❛❛Tras meses de silenciosa observación, ¡llegó la hora de pasar a la acción!
Emma es la alfa más temida y respetada en todo el instituto, pero no ha podido evitar caer por la dulce omega de cabello castaño y mejillas regordetas. ¿Será capaz de dar u...
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Emma estaba acostumbrada a comer comida basura, hamburguesas de cadenas de comida rápida, bandejas de comida precocinada y, sobretodo, toneladas y toneladas de bollería industrial. Por eso, cuando la pequeña galleta de chispitas de chocolate rozó sus papilas gustativas, no pudo evitar cerrar los ojos y gemir con satisfacción.
—¿Te gustan las galletas, Emma unnie?
Emma estaba demasiado concentrada degustando el dulce como para contestar, demasiado concentrada incluso como para procesar el apodo de Isaac, así que se limitó a asentir con la cabeza.
—¡Las hice yo! Bueno, Jenns me ayudó un poquitín. Ella mezcló los ingredientes y les dio forma, y también las puso en el horno...¡pero yo les puse las chispitas de chocolate! Y todo el mundo sabe que la parte más importante de una galleta son sus pepitas —declaró Isaac con orgullo.
Jenna rió y negó la cabeza, pensando que su hermano no tenía remedio, mientras Emma miraba con admiración a la omega. ¿Había algo que no supiera hacer?
—Son las mejores galletas que he comido nunca —dijo con franqueza.
Aquella merienda era casi tan dulce como las sonrojadas mejillas de Jenna. Emma solo quería apretarlas entre sus manos y besar los abultados labios de Jenna, quería comprobar hasta qué punto el tierno rostro de la omega podría sonrojarse.
—Eres una exagerada, unnie —dijo Jenna apartando su mirada avergonzada y sin poder retener una tímida sonrisa halagada.
—¡Jenns es la mejor cocinera del mundo! Siempre me hace pasteles y bollos, mamá dice que, si sigue dándome de comer, me pondré redondito como una pelota.
Isaac acompañó sus palabras abriendo sus brazos alrededor de su cuerpo e hinchando mucho sus mofletes, como si fuera una persona muy gorda. Jenna rió suavemente y miró a su pequeño hermano con ternura.
—Creo que mamá tiene razón, no debería darte más dulces.
—¡No, Jenna! ¡Los dulces no! —exclamó Isaac alarmado y su hermana mayor volvió a reír.
—Solo bromeaba, pequeño —dijo revolviéndole el pelo al asustado niño.
Emma solo sonreía al tiempo que degustaba otra de las deliciosas galletas. Antes de llegar a casa de Jenna, pensó que no sabría cómo actuar ni qué decir, que se sentiría incómoda delante de la dulce omega, nerviosa, y que terminaría por espantarla, sin embargo, estar entre los dos hermanos era, de alguna manera, reconfortante. Aquel lugar era acogedor, y la dulzura de Jenna parecía impregnar cada rincón de la casa, llenándola de luz y envolviendo a Emma en una esponjosa nube de felicidad.
—Nunca me habría imaginado que supieras cocinar.
Y eso era mucho decir, Emma se pasaba la mayor parte del tiempo imaginando a Jenna de todas las formas posibles.
─Bueno, aprendí cuando era muy pequeña. Nana me enseñó.─
─¿Nana?─ Preguntó Emma en parte por curiosidad y en parte porque el adorable rostro de Jenna parecía haberse iluminado al pronunciar ese nombre.
─Nana es nuestra abuela, tiene una pequeña pastelería en un barrio antiguo de Carson City.─
─¡Nana es genial! Siempre me deja lamer la cuchara de remover la masa después de hacer galletas.─ Intervino Isaac.
─Ella fue la que me enseñó a cocinar, me gustaría seguir sus pasos y convertirme en una gran repostera. Quizá abrir también mi propia pastelería.─
El aire soñador de Jenna envolvió a Emma y por un momento se imaginó a la omega ataviado con un delantal y con restos de harina en sus mejillas, cocinando lo que quizá sería un delicioso pastel de crema mientras ella la mira embobaba y de vez en cuando prueba un poco de masa solo para molestarle. Detuvo aquellos pensamientos y se golpeó mentalmente. Tenía serios problemas, estar expuesta durante tanto tiempo al embriagador aroma de Jenna estaba causando estragos en la alfa.
─Esto... Jenna. Llevamos mucho tiempo trabajando, quizá deberíamos parar por hoy y continuar otro día.─
Mentiría si dijera que no estaba cansada, y la idea de estar a solas con Jenna un día más se le hacía realmente tentadora.
─Claro, unnie. Lo siento, a veces pierdo la noción del tiempo. Podemos volver a quedar mañana, si le parece bien, claro. Si ya tiene algo que hacer...─
─¡No!─ Interrumpió bruscamente, sobresaltando a Jenna. ─Quiero decir, que no tengo nada que hacer. Podemos quedar, para acabar el trabajo.─ Se apresuró a añadir.
Jenna sonrió, había temido que a su unnie no le apeteciera estar otra tarde encerrada con ella y un montón de libros, pero, por algún motivo, el que Emma aceptase le llenó de una extraña y cálida alegría. Se moría de ganas por decirle a Percy que ella tenía razón, que no se debía juzgar a un libro por su portada. Emma no era mala, ni antipática, era una persona muy inteligente, a pesar de lo que todos pensaban, y había sido muy dulce con su hermanito. También era la alfa más guapa que Jenna había visto nunca, aunque prefería no pararse a pensar mucho en eso.
Cuando Emma se marchó, no podía borrar la estúpida sonrisa que se había dibujado en su cara. Su alfa interior estaba pletórica, y aún podía sentir el aroma de Jenna impregnado en su ropa. La omega era como un sueño hecho realidad, y era reconfortante saber que no le tenía miedo. Quizá fuera la primera persona después de Ajax que no retrocedía intimidada ante su presencia.
Esta vez llegó a tiempo para coger el autobús, aunque prefirió no haberlo hecho, así habría tardado más en regresar. El vehículo se detuvo en la parada que estaba a unas dos calles de su casa, y Emma caminó sin prisas hasta la puerta de aquella especie de mansión incrustada en uno de los barrios más ostentosos de toda California.
El portero le abrió la ornamentada puerta saludándole con un "Bienvenida de nuevo, señorita Emma.", como si se tratara de la grabación de un contestador automático. Ella asintió a modo de respuesta y subió las escaleras de mármol hasta su cuarto. Su habitación era enorme, diáfana e impersonal. Se dejó caer pesadamente sobre el colchón King Size y cerró los ojos, trasladando su mente de nuevo a la casa de la omega. Sus hogares eran tan distintos; el de Jenna irradiaba calor familiar en cada metro cuadrado, y el suyo era tan sumamente frío que le helaba la sangre. Aunque, para Emma, todos los lugares eran fríos sin la presencia de su omega.
