Capítulo 12 [☑️]

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El ambiente en la oficina estaba cargado de una tensión que ninguno de los dos podía negar. Min se acercó a George con una mirada decidida, y sin pensarlo, sus labios se encontraron en un beso ardiente. Fue un contacto abrupto, como si la chispa entre ellos se hubiera encendido de golpe, pero para George, todo sucedió demasiado rápido, y lo único que pudo hacer fue seguir el flujo de lo que Min parecía esperar. Su cuerpo reaccionó con una fuerza que él no quería reconocer, pero su mente estaba distante, atrapada en una nube de confusión.

Min, entregada, lo atrajo más cerca con una pasión desesperada, y él, sin saber cómo salir de ese momento, comenzó a responder con el mismo fervor, aunque solo en su cuerpo. Sus manos de ella se aferraron a su camisa, empujándolo con tal intensidad que el escritorio retrocedió ligeramente. Papeles que antes estaban perfectamente alineados se cayeron al suelo con un suave susurro, y una taza de café se volcó, derramando líquido caliente sobre la superficie de madera, pero para George todo eso era ajeno. Sus pensamientos eran un caos, pero su cuerpo, traicionero, seguía el ritmo de Min.

El beso continuó, mientras las lenguas se entrelazaban, y cada movimiento de Min era una llamada urgente a algo que George no podía sentir. Las manos de ella recorrían su pecho, bajando por su abdomen, mientras él, incómodo, dejaba que sus propias manos se movieran sin mucha decisión. En su espalda, las yemas de sus dedos se deslizaban mecánicamente, sin el deseo que ella buscaba, pero con una urgencia que no podía negar. Su corazón latía con fuerza, pero no por la cercanía de ella, sino por la necesidad de salir de esa situación, de encontrar una salida a la mentira que estaba viviendo en ese beso.

Min, con una urgencia palpable, deslizó una mano hacia el cinturón de George, intentando desabrocharlo con un movimiento decidido. Él, atrapado en el momento, intentó permanecer inmóvil, su mente luchaba por encontrar alguna forma de detener lo que estaba sucediendo, ella se iba a sorprender si lograba desabrocharlo, George estaba tan desconectado y no disfrutaba para nada, que Min no iba a encontrar nada si lograba desvestirlo. No podía evitar pensar en que Ringo si hubiera podido lograrlo. Sus labios continuaban explorándose, y sus respiraciones se volvían más profundas, pero la incomodidad crecía con cada segundo.

Min se acercó más, presionando su cuerpo contra el de él, y cuando sus dedos alcanzaron el cinturón, George sintió una oleada de ansiedad recorrer su cuerpo. Estaba allí, inmóvil, sintiendo el roce de sus manos, el calor de su aliento en su cuello, y aunque su mente le gritaba que se detuviera, su cuerpo no respondía como esperaba. De repente, en medio del caos de sus pensamientos, un golpe fuerte en la puerta interrumpió el momento, seguido de una voz que resonó en el aire.

—¡Doctor Harrison! —dijo un paramédico con urgencia—. Ha llegado un paciente con un ataque de epilepsia grave.

George, con el corazón aún acelerado, se apresuró hacia la puerta, su mente apenas registrando lo que sucedía. El paramédico lo miró, y George sintió un tirón en su pecho al escuchar el nombre.

—Es el señor Starkey —dijo el paramédico, casi como si lo estuviera advirtiendo.

Al escuchar su nombre, George se detuvo en seco. Ringo. Su mente volvió a ese primer encuentro en el hospital, cuando él había sido llevado de urgencia debido a un fuerte ataque. Ringo había sido un paciente complicado para él, pero nunca lo había olvidado, y ahora, al escuchar su nombre nuevamente, una sensación extraña lo invadió. Se giró hacia la puerta y, sin decir una palabra más, salió apresuradamente. El pasillo del hospital estaba frío y clínico, pero para George, ese ambiente le resultaba lejano en ese momento. Su corazón latía desbocado mientras corría hacia la unidad de emergencias.

Al llegar, el caos era palpable. Varias enfermeras y médicos corrían de un lado a otro, pero algo en la atmósfera se volvió más pesado cuando George vio a Ringo, tendido en una camilla, rodeado de tubos y máquinas que monitorizaban su estado. El recuerdo de su rostro se inundó de nuevo en su mente, como una pesadilla a la que no lograba escapar. Las veces en las que habían estado juntos, las caricias, las palabras no dichas, la despedida silenciosa que él nunca supo cómo afrontar. Todo eso le golpeó con fuerza, y George sintió un retorcijón de culpa y ansiedad.

Se acercó a la camilla, sin saber exactamente qué hacer, con la respiración entrecortada. El rostro de Ringo estaba pálido, pero los ojos de él permanecían cerrados, ajenos a todo lo que sucedía alrededor. Min había llegado poco después, observando a George con una mezcla de incertidumbre y frustración, pero él no podía pensar en ella, ni en el caos previo, ni en nada más que en la figura de Ringo.

—¿Qué pasó con él? —preguntó George, el tono en su voz cargado de preocupación.

—Un ataque epiléptico severo. Está estable por ahora, pero necesita ser monitoreado —respondió una de las enfermeras, manteniendo una distancia profesional.

George se acercó más, mirando a Ringo, luchando con los propios sentimientos que resurgían. Había algo en él que seguía aferrándose al pasado, a lo que había sido. Min lo observó desde atrás, sin saber si interrumpir o dejarlo estar, pero finalmente, ella se acercó, tomándole suavemente el brazo.

—George, necesitas descansar, tu turno acabó hace horas —le dijo, pero sus palabras no tuvieron impacto en él.

Él seguía mirando a Ringo, sin poder apartar la vista, sintiendo que algo se rompía dentro de él.

Dr. Harrison • Starrison • Donde viven las historias. Descúbrelo ahora