Aquella mujer.

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Noches enteras en vela, llorando.
Días enteros de trabajo en trabajo.
Casi como una mujer con poderes de teletransportación, siempre en varios lugares a la vez intentando ser de hierro para no caer.
Peleó con uñas y dientes para sacar adelante una casa con un montón de hijos ingratos que en lugar de agradecer todo su esfuerzo, solo reclamaban y juzgaban.
Recuerdo como si fuera ayer como se trataba de esconder para que no la vieran llorar, por no poder comprarles un regalo para el día del niño o para las navidades o días de reyes, por no poder darles un plato de comida decente, que aún así nunca les faltó porque se las ingeniaba con lo poco para que al menos no se fueran a dormir vacíos.
Recuerdo la felicidad en sus ojos cuando le alcanzaba para hacer unas milanesas o un pollo asado los fines de semana, después de arruinar su salud trabajando en dos o tres lugares al mismo tiempo y aún así lo que recibía en esos almuerzos eran peleas, discusiones y hijos mal agradecidos que se burlaban por su enojo en lugar de reconocer esos pequeños momentos en los que su esfuerzo podía hacerse valer.
Recuerdo las tardes heladas de invierno y sus manos destrozadas por tener que lavar la ropa a mano.
Recuerdo la cantidad de veces que con ropa usada y su poca energía hacia prendas de vestir y hasta zapatillas para que pudieran lucir algo que pareciera nuevo.
Recuerdo cada vez que su cuerpo se dividio en dos para poder trabajar y aún así estar presente en cada momento, actos escolares, entrada y salida de la escuela, cumpleaños, noches y días enteros en hospitales por cada vez que fue necesario que estuvieran allí.
Recuerdo sus locuras para hacerlos reír, sus lentes de Daiana arroz, sus bailes de Mónica Argento, sus masas de sal, sus juegos inventados y los ya hechos.
Las tardes de pochoclos y películas viejas.
Las mañanas con música a todo volumen.
Las noches de dormir todos juntos en el comedor por algún temblor o porque en verano había un solo ventilador.
Ella lo dió todo, se esforzó más que cualquiera, y aún así siempre fue la mala de la historia y siempre lo será.
Pero eso no quiere decir que no tenga derecho a ser feliz y progresar. Dejo mucho pendiente, sus sueños quedaron en pausa y se enfoco en intentar cumplir los sueños de sus hijos, los ayudo, los acompañó, los aconsejo, pero ellos crecieron y sus decisiones los llevaron a tener la vida que tienen hoy, y eso ya no es responsabilidad de aquella mujer.
Aquella que dió su vida y aún así fue despreciada.
Aquella mujer que tuvo el valor de empezar desde cero con más incertidumbres que certezas, pero aún así lo intentó y salió adelante con quiénes decidieron seguir a su lado y con el peso muerto de quienes decidieron juzgar y abandonar.
Aquella mujer con un futuro brillante por delante.
Aquella mujer a la que tengo el orgullo de llamar mi madre.
Aquella mujer a la que le debo la vida y aún dándole eso no podría nunca agradecerle todo lo que hizo y hace por mí. A la que todos los días le debo una disculpa por ser hija y no poder entender muchas veces su dolor de ser madre.
Aquella mujer, la heroína de mi historia, el ejemplo de mujer que quiero llegar a ser. Fuerte, valiente, dedicada, inteligente, madre, muchas veces por más peso que sienta al decirlo padre, amiga, compañera, confidente, y responsable.
Aquella mujer... Mi amada y hermosa madre.

~SG~ 

Mi menteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora