Dos sonidos

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El olor a café recién hecho invadía todo el lugar, haciendo que inmediatamente todos tus sentidos se activaran. Me dediqué a observar la cocina, analizando distraídamente el proceso que llevaban a cabo los baristas para hacer una simple taza de café, haciendo que pareciera algo tan simple y delicado simultáneamente. Me pregunté qué tanto tiempo les había tomado para aprender eso.

—¿Sigues pensando en eso? —Inquirió Rebeca, por encima de la pantalla de su teléfono—. ¡Vaya! Entonces no tienes ningún remedio.

Volteé para mirar al resto de personas en la cafetería. ¿Se darían cuenta de que estaba intentando no llorar desde que llegue? ¿Sabrían todos lo que estaba pensando? Y, aunque sabía que era imposible que sucediera, e inclusive que rozaba el narcisismo, el miedo comenzó a invadirme.

—¡Eliza! —exclamó ella, chasqueando los dedos en frente de mi rostro—. Debes parar.

—¿Con qué? —Inquirí distraídamente, mientras sorbía un poco de café.

—Con eso —e hizo un gesto con la mano, mirándome de arriba abajo, dejando tranquilamente su teléfono sobre la mesa—. No puedes seguir con lo mismo, Eliza. Primero te quedas mirando al vacío durante minutos, y, cuando vuelves a la tierra, te quedas en blanco. ¿Qué te pasa?

—¿Perdón?

Rebeca negó lentamente con la cabeza. Y, fue en ese momento donde adiviné lo que pasaría a continuación: Estaba preparando un discurso o una regañina para hacerme entrar en razón. En cuestión de segundos comenzaría a utilizar esa voz que aplicaba cuando los niños con los que trabajaba no podían comprender algo, y después cambiaría de tema para que yo no me sintiera tan mal. Llevaba más de diez años con la misma estrategia.

—Debes dejar de pensar en eso.

—¿En qué, Rebeca? —repetí.

—Debes dejar de pensar en él.

La miré sin decir nada, sintiendo como mis mejillas comenzaban a arder, delatándome.

—Rebeca, yo no...

—Tu café se enfría.

—No estoy...

—Eliza, tu café se está enfriando—exclamó, cruzándose de brazos.

Inmediatamente rodeé el vaso con las manos, tratando de distraerme, mientras intentaba que mis ojos dejaran de estar empañados, o bien, que mis mejillas dejaran de arder. Y, cuando noté que Rebeca seguía mirándome fijamente, tomé unos cuantos sorbos del vaso, tratando de ocultar una parte de mi rostro.

—¡Está delicioso! ¿No te parece?

—Sí. Ahora, ¿Qué es lo que está sucediendo dentro de esa inquieta cabeza tuya?

—¿Acaso no lo sabes? —La miré extrañada, escuchando aliviada como las otras personas a mi alrededor seguían entretenidas con las conversaciones en las que estaban involucradas—. Fuiste tú la que me acaba de decir que me detuviera con lo que hacía, así que, ¿Qué estaba haciendo?

—Tengo una suposición, pero, necesito oírte decirlo.

—No, no es nada.

—¿Qué pasa, Eliza? Puedes decirlo.

Clavé la mirada en la taza de café, tratando de encontrar una excusa que pudiera desviar la conversación hacia otro tema, pero, sabía que iba a ser casi imposible si Rebeca no dejaba de estudiarme.

—Simplemente no me siento cómoda.

—¿No? Quizá podamos pedir otra cosa, no hay problema.

—No, es que... Siento que las personas pueden saber— y temiendo que me interrumpiera agregué—, sé que es ridículo, pero, me estaba preguntando si las personas pueden deducir lo que... ¿Estoy siendo Narcisista?

El boulevard de los muertos y otras historiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora