XI. hiriente culpa

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Tal vez debería empezar por dejar de insultar a Izuku hasta en la forma en la cual le llama. Deku nunca fue una bonita forma de dirigirse al niño. En un principio sintió que, tal vez, insultar a Izuku era la mejor forma de hacerlo entrar en razón.

Leyó en un libro de la vieja que la mejor forma de educación y aprendizaje en niños es la repetición, por ello su pequeña mente puntiaguda pensó que sería maravilloso hacer entender al chiquillo que era un inútil llamándole y repitiendo que era un inútil. Después, cuando los ojitos verdes de Izuku brillaban igual o más mientras jugaba en el parque a ser héroes, gritando «¡Kacchan, kacchan! ¡Mira, me columpio muy alto!» pensó que no sería suficiente. Ahí empezó con el adiestramiento físico.

Con el paso de los años se dió cuenta de que, efectivamente, parecía no funcionar. Deku parecía más y más enfrascado en convertirse en héroe cuando ni siquiera podía defenderse de sus bullies.

Nada parecía funcionar, incluso si lo golpeaba con poca fuerza (cuando estaba de buenas) la frágil piel parecía ser propensa a formar enormes moretones. Como si pintara un lienzo en blanco. Ahora, después de tanto tiempo sin verlo y verlo de la forma en que siempre quiso, (el aspecto de panda y los ojos sin brillo no eran exactamente su meta, pero lo podía aceptar, verga, no todo podía ser perfecto, ¿Cierto?) no podía evitar querer verlo a cada segundo e instante de su vida. Aunque se conformaba por ahora con que Izuku estuviera a salvo.

Realizó una última sentadilla búlgara de su sesión. Descansó alrededor de dos minutos y comenzó a estirar, doblando su torso hasta que el mismo tocaba las rodillas con las piernas estiradas. Dolía como la mierda, pero ayudaba a que el dolor del día siguiente menguara.

Si pudiera hacer lo mismo con Izuku, hacer que el dolor menguara... Sabía que la había cagado, no era estúpido. Pero creía firmemente en sus propias razones eran más que buenas para olvidar y pasar página, su objetivo había sido logrado, el pecoso no correría peligro y podría hacer más de sus estúpidos análisis (cosa que era sorprendente, esa cabecita guardaba mucha información y la interpretación que hacía... Joder, era increíble. Izuku era increíble).

Necesitaba hablar con él, pero ya hasta lo había mandado a la verga. Sin duda Katsuki  tenía orgullo, pero sabía que ahora debía de tragarse (el orgullo) para poder arreglar sus pequeños problemas.

Lo que de verdad le hinchaba los cojones era la estúpida cara del estúpido del mitad-mitad, andando como perrito faldero del enano, dándole bricks de leche con café, (¡Izuku odiaba el café!) Y haciéndole ojitos de estúpido junto a putas sonrisas. El bastardo le sonreía. Cuando la ojos de mapache mencionó con la piel de un tono chillón que el guapo e inalcanzable de Todoroki andaba de novio con el delegado del 1E, a Katsuki le valió tres hectáreas de pito y le pidió que se callara el hocico si iba a hablar pura babosada, sin embargo cuando se enteró que el delegado del 1E era su Deku, le pidió que siguiera de hocicona.

No lo podía creer. ¡Era un maldito insulto! Él lo había esperado durante dos años sin saber nada y ahora, apenas un par de meses de haber entrado a la estúpida U.A ya tenía novio. Parecía ser un tema muy histérico en su salón, las morras no paraban de hablar de lo linda pareja que hacían, de que Todoroki le sonreía, ¿Qué putas importaba si sonreía o no?, ¿Cuál era el puto milagro?

De tanta mirada que le había dado al pecoso se había dado cuenta de que ni siquiera le sonreía al bastardo. Y el mismo Todoroki tampoco le sonreía tanto como decían las imbéciles del salón, pero definitivamente Izuku nunca le sonrió. Eso, para él, era una buena señal. Significaba sin dudas que no estaba interesado en el vato y que, con suerte, le caía gordo. Sino, ¿Cómo se explicarían que su niño risueño no se anduviera riendo con los cachetes rojos? Justo como lo hacía con él mismo en sus tan lejanos tiempos de secundaria.

Si a Deku le llegara a gustar ése insípido, sin duda se le notaría. En la secundaria nunca fue bueno ocultando anda, tampoco en la primaria. Siempre supo que le gustaba, a Izuku es decir, el niño era demasiado expresivo con todo y sólo los imbéciles de la escuela confundían aquello con miedo o respeto.

Pero él mejor que nadie sabía que Izuku lo amaba. Se lo dijo con los ojitos brillosos cuando iban en secundaria, por supuesto aceptaría, pero aún no era el momento. A Izuku le faltaba madurar y dejar se soñar con estupideces imposibles que lo ponían en peligro. ¡Su carrera ahora era increíble! En serio estaba más que orgulloso por sus logros, aunque Izuku no quisiera compartirlos con él.

Porque a pesar de todo, le dolía su indiferencia. Le dolía la forma en la cual se fue, así sin más, sin dar explicaciones, sabía que tampoco las merecía, que había sido un imbécil y que debería agradecer que no le llegó una demanda por abuso, pero... Pensó que lo que tenía con Izuku era algo especial, que ambos se sentían de aquella forma y que, a pesar de las adversidades siempre volverían uno con el otro, tal como la leyenda del hilo rojo.

Pero lo arreglaría. Siempre arreglaba todo, ésto era un contratiempo, por supuesto, pero Izuku de algún modo u otro siempre regresaba a él... Estaba destinado a suceder.


























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