XXVIII: No hay paz para los malvados
El Ministro de Justicia de París estaba arrepentido por los actos de su pasado, ¿Todos los crueles actos que ha cometido en su vida? Por supuesto que no, ¿Los recientes actos cometidos contra su joven asistente personal? Exactamente, esos actos. Pero el Juez, conocido por cruel, déspota y orgulloso, haciendo uso de su última cualidad para ni siquiera intentar formular una disculpa a la jovencita. La situación no ameritaba un gran drama, pero era tensa. Aliceth se limitaba a dirigirse a él por "Ministro", "Juez", "Su excelencia", "Su Señoría", pero no más "Mi Señor" aunque hubiese sido una orden permanente desde el principio. A Frollo le irritaba que Aliceth fuese rebelde con él en pequeños detalles. Bien decían que el demonio estaba en ellos.
Aliceth hacía su trabajo impecable cómo siempre, pero parecía que su forma de andar era más descarada, incluso cínica. Cada vez que se levantaba de su asiento a propósito arrastraba las patas de su silla contra el suelo, al acercarse al escritorio de Frollo, evitaba mirarlo a los ojos, le mencionaba los pendientes y obligaciones del día a su Superior, y al dejar los documentos sobre el escritorio, ni oportunidad le daba de intentar entablar una conversación, se sacaba la vuelta tan pronunciada que Frollo sólo tenía oportunidad de hablar con la espalda y cabellera de Aliceth.
Anteriormente, Aliceth esperaba después de las cuatro en punto para dirigirse a la biblioteca a seguir reescribiendo los tomos de la encomienda del Rey Louis, pero con los nuevos "cambios" a su rutina, ella se iba al mediodía.
Esta situación irritaba más al Juez, enfadado por haberse excedido con su orgullo. Internamente le echaba la culpa a miles de razones, a la pesadilla de Aliceth, a su hermano, a la tormenta. Pero no, ninguno de esos factores fueron los detonantes de que su María se alejara de él. Fue él mismo quién se lo buscó.
Incluso en los horarios de comida, Aliceth procuraba cenar más temprano que de costumbre para evitar comer junto con Frollo, con el pretexto de que se venía el período del adviento y necesitaba estar preparada para ello.
El penúltimo mes del año pasó muy rápido para muchos, dando lugar al mes más esperado por todos: Diciembre. Y en París, no es un mes desapercibido.
Pronto, cada puerta de cada hogar en París se colgaba guirnaldas de ramilletes de acebo, coronas con hojas verdes muy brillantes y frutillas escarlatas. Era una protección contra los malos espíritus que acechaban esas fechas. El proletariado estaba ansioso y alegre, pronto recibieron un pago muy grande para ellos y junto con eso, tres semanas libres para descansar, orar y encomendarse al natalicio del pequeño Jesús. Era importante recordar que todos estos festejos eran por el nacimiento del Hijo de Dios.
Algunos aprovechaban para conseguir presentes, era una nueva tradición, "presagios de la buena suerte" le llamaban. Entre la multitud de personas que se encargaban de conseguir los obsequios entre las calles de París, Aliceth Bellarose estaba entre ellos, usando uno de sus mejores vestidos y su capa contra el frío, salía de una pequeña librería, teniendo entre sus manos muchas bolsas de tela con dichos "presagios". Aliceth llegaba al carruaje del Palacio de Justicia y con ayuda de los lacayos, dejaba los presentes dentro de esta y se subía al carruaje. Al usar un carruaje sencillo, debía de ponerse la capucha de su abrigo para protegerse de los copos de nieve. Miraba a sus alrededores, jamás creyó que pasaría las festividades navideñas lejos de casa, pero en París, todo tenía una chispa diferente y especial.
Al volver al Palacio de Justicia, ordenó que llevaran todas las bolsas de tela a sus aposentos mientras que seguía a los sirvientes. Al llegar a su recamara y agradecerles a los siervos, Aliceth se giraba, se quitaba su abrigo y guantes, mientras que sacaba una vela y la encendía con ayuda del fuego de la chimenea, poniéndola en el borde de su ventana. Tomaba su biblia, su rosario, y aprovechaba su tiempo del día libre para rezar un poco los versículos de la venida de Jesús.
ESTÁS LEYENDO
"Divina Tentación"
Fiksi PenggemarEl juez Claude Frollo es el despiadado ministro de Justicia de París que se complace en infundir terror entre la gente. Persigue cruelmente a los gitanos y ejecuta sin piedad a quien caiga en sus garras, creyendo obrar en nombre de Dios. Pero su vid...