Capítulo 15 [☑️]

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El silencio en la habitación se alargó más de lo que George podría haber imaginado. Sentía que cada segundo que pasaba sin una respuesta de Ringo era una condena. Quería que Ringo le hablara, que al menos le dijera algo, pero no lo hacía. Su respiración, calmada pero profunda, era lo único que rompía el silencio.

Finalmente, cuando George pensó que las palabras ya no tenían sentido, una voz rasposa y cargada de veneno rompió la quietud.

—¿Qué quieres, George? —La voz de Ringo sonó quebrada, como si cada palabra le costara. Pero su tono estaba lleno de un odio reprimido, algo que sorprendió y desarmó a George.

Ringo levantó la cabeza lentamente, sus ojos fijos en George con una intensidad que hizo que el pecho de éste se apretara. Por un momento, George pensó que tal vez aún había algo de la persona que había conocido, algo de Ringo que podría perdonarle. Pero lo que salió de la boca de Ringo fue todo lo contrario.

—No sé qué es peor, que hayas dejado que esa maldita te controle, o que, aún después de lo que hiciste, sigas pensando que mereces explicaciones de mí. —Ringo intentó moverse, pero un dolor agudo lo hizo volver a recostarse, sin embargo, sus ojos nunca dejaron de ser fulminantes.

George tragó saliva, sin saber cómo responder a esa furia, a esa rabia. El dolor que sentía Ringo estaba claro, pero las palabras lo lastimaban más de lo que podría haber imaginado.

—¿Sabes qué es lo peor de todo, George? —continuó Ringo, su tono ahora más bajo, pero más hiriente—. Que te crees el buen tipo. El que siempre hace lo correcto. El que nunca se equivoca. Y, sin embargo, eres igual de cobarde que todos los demás. Te dejaste manipular, te dejaste usar. Y ni siquiera tienes el valor de admitirlo. —Ringo rió amargamente, un sonido que hizo que el corazón de George se hundiera.

Las palabras de Ringo fueron un golpe tras otro, cada una más fuerte que la anterior. George quería replicar, defenderse, explicarle lo que había pasado, pero las palabras se le atascaban en la garganta. ¿Cómo podía explicar algo que ni siquiera entendía por completo?

—Yo nunca te dejé, Ringo. —Finalmente, George habló, pero su voz sonaba más débil de lo que esperaba. —Lo que vi… lo que hice… no significa que te haya dejado.

Ringo lo miró, su expresión un collage de ira y tristeza.

—¿De verdad crees que soy tan estúpido? —Ringo casi gruñó, la frustración evidente en su rostro. —Vi cómo te comportabas con ella, cómo te metiste en su juego. Y ni siquiera tuviste el valor de enfrentarme. Te quedaste callado, esperando a que el tiempo lo arreglara. Pero no, George. No lo hizo.

La rabia de Ringo era palpable. Él ya no podía seguir fingiendo que no le dolía. Las palabras lo consumían, y la traición que sentía hacia George era como una daga afilada en su corazón.

George se quedó en silencio, el peso de las palabras de Ringo caía sobre él como una avalancha. No sabía si podía hacer algo más para intentar remediar la situación. Pero, por más que quisiera, no podía cambiar lo que había pasado. Solo podía mirarlo, con el pecho apretado y los ojos llenos de arrepentimiento.

—No hay nada que puedas decir que me haga cambiar de opinión —añadió Ringo, su voz ahora rota—. Ya no confío en ti. Y, por si no lo habías notado, ya no me importa.

El golpe de esas palabras golpeó el alma de George con tal fuerza que sintió que se le escapaba el aire. Quería llorar, pero no podía. Quería correr hacia Ringo y abrazarlo, pero la distancia entre ellos ahora era irremediable. Ringo había dejado de ser el hombre al que amaba. En este momento, era un extraño, alguien que lo miraba con odio y resentimiento.

George se quedó allí, sin palabras, incapaz de hacer nada ante la tormenta emocional que Ringo había desatado. Todo lo que quedaba ahora era el dolor, y las palabras de Ringo seguían retumbando en su cabeza.

La habitación se sumió en otro silencio, más pesado que nunca. Ninguno de los dos dijo nada más. Pero el daño estaba hecho, y nada volvería a ser lo mismo.

