La mañana llega sin pedir permiso. El mundo sigue girando. El sol seguirá saliendo, pase lo que pase, y comenzará un nuevo día. Siempre.
Me incorporo y parpadeo para enfocar el mundo. Poco a poco reconozco la recámara de Yeonjun. La luz de la mañana entra por la ventana sobre su escritorio. Alcanzo mi teléfono y veo varios mensajes de Manchae, Priya y Donny.
Abro primero el chat de Manchae.
Soobin, ¿estás bien?
¿Dónde estás?
¿Soobin?
Dime.
Y luego una serie de signos de interrogación. Demasiados como para contarlos.
Estoy bien, Manchae Solo necesitaba espacio. Si alguien pregunta, di que estoy bien.
Manchae responde un minuto después.
Regresa a casa cuando estés listo. Te quiero.
Yo también te quiero.
El grupo de chat de los tres mosqueteros está lleno de lo mismo.
Estoy bien. Estoy en casa de Yeonjun.
Priya: Manchae nos contó lo que pasó. ¿Estás bien?
Estoy en eso.
Es mentira. Sencillamente estoy ignorando el vacío que siento. Cada vez que cierro los ojos veo la expresión de mamá.
Donny: Perdón por no, contestarte. Aquí estamos si nos necesitas.
Gracias. Luego les hablo.
No tengo energía para más que eso. Apago el teléfono y lo pongo sobre el buró. La puerta de la recámara de Yeonjun se abre y él entra. Su cabello está húmedo y no tiene camisa. Lleva una toalla sobre los hombros.
—¿Estás despierto? —Yeonjun se sienta al borde de la cama, está serio—. ¿Qué pasó, Soobin?
Hemos pospuesto la conversación todo lo posible. Anoche lo único que hice fue llorar. No pude contarle nada. Yeonjun me consoló y me trajo aquí. Sé que ahora tengo que explicarle lo que pasó. Lo sé, pero no me atrevo.
—Está bien —dice Yeonjun—. No tienes que decírmelo ahora. Cuando estés listo está bien.
Sonríe levemente, pero es genuino. Yeonjun se pone de pie y extiende la toalla.