23. Zona de amor

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Zona de amor


El sol se había ocultado ya, pero sus rayos naranjas continuaban iluminando el cielo. No obstante, la curiosidad de Severus no era más que el deleite que sentía al ver los ojos de Harry brillando con el resplandor dorado del atardecer. Después averiguaría dónde estaban, por el momento se concretó a rozar con sus dedos la cara sonriente del joven del que se había enamorado contra toda su voluntad.

— Te amo. —le susurró, consiguiendo que todo el reluciente crepúsculo se opacara con la luminosidad del rostro de Harry.

— No sé si puedas imaginar lo que siento al escucharte decírmelo. ¡Me haces el ser humano más feliz del mundo!

— Te creo que seas el segundo. —dijo inclinándose para abrazarlo—. Gracias, gracias por haberme abierto los ojos.

— No digas eso, yo soy quien agradece haberlos abierto y ver quién eres realmente. Pero ahora, Sev, ¿te has fijado dónde estamos? —cuestionó cambiando de tema.

Severus respiró hondo para renunciar a aquel abrazo y mirar a su alrededor. Sabía que era un lugar al aire libre, pues el viento revoloteaba su cabello, y el olor salado era imposible de pasar por alto. Dio un paso atrás y sintió hundirse en la blanca arena.

Nunca había estado en ese lugar. Una playa solitaria rodeada por dunas y algunas elevaciones rocosas y arboledas brindándoles cálida privacidad. A pocos metros se dibujaba una casa de madera, parecía haber sido recientemente restaurada, pintada de blanco y con un jardín trasero.

— ¿Quién vive ahí, Harry? —preguntó con curiosidad.

— Por el momento, nadie. Pero podemos venir siempre que queramos. —dijo mostrándole una llave—. ¿Recuerdas que dijiste que Draco me había suplantado en el afecto de los Weasley?... este ha sido mi regalo de cumpleaños, ¿qué dices ahora?

— ¿Los Weasley te dieron una casa? —cuestionó asombrado.

— No es cualquier casa. —aclaró.

Harry tomó la mano de Severus para caminar hacia la vivienda, sin embargo, no entraron en ella. Rodearon la construcción para llegar a un jardín trasero.

— Aquí nos refugiamos un tiempo durante la guerra. —continuó Harry mientras se acercaban a un pequeño montículo de arena, en cuyo alrededor surgían plantas desbordantes de aromáticas flores—. En este lugar está Dobby.

La voz de Harry se quebró un poco, soltó la mano de Severus para arrodillarse frente a la tumba. En silencio se quitó un calcetín colocándolo en la lápida que había sido limpiada hacía muy poco.

— Molly y Arthur creyeron que yo sería la persona adecuada para tener la casa, y cuidar siempre de Dobby.

— Ha sido algo muy generoso de su parte. —aseguró acuclillándose junto a Harry.

— Se los agradeceré siempre. ¿Te gustaría que viniéramos a pasar algunas temporadas en este lugar?

— ¿Y por qué no? Es un lugar muy hermoso para estar con amigos como tú.

Harry sonrió acordándose de Dobby. Y se alegró cuando vio a Severus colocar un calcetín oscuro junto al blanco de Harry. Le miró enamorado. Realmente su corazón había elegido al indicado, aunque el camino no hubiese sido tan fácil. Se puso de pie con la intención de entrar a la casa, se moría de ganas por mostrarle a Severus las modificaciones que le había hecho para que quedara perfecta para ellos y Sadie. Sin embargo, el profesor continuó inclinado.

— Sev, ven conmigo. —le invitó extendiéndole la mano—. Quiero enseñarte el interior de la casa, sé que te gustará.

Snape se la sujetó, pero no se puso de pie, tan solo giró sobre la rodilla que apoyó en el suelo, y lentamente, fue colocando una reluciente argolla en el dedo de un confundido Harry.

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