George no pudo evitarlo más. Las lágrimas comenzaron a caer, primero de manera lenta, luego con más fuerza. Su rostro se contorsionó por el dolor, por la impotencia, por el peso de las palabras de Ringo. Nunca había imaginado que las cosas llegarían a este punto, que perdería a Ringo de esta manera. Pero aquí estaba, atrapado en su propio fracaso, frente a un hombre que ya no lo reconocía.

Él había amado a Ringo con toda su alma, había compartido con él lo mejor y lo peor de sí mismo. Pero ahora, al ver esa mirada vacía, llena de desprecio, todo parecía tan lejano. Cada lágrima que caía representaba una pieza de su corazón que se rompía, una pieza que, con el tiempo, no sabía si podría juntar de nuevo.

Ringo lo miró fijamente, su rostro impasible, como si no hubiera nada que pudiera hacer que su postura cambiara. Cada palabra que George decía, cada suspiro de desesperación, parecía solo alimentar el abismo entre ellos.

George intentó hablar entre sollozos, pero sus palabras salían entrecortadas.

—Ringo… por favor… te juro que… no era lo que pensabas. Yo no… no quería hacerte daño.

Ringo rompió el silencio con una voz baja, pero cargada de una ira contenida, que hizo que el corazón de George se hundiera aún más.

—¿Sabes qué es lo que más me duele, George? —preguntó Ringo, su tono frío, pero sus palabras como dagas—. Que no solo me hayas traicionado. No solo me hayas dejado por ella, sino que me hayas mostrado lo despreciable que eres. Me acuerdo de cómo me decías que solo era yo para ti, que nadie más podría hacerte sentir como yo lo hacía... ¿Y ahora? ¿Ahora me vienes con esa cara de víctima?

George tragó saliva, su garganta se sentía como si tuviera piedras. Las palabras de Ringo lo golpearon como una tormenta, pero no pudo replicar nada. Sabía que no había nada que pudiera decir para justificar lo que había hecho.

Ringo continuó, cada palabra más cortante que la anterior.

—¿Recuerdas cómo me decías que te gustaba cuando te acariciaba así? —Ringo hizo un gesto con la mano, como si estuviera recreando un recuerdo doloroso. George se encogió, como si las palabras fueran cuchillos en su piel. La mención del pasado, de esos momentos íntimos, de lo que había sido una vez algo tan real, lo golpeó con la brutalidad de una verdad que no podía ignorar—. Cómo te gustaba cuando te tocaba, cuando te besaba de esa manera. ¿Sabes cuántas veces me pregunté si algún día te importó lo que sentía?

George no pudo evitar que más lágrimas corrieran por su rostro. La vergüenza lo inundaba, y el dolor de escuchar a Ringo hablar de esa forma solo hacía las cosas más insoportables.

—Te vi besarla, George. Te vi tocándola. Y pensé que... tal vez era el final. Pero no, ¿verdad? Porque aún esperas que me quede aquí, con la esperanza de que puedas arreglar algo que ya está irremediablemente roto —dijo Ringo, su voz una mezcla de desprecio y dolor—. ¿Sabes lo que me hiciste sentir? Me hiciste sentir como un tonto. Como si lo que compartimos no hubiera sido nada. Como si pudiera ser reemplazado por cualquiera.

George no sabía qué decir. Las palabras de Ringo se clavaban una tras otra, sin piedad. Todo lo que había hecho, todo lo que había intentado, no servía de nada. Ringo ya no era el mismo. La relación que habían tenido, que George había creído que sería para siempre, ya estaba perdida, y no había vuelta atrás.

—¿Eso es lo que crees de mí? ¿Que solo fui un juego, Ringo? —dijo finalmente George, su voz quebrada, buscando una respuesta que no llegaba.

Ringo lo miró fijamente, sin cambiar de postura.

—No se trata de lo que yo crea, George. Se trata de lo que tú hiciste. Y ahora, lo único que me queda es ver cómo te deshaces de todo lo que alguna vez fue real entre nosotros. Porque, por mucho que llores, ya no importa. Lo que hiciste no tiene solución.

Ringo volvió a girar la cabeza, mirando al techo, dejando a George en silencio. Sus palabras se colaron en su mente una vez más, como un eco cruel que no podía apagar. George no podía decir nada más, no había respuesta que pudiera calmar la tormenta que había desatado.

Se quedó allí, en esa habitación fría, con la sensación de que todo lo que había amado se desvanecía, sin poder hacer nada para recuperarlo.

Dr. Harrison • Starrison • Donde viven las historias. Descúbrelo ahora