IX

379 23 22
                                    

Gustavo volvió con los dos cafés y se sentó al lado de mío. Zeta, Gustavo y Charly se miraban entre sí y no dejaban ni una sola palabra entre tantas miradas.

—¿Qué pasó? ¿Por qué el ambiente incomodo?— Hablé tratando de cortar el silencio.

—Nada, no es nada. Sólo. . . Gustavo estaba hablando de sus alucinaciones nocturnas.

—¿Eh?

—No son alucinaciones, pelotudo. Enserio lo sentí.

—¿Qué? ¿Sentiste como te miraban?

—¿Cómo. . .? ¿Cómo sabés eso?

—Yo. . . También lo sentí. . .

Hubo un silencio tenebroso, nos mirábamos intensamente entre todos. La mirada volvió a sentirse en mi espalda. Esta vez no era solo una, eran dos miradas. Dos miradas que parecían clavarse en mi espalda como agujas.

Un eléctrico escalofrío recorrió la espalda de Gustavo, él también las sintió.

Me dí la vuelta repentinamente. Dos sombras negras parecieron esconderse entre los árboles del bosque. La sangre se me vino abajo, estaba completamente pálida.

—¿Estás bien?— Gustavo miró para atrás, pero las sombras ya no estaban. —Ahí no hay nada, Vic.

—L-las ví, Gustavo. Habían dos sombras observandonos. . . S-se escondieron en los árboles. . .— Casi no tenía voz, y lo que tenía temblaba y tartamudeaba como nunca.

—No jodás, piba, eso da miedo.— Me reprochó Zeta.

—¡No es una joda! ¡Enserio! Habían dos personas ahí. . . Mirándonos. . .

—Si es tan cierto, vamos al bosque a ver que nos encontramos.—Habló Charly levantándose del sillón.

—No sé. . . ¿No nos dijo Gabriel que no entraramos?— Habló Gustavo.

—Dale, boludo, te cojés a una me-.— Zeta tapó la boca de Charly antes de que pudiera terminar la frase.

Entrecerré los ojos. —¿Qué?

—Nada, vamos.— Dijo Gustavo.

Ellos se abrigaron, lamentablemente yo no traía ningún abrigo, pero Gustavo me prestó una campera azul grisáceo. Salimos directo al bosque.

Al llegar los escalofríos de los cuatro se hicieron presentes. Corrientes de aire frío constantes, luces que se prenden y se apagan que no provienen de ningún lado y susurros de ves en cuando hacían que nos volvieramos locos.

En un momento se escuchó la voz de dos personas, una luz amarilla y el ruido de fuego encendido.

Nos fuimos asomando cada vez más al lugar. Sospechábamos que podrían ser campistas, pero no podíamos estar seguros de eso.

Las voces se tornaban conocidas, eran dos voces que reconocía totalmente. Y al asomarse por los árboles se veía cómo Gabriel y Valentina charlaba frente al fuego.

—¿Ella entró ya?— Se escuchó que decía Gabriel.

—Si, ya entró. Se vé que a ella le gusta Gustavo. El tema es que el le corresponde, eso nos arruina todo el plan.— Respondió Valen.

—Si. . . ¿Qué hacían en la noche?

—Nada, estaban durmiendo juntos.

—¡Que asco! ¿Cogieron en medio mi quincho?— Zeta casi explota en carcajadas al escuchar eso. Charly le tapó la boca para evitar que soltara la mínima risa.

—Idiota, estaban Zeta y Charly ahí.

—¡¿De a cuatro?!— Zeta se puso rojo de la risa. Nos dimos la vuelta y comenzamos a irnos antes de que Zeta nos delatara.

Las voces se seguían escuchando a lo lejos.

—Dejá de boludear ¿Querés?

—Bueno, bueno, el punto es que necesitamos que Gustavo se vaya antes de lo programado. Si no no va a funcionar nada.

—¿Cómo hacemos eso?

—Fácil.— De ahí no logramos escuchar mucho más.

Al terminar de escuchar las voces Zeta largó la risa más enloquecida que escuché en toda mi vida. Y nos terminó contagiando a todos. Bueno, excepto a mí y a Gustavo. Nosotros pensábamos en el por qué, y en el cómo. Al menos ya sabía de quien provenían las miradas, pero eso solo hacía que me inquietara todavía más.

Ella, o él, me había estado espiando todo ese tiempo. En la casa de Juan, en mi casa, en el restaurante, etc. . .

Temblaba de miedo por la horrible sensación. La horrible condena. ¿Por qué? ¿Por qué a mí? ¿Qué hice para que quisieran hacer lo que quisieran hacer?

Ni siquiera me dí cuenta de que ya estaba sentada en el sillón. Y Zeta y Charly estaban en la terraza tomando cerveza.

—Vic. . . Vic. . .

—¿Si, Gustavo?

—Dejá de temblar. . . Por favor. En cualquier momento te agarra una convulsión. Me da miedo. . .

—¿Miedo? ¿De qué?

Nos miramos a los ojos. Podía sentir como mi corazón se derretía por adentro por culpa de esos ojos azules.

—Miedo. . . De perderte. . .— Gustavo agarró mi mandíbula suavemente. —Es. . . Mi mayor miedo del momento. . .

—Gus. . .— La expresión de Gustavo me provocaba ternura.

—Tengo miedo de lo que quieran hacerte Gabriel y Valen. No sé que van a hacer para que yo vuelva antes de tiempo, pero. . . No quiero volver antes de decirte esto. . .

Gustavo unió sus labios con los míos. La sangre subió a mis mejillas, ardía como nunca. Su lengua se enredaba con la mía como si fuera a ser la última vez. Nos separamos dejando un suspiro.

—Me gustas. . . Me gustas mucho Gustavo. . .— Apoyé la cara en su pecho.

—Se supone que yo me iba a declarar, nena.

—Perdón, llegaste tarde, muy tarde.

Gustavo y yo conectamos miradas otra vez, y estuvimos a punto de besarnos pero Zeta tosió al ver la escena que se formaba ante sus ojos. Había bajado de la terraza para buscar cervezas.





S I G N O S - Gustavo Cerati Y Tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora