XIV: Neblina púrpura

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XIV: Neblina púrpura

El galopeo insaciable del imponente y oscuro frisón anunciaba a los guardias del lúgubre Palacio de Justicia la llegada de su dueño. Con un trote elegante, Snowball se detenía a las afueras del Palacio. Bajando del caballo, Frollo ordenaba inmediatamente que fuera puesto en su caballeriza especial, y que no quería ser molestado esa noche.

Esa noche sería especial puesto que... Tenía mucho que festejar.

Sus pasos resonando en los fríos corredores de piedra. Una sonrisa imperceptible se dibujaba en sus labios. Había tenido un encuentro bastante prometedor con la Hermana Aliceth; esta batalla la tenía ganada, faltaba conquistar la guerra.

Y no faltaba mucho para vencerla.

Al adentrarse en la cámara que le pertenecía y cerrar la puerta tras sí, Frollo dejó escapar una risa de satisfacción. Buscando en su cava el vino con la mejor cosecha, agarró la botella junto con una copa de plata, vacío el líquido oscuro y se dio el gusto de tomarse un largo sorbo.

Dulce, el vino era tan dulce como su casi victoria, dulce como la inocente monja que caería en sus garras

—Pobre Aliceth...— Murmuró Frollo para sí mismo con falsa lastima, sorbiendo un poco más del licor tinto —...Tan sola y desolada. Nadie le brinda amistad ni consuelo, nadie desea ser su amistad... Ha tenido que volcar toda su confianza y esperanzas en mí, su eterno rival

Una maliciosa sonrisa se ensanchó de sus labios.

—Sigue confesando tus tormentos en este confidente, dulce María. Pronto, serás eternamente mía...

El solitario festejo del Juez fue tan exaltado, que se salió de control para el mismo, reía a carcajadas, hablaba solo con libertad, sin filtros en su boca que detuvieran palabras nada propias para un riguroso hombre de fe. La prudencia y el recato habían abandonado su mente nublada por vapores etílicos y pensamientos pérfidos.

Casi se bebió toda la botella en menos de dos horas y su cuerpo reaccionó de una manera diferente al que esperaba. La visión borrosa no le dejaba andar recto. A su falta de coordinación y equilibrio, Frollo intentaba conseguir un lugar que no fuera el suelo para soportar el mal rato. El calor de la chimenea más su propia calidez fueron fastidiosos para el Juez, en un intento desesperado por refrescarse, se quitó con torpeza su distintiva toga oscura, cayendo al suelo de piedra, junto con su birrete.

Los pasos se volvieron lentos, prosiguiendo con cuidado a pesar de su estado de embriaguez, y mientras seguía buscando un asiento logró escuchar el eco de unas risas femeninas resonando en las paredes. Frollo giró, reconociendo esa voz, sin encontrar más que su propia soledad.

Logró llegar a su diván, dejándose caer de espaldas, gruesas gotas de sudor perlaban su frente y cabello plata, empapando el resto de su cara, haciendo que su ropa se pegara incómodamente a su cuerpo. Dándose cuenta que el sudor se tornaba exagerado, buscó desmañadamente su pañuelo, para encontrarse con la sorpresa de que no estaba en sus bolsillos.

—¿Huh?— Frollo se dijo a sí mismo, y se resignó a darlo por perdido.

La borrachera daba fuertes estragos a su cuerpo, algo a lo que claramente no estaba acostumbrado.

Entrecerraba sus ojos, su pulso acelerado, Frollo dormitaba. Su sueño iba y venía, no dejándolo dormir completamente.

Su festejo se le salió de las manos, pero con saber que pronto estaría sosteniendo a su monja de fuego entre sus brazos le importaba poco las consecuencias de su ebriedad. Abrió sus pupilas al volver a escuchar aquella risa, y esta vez, la pudo ver.

"Divina Tentación"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora