El señor Márquez no sabía muy bien por qué estaba en esa fiesta.
Por más que lo había intentado, seguía sin descubrir cuál era la razón que le había impulsado a asistir. Quizá había ido por las insistentes invitaciones de sus anfitriones, la gran cantidad de invitados conocidos y desconocidos que asistirían o, probablemente por la necesidad de burlar el sentimiento de soledad que había experimentado últimamente. Y, gracias a esto, se mantuvo en una de las esquinas de la sala analizando los rostros de las personas que estaban frente a él, mientras decidía si alargar o no su visita.
Hasta que sus pensamientos se interrumpieron al percatarse de que una pareja se acercaba hacia él.
—¡Señor Márquez, lo estábamos buscando! Por alguna razón comenzamos a pensar que usted ya se había ido.
—Espero que esté disfrutando de la fiesta—agregó la señora Miller, la anfitriona.
—Sí, es una fiesta muy bonita, Isabel.
La mujer asintió con solemnidad, analizando si el resto de la sala mantenían el mismo pensamiento que su invitado, y, cuando finalmente se vio satisfecha agregó:
—Me alegra oírle decir eso. ¿Sabe? Al principio Fred no estaba muy de acuerdo, porque pensaba que era demasiado pronto; creía que a los niños les iba a molestar el ver a tantas personas, o el ruido que podían provocar, pero, al parecer todo está saliendo de maravilla. Inclusive me atrevería a decir que ellos también se lo están pasando bien.
—Bueno, no me pueden señalar por haber tenido dudas—se excusó el señor Miller, mientras le tendía un vaso a su comensal—, no solo por el tema de los niños, sino también por el tema del dinero, señor Márquez. Los primeros meses después del nacimiento de Annia no podíamos permitirnos tener más que unas pequeñas reuniones... Pero, me alegra que eso haya cambiado.
—Me alegro por ustedes.
—Sí, siempre he pensado que no hay nada como una fiesta para reunir a las personas. Es la mejor opción para conocer personas nuevas y olvidarse de las viejas—comentó Isabel, con distracción.
El señor Márquez se limitó a asentir, mientras examinaba el interior de su vaso, percibiendo el cítrico olor que se desprendía de él.
—Y señor Márquez, ¿Cuándo podremos ver su próximo trabajo? —Inquirió Fred, sacudiendo lo que quedaba del líquido al final del vaso, para luego tomárselo de un tirón—. Escuché que usted estaba trabajando en algo importante.
—Espero que puedan ver la obra pronto.
El joven asintió con la cabeza, insatisfecho por la poca información que había recibido.
—Ya veo... Y, ¿Puedo saber de dónde viene su inspiración?
—Vas a hacer que se vaya, Fred—reprochó su esposa, golpeándolo con suavidad en el brazo.
—¿Lo estoy incomodando, señor Márquez?
—No.
—Bien. Sin embargo, dispénseme de que pregunte cosas bastante... personales. No puedo evitar sentir una gran curiosidad sobre los artistas.
—¿Podría saber por qué?
—Bueno, he escuchado que hay artistas que viven por su arte, y otros que viven en su arte, ¿Sí me comprende? —Inquirió Fred, ignorando la mueca que hacía su esposa—. Entonces, siempre me ha provocado curiosidad saber de donde encuentran la inspiración para hacer algo así. ¿Puede imitarse esa inspiración? ¿Puede ser encontrada por cualquiera? Esas son las preguntas que muchas personas no se hacen cuando admiran una obra.
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El boulevard de los muertos y otras historias
Viễn tưởngCuando morimos, ¿adónde vamos? Virginia Dodson no sabía que llevaba muerta más de treinta años, así que todos los días repite la misma rutina, hasta que una mañana descubre una sensación extraña. ¿Hay algo diferente? ¿Y qué es? Al salir de su aparta...