—Ya llegué —anuncio sin dirigirme a nadie en particular.
Supongo que es lo correcto. A pesar de todo, son mis padres y espero que siempre me vayan a amar. Que siempre les importará mi seguridad.
Me detengo para quitarme los zapatos. Manchae baja corriendo las escaleras y se abalanza sobre mí. Apenas puedo evitar que ambos caigamos.
—Si vuelves a preocuparme así de nuevo, yo misma te mato —dice Manchae. Se aleja para mirarme—. Soy demasiado joven como para tener canas. Piensa en mi belleza.
Sonrío.
—Gracias, Manchae. —Ella asiente y me suelta—. ¿Dónde están todos? —murmullo.
Manchae se encoge de hombros.
—Nunca nuestra casa había sido tan silenciosa.
—Lo siento.
—No es tu culpa.
Tiene razón, pero así lo siento. Subo a mi recámara y cierro la puerta tras de mí. Pongo una lista de reproducción y aprieto el botón de aleatorio. La música resuena a mi alrededor y me siento en la cama. No era esto lo que yo quería. No quiero que mi familia esté así solo porque soy gay.
No estoy seguro de cuánto tiempo me quedé ahí sentado mirando al vacío; pero al final me levanto y me cambio de ropa. Mi teléfono se enciende con un mensaje. Abro el chat de los tres mosqueteros.
Donny: ¿Cómo va todo?
Priya: ¿Estás bien?
Sí. Pero el silencio es alarmante.
Priya: Podríamos ir, así como si nada
Donny: Sí. Algo así como: «Ah, hola, venimos de visita. Qué bueno verlos».
Absolutamente normal.
No sé si eso sería mejor o peor. Mi teléfono vibra con una llamada. «Yeji» aparece en la pantalla. Deslizo el dedo para responder.
—Hola.
—Soobin, ¿estás bien?
—No —respondo—. No lo estoy.
—¿Quieres que vaya?
—No, está bien. Estoy bien. En mi recámara.
—¿Qué dijeron tus padres?
—Nada. No los he visto.
Yeonjun se queda callado.
—¿Estás seguro de que no quieres que vaya?
—Esto es suficiente —le digo—. ¿Podemos quedarnos así un tiempo?