LOUIS.
Desperté con la cálida sensación de unos labios sobre los míos. Sonreí inconscientemente, arrastrando el cuerpo más cerca de mi y disfrutando el dulce olor a jazmines que desprendía. Dios, era tan cálido y suave. Quería hundirme en esa sensación y nunca alejarme.
—Lou. —una voz suave susurró en mi oído, aliento cálido golpeando mi mejilla—. Despierta, Lou.
—Shh. —me arrastré más cerca—. Solo un minuto más.
El gatito comenzó a besar mi mejilla suavemente, sus labios arrastrándose sobre mi piel simulando la sensación de los suaves pétalos de una rosa. Sentí unas ganas de llorar enormes.
Este niño dulce me estaba dando tanto cariño sin pedir nada a cambio. Harry me daba exactamente lo que había estado deseando y nadie podía darme. Y era mío. El gatito era mío, estaba seguro de ello.
—Debes llevarme a mi casa, Lou. —volvió a susurrar—. Mi mamá debe estar preguntándose donde estoy.
—No quiero dejarte ir. —confesé, aferrándome a él.
—Pues, no lo hagas. —pidió— Ven conmigo a casa, podrías dormir allí si quieres. Mamá no se opondrá.
—En cuanto tu madre me vea me sacara a escobazos de allí. —bromeé abriendo los ojos y mirando su dulce rostro.
—No lo hará. —negó—. Vamos, te necesito allí conmigo.
Comencé a negarme pero sus deditos me detuvieron.
—Por favor, Lou. —rogó—. Vamos, por favor.
Dios, el niño me tenía envuelto en su dedo pequeño. Sonriendo, asentí lentamente intentando evitar el pensamiento de que la madre del gatito iba a sacarme a patadas de allí. Tenía miedo de que lo hiciera pero al menos podía tener unos minutos más con el chico mientras lo llevaba hasta su casa.
—Vamos, dulzura. —me levanté de la cama, llevando al gatito en brazos—. Vayamos a tu casa.
Harry rodeó mi cuello con sus brazos mientras lo cargaba fuera de la habitación y por el pasillo. Aun tenía las llaves de mi auto en el bolsillo por lo que no tuve que bajar al gatito para nada hasta llegar al auto. Una vez en él, me aseguré de que su cinturón de seguridad estuviera ajustado antes de rodear el auto y subir tras el volante.
—Sabes que corremos el riesgo de que tu mamá me eche, ¿verdad? —pregunté mientras salía del aparcamiento de mi edificio.
—No lo hará. —negó—. Mi mamá jamás te juzgaría por tu forma de vestir.
Lo miré haciendo una mueca. Todo el mundo huía de mi, vamos, tenia pinta de roba coches o pandillero, los entendía. La mamá de Harry no sería la excepción, seguramente se escandalizaría y comenzaría a gritarme que me alejara de su hijo. Cosa que no haría pero bien, ella no lo sabía.
—Tus manos están hinchadas, Lou. —musitó el rizado.
Mirando las manos con las que me aferraba al volante me di cuenta de que, efectivamente, mis nudillos parecían manzanas. Mierda, necesitaría hielo para eso. Con toda la crisis había olvidado ponérmelo cuando llegué a casa. La hinchazón se iría y las heridas comenzarían a doler pronto, necesitaba algo frío para eso.
—No te preocupes, gatito. —le sonreí para tranquilizarlo—. No me duele, te lo juro.
—¿Seguro?
—En serio, no duele.
Harry me siguió mirando con preocupación pero lo ignoré mientras intentaba recordar donde exactamente estaba la maldita florería. Por suerte, en mi recién descubierta faceta de acosador, había estado suficiente tiempo alrededor del gatito como para recordar donde vivía. Lo que me sorprendió fue ver a dos mujeres bastante enojadas paradas frente a la puerta de la misma.