Cuando el extranjero cruzó la puerta, nadie sabía que hacer.
No sabían si sonreírle y hacer como que se retomaban las tareas interrumpidas, hablarle en otro idioma, ofrecerle una taza de café o siquiera espantar las moscas que ahora se posaban en los tazones de fruta sobre la mesa. Sin embargo, él simplemente se adentró más en la taberna hasta llegar al mostrador, y pedirme tranquilamente una habitación.
Inmediatamente me puse de pie y le entregué una de las llaves que tenía disponibles, insistiendo en el hecho de que me dejara ayudarle a subir una de las maletas que llevaba, por lo pesada que se veía a mi parecer. Y, mientras subíamos las escaleras hasta la tercera planta del hotel, vi cómo una de las maletas tenía pegada una pequeña insignia de lo que parecía una araña o, la silueta de un relámpago, aunque no quise preguntarle nada al respecto, en caso de que siguiera extrañado por el frío recibimiento que obtuvo minutos atrás.
Sin embargo, cuando estuvimos enfrente de la habitación que le correspondía, él simplemente me agradeció, tomó la maleta y cerró la puerta, por lo que inmediatamente volví sobre mis pasos, para sentarme detrás del mostrador, actuando como si nada hubiera sucedido frente a todas las miradas curiosas de mis clientes.
Lo más interesante fue que, a la mañana siguiente, mientras me encargaba de ordenar todo para recibir a los clientes, escuché cómo en la habitación arriba de mí, la que se suponía que le pertenecía al desconocido, a veces se escuchaban pasos tan ligeros y veloces como los de un niño, para cambiar a unos más suaves, seguidos de otros muchos más pesados. Y, preocupado de que alguien hubiera entrado en su habitación sin su permiso, decidí subir a inspeccionar, solo para llevarme la sorpresa de que, cuando toqué a la puerta, me abrió una persona completamente distinta.
—¿No es usted...? —Inicié, pero me interrumpí a mi mismo al darme cuenta de que ni siquiera había registrado el nombre de la persona a la que se suponía que le pertenecía la habitación. No obstante, el desconocido solo comentó que bajaría en unos cuantos minutos.
Asentí y volví a bajar las escaleras, culpándome a mi mismo por todos los descuidos que había tenido en una misma noche: No sólo había olvidado consultar la identidad del muchacho, sino que también había permitido que un desconocido entrara a su habitación. Y, cuando finalmente estuve enfrente del mostrador, mirando cómo poco a poco bajaban mis clientes para tomar el desayuno, me percaté de que los pasos ahora eran mucho más constantes que minutos antes, aunque no le di mucha más importancia.
Seguí con mi rutina normal hasta que poco a poco todas las personas fueron saliendo de la taberna, dejándome solo por unos cuantos minutos, por lo que me permití hacer un breve inventario de las reservas que tenía, pero, mi tranquilidad se vio interrumpida cuando escuché cómo la campanilla de la puerta de la taberna, la que se dirigía hacia las habitaciones, anunciaba que tenía un nuevo cliente.
Al salir, me topé con la mirada del desconocido, el cual se dedicaba a juguetear con su broche de araña.
—Dirige una taberna.
—No, dirijo el hotel y la taberna— corregí, mientras me acercaba nuevamente a mi lugar predilecto—. Hace 40 años que lo dirijo yo sola.
Él asintió, mirando lentamente a su alrededor, como si estuviera tratando de encontrar algún detalle que le pudiera indicar los años que habían pasado. Y, mientras yo esperaba a que me pidiera algo de tomar o de beber, añadió:
—Ahora sabe mi secreto.
—¿Secreto? ¿Qué secreto?
—Sabe que soy un extranjero.
Y fue ahí donde me lo contó todo.
No estaba a gusto consigo mismo ni con su cuerpo.
Había algo que no le gustaba. Al principio, pensaba que nada más era una idea que se iría de la misma forma repentina en la que apareció, pero, poco a poco fue invadiendo sus pensamientos, hasta que, descubrió que algo no le gustaba del todo. Pensó que podía ser su nombre lo que le desagradaba un poco, por lo que al tiempo decidió cortarlo a dos sílabas, con el fin de que pudiera saciar esa necesidad de originalidad y de diferencia entre el resto. Gracias a esto, se presentaba a sí mismo como Ro. Y, aunque esto había saciado su incomodidad por un cierto tiempo, pronto volvió a darse cuenta de que no estaba a gusto del todo.
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El boulevard de los muertos y otras historias
FantasyCuando morimos, ¿adónde vamos? Virginia Dodson no sabía que llevaba muerta más de treinta años, así que todos los días repite la misma rutina, hasta que una mañana descubre una sensación extraña. ¿Hay algo diferente? ¿Y qué es? Al salir de su aparta...