Capítulo 9

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—¿No vas a guardar mi número?

Patético. Ha esperado a que todos se vayan a bañarse para dirigirme la palabra.

—No es necesario.

—Yo creo que sí

Giré la cabeza para mirarlo levantando una ceja a modo de interrogación.

—No quiero perderme cuando cambies tu foto de perfil por una de nosotros dos.

Me guiñó un ojo y le respondí con una mueca de asco.

—Más quisieras.

—¿Apostamos?

Me incorporé un poco apoyando un codo en la toalla para mirarlo fijamente. Observé su sonrisa burlona.

—¿Siempre tienes que ser así de capullo?

—Sólo contigo.

—Pues mira qué suerte tengo.

Solté un suspiro volviendo a dejarme caer en la toalla.

—La verdad es que sí.

Cerré los ojos tratando de ignorarle. No duró mucho. El tacto de su brazo rozando el mío me erizó la piel.

—¿Se puede saber ahora qué hacés?

—¿Siempre eres tan antipática?

Lo empuje apartándolo de mi toalla.

—No soy antipática. Es que tú eres un maleducado.

Puso una mueca de pena bastante adorable. De pronto cambió el gesto poniéndose de rodillas mientras me tendía una mano.

—Venga, vamos a nadar pelirroja.

—No me apetece.

—Respuesta incorrecta.

Se levantó de un salto y antes de que me diera cuenta me había levantado por la cintura y sin ninguna dificultad me llevaba al hombro en dirección al agua. Dio igual que le golpeará la espalda con mis puños o los miles de insultos que le proferí hasta llegar a la orilla. No le importó lo más mínimo. Es más, parecía divertirle aún más mi intento de berrinche. Noté el agua fría rozándome las puntas de los dedos y luego directamente se tiró conmigo al agua haciendo que nos sumergiéramos por completo.

Volví a la superficie lo más rápido que pude, poniéndome de pie entre las olas y apartándome los rizos mojados del rostro.

—¡Vamos!— me gritó alejándose mar adentro. —Tu amiga dice que se te da bien nadar. ¿Hasta las rocas?

Me quedé parada en la orilla. No pensaba seguir a ese imbécil. Al menos no hasta que oí la siguiente frase.

—A no ser que seas una aburrida, pelirroja.

—No soy una aburrida.— dije entre dientes y comencé a nadar detrás de él.

🖤🖤🖤

Rodeamos las rocas hasta la cala que quedaba al otro lado. Era una porción pequeña de playa accesible solo a nado y que prácticamente desaparecía cuando subía la marea. Lo seguí fuera del agua y lo imité sentándome en la orilla a una distancia prudencial. No había nadie más. Solo el viento y el vaivén de las olas.

—Me encanta este sitio.

Lo miré sin decir palabra y él me devolvió la mirada.

—¿Qué? ¿Demasiado cursi para el gilipollas de los porros?

—No he dicho eso.

—Pero lo has pensado.

Bueno, tenía razón, era justo lo que había pensado.

Se dejó caer de espaldas sobre la arena colocando sus brazos bajo la cabeza. La vista perdida en el cielo. Admiré su perfil. De nuevo esa sensación de calor dentro de mí. Aparté la mirada y me tumbé en la misma posición.

—A mi abuela le encantaba esta playa.- continuó hablando sin mirarme. —Siempre me traía aquí cuando era pequeño. Antes de que construyeran el cercado y dejará de ser accesible por carretera.

—No sabía que se podía llegar desde arriba.

—No lo sabía nadie. Por eso era nuestro lugar. Solíamos venir temprano y pasar aquí todo el día. Casi puedo oler todavía sus tuppers de croquetas y los bocadillos de pollo empanado.— una sonrisa hizo que la comisura de sus labios se curvaran. —Me enseñó a nadar aquí mismo. Cuando llegábamos a casa estaba tan agotado que caía rendido antes incluso de cenar.

Dejó escapar un suspiró evocando aquel recuerdo, se giró hacia mí apoyándose sobre el codo y clavó sus ojos verdes en los míos.

—¿Cuál es tú lugar especial?

Preguntó mientras su mirada iba bajando poco a poco, recorriendo todo mi cuerpo. Podía sentir sus ganas de tocarme, pero no lo hizo. Y yo aproveché esos segundo para escapar del hechizo.

—¿Te funciona esto con todas?

Soltó una carcajada.

—Tú no eres como todas.

—No, no lo soy.

—Por eso eres la única a la que he traído aquí.

Pronunció aquellas palabras mientras se acercaba despacio. Se colocó encima mía, aguantando el peso con los brazos sin que su cuerpo me rozase. Se pasó la lengua por los labios. Esos labios. Su rostro estaba tan cerca del mío que podía notar su respiración. ¿Por qué no me besaba?

—¿Por qué haces esto?

Mi voz sonó entrecortada. Me temblaban las piernas.

—¿El que?

—¡Esto! Provocarme y luego nunca llegar a besarme.

Sonrió mordiéndose el labio inferior. Dios estaba tan guapo cuando sonreía así.

—No voy a besarte hasta que me lo pidas.

—Bésame.

La palabra salió de mi boca en una milésima de segundo. Temblorosa, en un susurro casi imperceptible. Me moría de vergüenza. No lo había podido controlar.

—No, así no.— dijo negando lentamente. —Cuando me lo pidas sin arrepentirte.

Tomé aire tratando de tranquilizarme. Pasé mis brazos alrededor de su cuello y flexione mis rodillas dejando que sus caderas encajaran entre mis piernas. Nerviosa. Excitada. Lo miré fijamente perdiéndome en la inmensidad de sus ojos.

—Bésame.— repetí esta vez con seguridad.

No hizo falta que insistiera. Dejó caer su cuerpo presionado ligeramente contra el mío, enredó sus manos en mi pelo y me besó como nunca antes me había besado nadie. Sentí la adrenalina corriendo por mis poros. Estaba enganchada, y sabía que con una sola dosis no me bastaría. No ahora que lo había probado. 

 

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Amor y otras drogas - ADRENALINA [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora