi alrededor.

Esto, ahora, es suficiente.























Esto, ahora, es suficiente

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跟我出来, 崔妍俊! [ YeonBin ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora