7. Hoy a la medianoche.

685 101 33
                                    

 Aziraphale no estaba feliz. Tan simple como eso. El día anterior sí lo estaba y mucho, pero ya no. Y así había sido cada minuto durante las últimas dos semanas. Un segundo podía estar muy feliz y al siguiente sólo quería hacerse un bollito en el piso y llorar. Era un poco molesto, porque nunca le había pasado de tener sentimientos tan encontrados, pero en ese momento predominaba la angustia, el enojo y un gran sentimiento de inutilidad. No podía hacer nada para resolver la situación. Sólo tenía que encontrar la mejor manera de que sucediera. De que les sucediera. Y la mejor manera era, finalmente, decírselo a Crowley, y no podía esperar a la noche para llamarlo. Ni siquiera era lo mejor decírselo por teléfono.

 Dejó de dar pasos sin rumbo y caminó derecho al teléfono. Llamó, el tono sonó cinco veces hasta que se escuchó la voz animada de Crowley decir:

– ¡Aziraphale! ¿Se descompuso tu reloj de nuevo? Apenas son las cuatro y-

– Crowley – lo detuvo Aziraphale – ¿Estás en tu casa? – preguntó apurado.

– ¿Está todo bien?

– Sí, pero ¿estás en tu casa?

– Sí ¿Pasó algo?

– No, no. No te muevas de allí.

– ¿Seguro que-

 Aziraphale colgó. Agarró sus llaves y dejó la librería. Apenas pasaron cinco segundos y la puerta se volvió a abrir. Aziraphale se quedó parado en el umbral y miró a su alrededor. Contempló cada detalle que le fue posible, aunque ya se conocía el lugar de memoria. Dedicó quince segundos a eso, aunque hubiera deseado que fuera más. Asintió como dándose fuerza para continuar y salió del lugar.

 Entendía que Crowley no había querido verlo últimamente, y no sabía la razón, tal vez intentaba proteger a ambos. Habían estado muy cerca de ser destruidos por sus bandos debido a que no respetaban exactamente lo que sus bandos querían, se habían salvado exitosamente, pero quién sabía por cuánto. Era entendible que Crowley buscara alejarse de él para calmar los recelos de sus superiores, pero Aziraphale sabía que eso no tenía sentido y debía explicárselo a Crowley. Le quedaba poco tiempo.

 Llegó rápido, no tanto como hubiera querido. Estuvo frente a la puerta y en vez de golpear, usó, por primera vez, la llave que Crowley le había dado.

– ¡Crowley! – llamó mientras entraba al lugar.

 El demonio no tardó en aparecer en el recibidor y caminó hacia él con gesto preocupado. Tan pronto como Aziraphale lo tuvo cerca, lo abrazó.

 Crowley se quedó duro. Aziraphale lo abrazó más fuerte.

– Perdón por venir así.

– ¿Está todo bien? – preguntó Crowley con un hilo de voz, tal vez porque no podía respirar.

– No– dijo Aziraphale y sintió un nudo en la garganta. Tomó aire. – Me voy. Van a descorporizarme, debo ir al Cielo y quedarme allí.

 Crowley suspiró, cerró los ojos, sintió su cuerpo ablandarse contra Aziraphale y sólo entonces lo rodeó con sus brazos.

– Yo también. He pedido mi puesto en la Tierra – dijo Crowley.

Aziraphale se sorprendió, definitivamente no esperaba eso. Quiso apartar sus brazos, que rodeaban a Crowley por los hombros, y mirarlo de frente.

– No– lo detuvo Crowley y lo abrazó con la misma fuerza con que el ángel lo había abrazado antes. No quería que se alejara de su cuerpo.

Aziraphale no pudo resistir y abrazó nuevamente a Crowley, apoyó una de sus manos en la nuca de él, luego en su cuello.

Phone call - Ineffable HusbandsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora