VIII: Delicado

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VIII: Delicado

La ausencia de la luz del sol y ventanas fue lo primero que Aliceth notó al entrar, o quizá, fue la llama de las velas alrededor de todo el lugar. A pesar que era propio de una bruja, Aliceth lo vio como algo místico, incluso divino.

Sus castaños ojos curiosos recorrieron alrededor, Aliceth veía frascos de cerámica de todos los tamaños, botella apiladas en repisas de madera oscura y vieja, con algunas inscripciones y anotaciones. "Romeo", "Tomillo", "Esencia Durazno", incluso creyó leer "Vino", pero seguramente era un vino muy diferente al de la eucaristía o al vino común.

Vio pequeños altares a deidades que ella desconocía, quizá había más Dioses y Diosas que su Dios, aunque en ella resonó mucho que hubiese "Diosas femeninas" también.

Fijo su vista al suelo, el piso tapizado con alfombras moradas, notaba un bordado que ella desconocía, inscripciones que nunca había leído antes. No estaban en francés ni en latín, era un idioma desconocido.

—¿A qué vienes?

Aliceth se sobresaltó al escuchar una voz ronca y madura llamarle y fijo su vista al frente. 

Ahí estaba, Jayah la Bruja, una mujer entrada en años, la más longeva de la comunidad como dijeron sus amigas gitanas, Aliceth llegó a pensar que era la persona más longeva que había visto en su vida. Llevaba puesto un vestido verde como el bosque muy largo, su cuello y brazos estaban adornados con collares y pulseras tintineantes, Aliceth inclusive llegó a ver más de un arete decorando sus orejas y uno más en su nariz. El largo cabello de Jayah tenía mechones oscuros y mechones plata por partes iguales, trenzado y adornado con cuentas, y una oscura sombra decorando sus misteriosos ojos, que parecían haber presenciado siglos de existencia.

Aliceth, apretando sus labios entre sí, trató de contestar:

—M-Me dijeron que podía... Podía usted ayudarme...

Aliceth no era capaz de ver a los ojos de la mujer y fijaba su vista en la alfombra. Todo esto seguía siendo desconocido para ella.

—Siéntate. No temas. Tu Dios no esta en conflicto con nosotros, sus creyentes sí...— Dijo la Bruja, la cual parecía haber adivinado el pensamiento de Aliceth. Ella elevó su cara a la de Jayah, sorprendida por el comentario dicho por la bruja. 

Sin esperar más, Aliceth se sentó en la mesa, de igual forma, llena de artefactos que ella no entendía que eran, como una enorme bola de cristal, unas extrañas cartas colocadas cuidadosamente una sobre la otra, un hueso parecido a una escapula con inscripciones y libros apilados entre sí. Otra vez su atención y curiosidad se posó sobre estos objetos y no sobre Jayah.

Aliceth notó que la gitana le daba unas ojeadas que la hacían sentir incomoda, pero trataba de no mostrarse como tal.

—Me contaron que no sabes que será de tu vida y estas en eternos conflictos sobre esta— Jayah la bruja dijo, Aliceth podía escuchar su voz muy grave, arrastrada y segura de sí, señal que la mujer tenía conocimiento en lo que ella se dedicaba.

—A-Así es...— Aliceth dijo en un susurro tímido —N-No sé qué me pasará...

La gitana mayor, quién miraba aun con cierto recelo a Aliceth, no estaba acostumbrada a tratar con gente fuera de su comunidad, más que tal vez a alguien que tuviese un buen puesto dentro de la realeza o a algún noble que estaba harto de seguir sus creencias natales y venía en búsqueda de auxilio y una solución rápida.

Pero jamás creyó que una novicia, una esposa de Dios, fuese a pedirle una consulta.

Conocía el temor de Aliceth a lo desconocido, y era consciente de que ella no quisiese verse más involucrada en el mundo de la brujería. Veía a la chica hacerse pequeña en el asiento frente a su mesa, el mechón de su habito salirse cuando ella intentaba serenarse, sus piernas moviendo arriba abajo muy frenéticamente y sus manos entrelazadas. Así que haría las cosas rápidas para ella:

"Divina Tentación"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora