Yeonjun entra al estacionamiento de la escuela cinco minutos antes de que suene la primera campana.
—Gracias por el aventón —digo.
—Con gusto.
Salimos del coche y vemos que Shannon está esperando. Está mirando su teléfono, pero al vernos se detiene y se alisa el pelo negro azabache. Es una cabeza más baja que yo, pero sus enormes ojos azules son penetrantes y extrañamente intimidantes.
—Entonces, ¿quién es? —pregunta Shannon—. ¿Con quién estás saliendo esta semana?
—Es un secreto —responde Yeonjun.
Se las arregla para no mirarme y me siento aliviado. Parece que se está tomando muy en serio su promesa de mantenernos en secreto. Sé que en un mundo perfecto no tendría que ser así, pero el mundo en el que vivimos está muy lejos de ser perfecto.
Shannon sigue molestándolo, pero Yeonjun no cede. Al final se da por vencida y se marcha echando humo por las orejas; yo camino a mi salón.
—Soobin, espera.
Me detengo y volteo. Yeonjun me extiende su blazer.
—Toma. Póntelo.
No me da mucha opción, porque ya me lo está poniendo por los brazos. Así que lo recibo.
—¿Y tú?
—Mañana en la noche tengo partido, así que lo peor que me pueden hacer es castigarme para el almuerzo.
Yeonjun sacude la cabeza y suspira.
—Cierto —respondo mientras Yeonjun toma mis libros y mi mochila.
Me pongo su blazer. Huele a él: pino. Probablemente alguna colonia de marca; pero al olerla sé que vale cada centavo.
—Vamos —dice Yeonjun.
Me examina una última vez y me devuelve mis cosas.
—¿Vamos?
—A Teatro —dice Yeonjun entre risas. Luego me deja ahí parado.
Todo lo que puedo hacer es ver cómo se aleja. No es que me queje del paisaje ni nada. Suena la campana y corro a alcanzarlo. No estoy de humor para otro castigo de la señora Henning.
Caminamos juntos a Teatro; para cuando llegamos, ya todos están sentados. Yeonjun choca las palmas con Isaac y se sienta junto a él. Voltea para mirarme, esperando, y da unos golpecitos sobre la silla vacía junto a él. Me siento con la pierna cruzada y saco de mi mochila el ejemplar de Romeo y Julieta.
La señora Henning entra al auditorio justo cuando suena la campana de inicio de clase. Hoy va vestida con una chamarra de pieles sintéticas, pantalones de piel y tacones deslumbrantes. Y la cereza del pastel: lleva una peluca salida directamente de la Revolución francesa. Lo único que le falta decir es: «Que coman pasteles».