El verano pasó a tal velocidad que cuando llegaron las últimas semanas yo misma me sorprendí. Habían sido unos meses raros. Mi relación con Mario había alcanzado un punto irregular en el que prácticamente no hacíamos planes con gente y sólo nos veíamos a solas, en su casa o en la mía para tener un sexo increíble. Pero nada más. ¿Cómo habíamos llegado a ese punto? Buena pregunta.
Comenzamos el verano tratando de hacer planes conjuntos, con sus amigos y los míos. Aquello no fue muy bien. No digo que no lo intentaran, pero a excepción de Fran e Irene, el resto se sentían claramente incómodos cada vez que nos juntabamos. Así que empezamos a turnarnos entre su grupo de amigos y el mío. Eso tampoco fue como esperaba. La verdad es que ninguno de los dos terminaba de encajar con los amigos del otro, pero yo no quería dejar de intentarlo. Para mí era importante que pudiéramos hacer planes y tener vida más allá de la cama. Mario sin embargo pronto desechó la idea. Primero empezó a poner excusas para no venir con mis amigos y luego poco a poco las fue creando para que yo dejara de ir con los suyos. Y simplemente ocurrió. Cada uno hacía sus planes por separado y luego él venía a recogerme y nos íbamos, o simplemente aparecía en mi casa de madrugada.
Lo acepté. Aprendí a vivir con ello como si fuera algo normal. Al fin y al cabo me sentía mucho más cómoda con mis amigos y él con los suyos ¿qué tenía de malo? El problema es que poco a poco eso nos fue distanciando. Las conversaciones empezaron a ser más escasas. No teníamos nada en común. Nada que no fuera el sexo. Y eso me hacía sentir insegura, aunque no quisiera reconócelo. Empecé a sentir que no podía confiar en él al 100% y de vez en cuando los celos me atacaban convirtiéndome en otra persona, una que no me gustaba ver. Y los demás comenzaban a darse cuenta.
🖤🖤🖤
— Vale, a ver, él quiere venir, pero es que le ha surgido...
— Adri sabes que te quiero. — mi prima intentó de sonar calmada pero sé que estaba enfadada.
— Uy, cuando empiezas una frase así es que no me va a gustar.
— A ver, ven, siéntate. — me pidió Irene acercando otra silla.
Me senté frente a ellas.
— Una relación no es sana si no está equilibrada. Tienes que hablar con él y explicárselo. Que entienda cómo te sientes, las cosas que son importantes para ti.
— Lo sé. — me sentía como una niña pequeña siendo regañada por su madre.
— Pues hazlo.
— Lo haré.
Mi prima me miró fijamente con el ceño fruncido.
— Sí, sí. Lo voy a hacer, de verdad.
— Y que te respete.
— Respeto, sí.
— Esto era importante para tí y él debería saberlo. Tienes que hablar con él. — dijo Irene colocando su mano sobre mi regazo tratando de infundirme confianza.
Seguí dándole vueltas a aquella conversación. Mis amigas tenían razón. Intenté repetirme esas palabras para que se me grabaran. Respeto. Equilibrio. Las repetí una y otra vez durante toda la tarde hasta que lo ví. Su sonrisa perfecta, su cuerpo atractivo, esos ojos... me olvidé de todo lo que quería decirle . Me olvidé una vez más de mí. Sólo quería asegurarme de que existiera un nosotros.
— Hola pelirroja.
Me saludó con un beso.
— ¿Puedes quedarte?
Vi como miraba por encima de mi hombro. Su amigo ya le llamaba insistente a mi espalda.
"Ya voy" le indicó con un gesto.
Lo miré intentando suplicar que se quedará pero no funcionó. No era suficiente.
— ¿Vendrás a dormir esta noche?
— No, no creo. Pero pásalo bien y saluda a las chicas de mi parte. Ya te llamo mañana.
Me dio un beso en la frente y se marchó. Dejándome allí plantada. Lo estaba perdiendo, podía notarlo, cada vez más lejos. Y no había nada que pudiera hacer para impedirlo.
🖤🖤🖤
El sonido estridente del telefonillo me despertó. Miré el móvil. Las cuatro de la mañana. Me restregué los ojos tratando de espabilarme y cogí a tientas las gafas de la mesilla de noche. Levanté la persiana y me asomé por la ventana de mi habitación que daba a la entrada.
— ¿No vas a pedirme que suba? — gritó Mario desde la calle.
Se tambaleaba, obviamente estaba borracho.
— No. ¿Por qué ? ¿Ahora sí quieres que lo haga?
— No lo sé, ¿si?
— ¿Y después qué?
Incluso en su estado de embriaguez entendió que estaba dolida, que la había cagado. Una vez más. No supo qué contestar.
— Mejor llámame otro día si quieres. Cuando hayas madurado.
Volví a bajar la persiana y me tumbé en la cama mientras las lágrimas comenzaban a empapar la almohada.
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Amor y otras drogas - ADRENALINA [Completa]
Roman d'amourDicen que en la vida todos tenemos tres amores. El primero es el que llega en la adolescencia, inocente, te llena de ilusiones. El segundo te enseña el dolor y te aferras a él aún sabiendo que no es para ti. Ese amor que hubieras deseado que fuera p...