XVIII: La bienvenida

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Divina tentación

Parte II

XVIII: La bienvenida

En las calles empedradas de la Capital de Francia un carruaje se trasponía a través de estas, carruaje jalado por un guardián que hacia de lacayo y un corcel blanco. Los citadinos apenas veían el carruaje sin ventanas y coraza dura e impenetrable, se hacían a un lado y le dejaban pasar.

Más por una pequeña ventanita de dicho carruaje, una joven dama cuya vida monástica dejaba atrás asomaba su rostro. La joven dama, ahora ex novicia del convento de Notre-Dame, María Aliceth Bellarose, no podía ocultar su ferviente felicidad que habitaba en su ser ¡Al fin había dejado atrás aquel horrible lugar! ¡Al fin era libre de sus votos de novicia! ¡Al fin se sentía en completa libertad, era una mujer completamente libre!

La alegría se desbordaba en sus labios curveados, sus mejillas pecosas sonrojadas y el brillo de sus pupilas, descubriendo nuevas rutas de la ciudad que no se había dado el gusto de explorarlas y conocerlas. Ese recorrido le era de mucha ayuda, todo era tan abrumador, pero podía conocer un poco más de París.

—Veo que estas alegre— Una voz ronca y gruesa la hizo distraerse de su fascinación, Aliceth miró al portador de esa voz y le sonrió, el Ministro Claude Frollo, el único que pudo ayudarle a escapar de la monotonía y melancolía del convento, el que le ayudó a liberarse de las cadenas de una vida que jamás le iba a pertenecer. La sonrisa en su rostro se volvió aún más radiante —Mírate, casi sacas la cabeza por la ventanilla, si no tienes cuidado, vas a golpeártela con un tronco y la perderás

A pesar de la oscuridad del chiste, Aliceth no pudo evitar carcajearse —Oh, no se imagina cuan contenta estoy...— Aliceth volvía a asomarse por la ventana. Claude sonrió levemente mientras veía a Aliceth con deleite, la joven estaba nerviosa, claro, era un nuevo camino el que tenía que recorrer, pero sus ojos brillaban con emoción infantil mientras admiraba el paisaje citadino de París. Era absolutamente encantador para Claude, pero jamás lo admitiría en voz alta —Muchas gracias por esto...

—No tienes nada que agradecer, María— Respondió Frollo —Soy yo quién debería estar agradecido por haber aceptado mi oferta

—¿Oferta? — Aliceth respondió un poco anonada por la simpleza en la que Frollo respondió. En ese instante, ella se puso de pie dentro del carruaje a pesar del movimiento sólo para sentarse al lado de Frollo. Algo en el palpitó —Eso no fue una oferta, su señoría, eso... Usted me salvó mi vida, salvó mi alma del Infierno, ¿Cómo no voy a aceptar lo que usted me ofrece? Lo haré sin dudarlo, estaré eternamente agradecida con usted

Aliceth hizo una pequeña reverencia sentada, bajando su cabeza. Una sonrisa oscura en los labios de Frollo que ella no alcanzó a percibir. Tomando su mentón con la punta de sus dedos, Frollo la hizo mirarlo a los ojos.

—Lo vuelvo a repetir, no tienes nada que agradecer. Tu compañía y asistencia me serán muy valiosas. Eso para mi es suficiente recompensa

Aliceth se ruborizó suavemente bajo la mirada intensa del Juez. Aquella inocente timidez sólo acrecentaba el atractivo en ella, y Claude sentía crecer en su interior el ansia de poseerla. Pero debía de ser paciente.

Ya la tenía donde quería, ya iba a quedarse más tiempo del estimado en París, y sobre todo, ya estaba a su lado. Ahora sólo restaba ganarse su confianza y afecto, avivar esos sentimientos para que finalmente cuando ella cayera, pudiera hacerla suya en cuerpo y alma.

Pronto, los dos estarían atrapados en la neblina púrpura, por ahora, sólo los estaba acechando.

—Prometo ser una buena asistente y no causarle problemas— Aliceth dijo, tratando de aclararse con Frollo, sus dedos jugueteando entre sí —Aún si me hubiese ofrecido un puesto en la servidumbre, lo hubiese tomado ¡Y haría mi mejor esfuerzo!

"Divina Tentación"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora