Cuarta función - El fenomeno albino

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No debió sorprenderle que Kurapika viviera en un alquiler, irónicamente mucho más lujoso que el suyo. Al preguntarle cuanto ganaba, Kurapika le contesto:

— En ciudad York, soy conductor de noticias de un canal llamado "El Autor Economista", financiado por la familia Nostrade. Ellos son millonarios y me tienen en buena estima, por eso ves todo esto. Yo no soy así, en realidad soy bastante humilde.

Killua asintió, ya se auguraba que el rubio no era de esos. Con pesadez, se sentó en el sofá y cogió con gusto la bebida que le ofrecieron.

— ¿No desconfías de mí?

— ¿Por qué? ¿Tiene veneno? — Se burló Killua, juguetón.

— No, no podría— Kurapika se escandalizo— ¿Quieres empezar con el juego de preguntas y respuestas?

— Oh, te oigo ansioso por querer saber más— gruño Killua, internamente ofendido porque estuviera en esa casa solo por ser útil para alguien, como siempre sucedía en casa, con su familia.

— No es eso, es que me extraña que hayas accedido a venir tan fácilmente. ¿Confías en mí? Porque yo quiero tener a un aliado en esta batalla y creo que podrías ayudarme.

— ¿Un aliado? Puede ser. Si gano diversión con esto, no me importa.

A decir verdad, le interesaba mucho lo que este rubio podría estar ocultándole, pero eso lo resolvería más tarde, ahora tenía que elegir sus movimientos con cuidado.

Lento, se tomó el contenido de la lata.

— Para empezar, ¿Por qué querrías delatar a tu jefe?

— No es mi jefe. Es el primer trabajo que hago donde mi familia no es la que manda, solo sigo las reglas porque necesito el dinero— respondió honestamente, pensando en Alluka.

— Entiendo— Kurapika se sentó frente a él, disgustado— Yo desbaratare a ese grupo de amorales. Si estas de mi lado, podre tener un pie adentro. Si solo quieres entretenimiento de mi parte, lo tendrás. Tengo pensado ahogar en desesperación absoluta a esos cirqueros.

— No hace falta que me digas que los odias. Puedo ver tu odio a kilómetros. ¿Y bien, cuál es tu plan?

— Primero, recolectar información. Después, hare mi jugada.

— Espero impaciente por ver como lo harás.

Vaya niño más desvergonzado. Su actitud caprichosa y traviesa era un problema, aun así, tenía algo encantador. Su sonrisa divertida lucia hermosa y sus fracciones se ajustaban al protagonista de un cuento de hadas. Mirándolo con atención, noto la forma libre y fluida de su cabellera albina, tan reluciente como un manto de árboles nevados. ¿Sería suave al tacto también?

— Si acabas con el circo rompes la magia, ¿lo sabias?

Kurapika despertó de sus pensamientos desviados.

— No es "magia"— rectifico Kurapika— Es una fantasía engañosa. Si te lo crees, no tenemos nada de qué hablar.

— Yo no creo en milagros ni en la magia— Killua se tomó toda la lata de un sorbo y la tiro al basurero sin mirar, justo en el blanco— Si estas decidido a hacer lo que vas a hacer, con gusto te acompañare.

— Eres un niño perverso— declaro el Kuruta, las manos inquietas debajo de la mesa que los separaba— ¿No te importa si los elimino? ¿Qué harás después de eso?

— Siempre me he valido por mí mismo. No estoy atado a nada.

— De todas formas, voy a salvarte— Killua lo miro hito a hito— ¿Qué pasa? Me has dicho que ellos no te importan.

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