¿De dónde viene el miedo? Me pregunté, mientras volteaba para ver el reloj en la mesa de noche. Era probable que existiera una explicación lógica, una explicación tan simple que solo hubiera dicho "¡Oh!", para posteriormente asentir con la cabeza y continuar como si nada hubiera pasado, haciendo caso omiso al hecho de que alguna vez me lo pregunté. Y, analizando los números del reloj, me dije que todas las personas lo experimentan. Sentir miedo era algo normal. Era una reacción de supervivencia, ¿No?
Además, no conocía a ninguna persona que hasta el momento nunca hubiera experimentado miedo en algún punto. Por ejemplo, Javier les temía a las alturas. Lo comentó el primer día que nos conocimos; nuestro vecino de al lado nos había comentado que les temía a las serpientes, aunque su hijo menor siempre hubiera tenido una cierta fascinación por los reptiles, mientras que el chico del cuarto piso le temía a algo así como... ¿Quedarse atrás? O bien, quedarse sin tiempo.
Aun así, yo todavía no podía controlar la reacción que me provocaba pensar en lo que me asustaba. Pero ¿Cómo podría evitarlo?
En mi trabajo casi todos los días me había visto rodeado de casos similares, además de que, una parte de mi especialidad implicaba tratar dicho padecimiento. Sin embargo, casi todas las noches no había conciliado el sueño por pensarlo. Y, aunque trataba de alejarlo de mi mente, ahí estaba de nuevo, molestándome.
Me aterraba el simple hecho de que, en algún momento, todo lo que tenía a mi alrededor podía desaparecer. Me paralizaba el comprender que quizás, no podría recordar nada de lo que había a mi alrededor o quién era Javier, cuál era su voz, o lo que significaba para mí. Probablemente no podría recordar a qué me dedicaba, quién era mi familia o, quién era. Me aterraba no recordar.
Probablemente me desvanecería, hasta desaparecer. Y fue en ese momento en el que lo admití de nuevo, esta vez en voz alta: Me daba miedo perder la memoria. Pero ¿Cómo podría evitarlo?
Por años me había dedicado a estudiar el cerebro humano, e inclusive había llegado a la misma conclusión que todos los científicos antes de mi: Olvidar no era del todo malo. Aun así, me asustaba el hecho de que en algún momento mi cerebro se deteriorara de tal forma que todo lo que había adquirido comenzara a borrarse sin mi permiso, sin que pudiera evitarlo.
Además, sabía que mi tatarabuelo había perdido la memoria, por lo que también existía la posibilidad de que algún factor también se manifestara aun en mí. Era claro que su época era muy distinta a la nuestra: A fin de cuentas, no se tenían tantos avances tecnológicos como los que ahora encontrábamos en la actualidad, por lo que evitarlo puede que fuese mucho más difícil.
Sin embargo, siempre que escuchaba su historia pensaba en lo que habría pensado al final. ¿Habría tenido un destello de lo que pasaba o solo fue como ver una película? ¿Habría recordado quién era y donde estaba? ¿Pudo tener un pequeño vistazo a la vida que dejaba atrás? Probablemente no. Probablemente nunca se hizo ninguna de esas preguntas tampoco, aunque, a veces me gusta imaginar que sí.
Y, fue en ese momento donde el reloj anunció de nuevo que ahora era la medianoche. Los recuerdos estaban por llegar de nuevo. Las últimas noches había sucedido lo mismo.
Por alguna razón, cuando era la media noche mi cabeza insistía una y otra vez en recordar. A veces eran buenos recuerdos, como el día en el que celebré con mi madre el premio de la literatura a nuestra autora favorita, el día en el que me puse por primera vez mi bata y entré al hospital o, el día en el que descubrí que Javier también me amaba. A veces eran malos recuerdos, los cuales traían consigo dudas que parecen obligatorias en ellos.
Pero eran recuerdos. Y, eran esos momentos donde más sentía temor. Eran esos recuerdos los que me hacían rogar para no perder la memoria, para no perderme de ninguno de esos detalles. Me exigía a mí mismo no olvidar. No obstante, mientras revivía esos escenarios, e inspirándome por la historia de mi tatarabuelo, decidí que encontraría una solución para evitar o enfrentar mi miedo.
Y fue en ese momento en el que tuve la idea.
Decidí que la mañana siguiente, cuando los recuerdos de medianoche se hubieran ido, iniciaría: Inventaría una máquina con el propósito de poder ver lo que había sucedido anteriormente antes de que la memoria desapareciera. No la suplantaría, pero, la apoyaría. Las máquinas no sienten, por lo que tampoco olvidarían.
En la máquina se introducirían los diarios, y, ésta tendría la capacidad de leer todos los apuntes dentro de ellos, para posteriormente mostrar imágenes de todo lo que se escribió. El objetivo era que todos los recuerdos quedaran guardados dentro del sistema: Sería como ver una película de la vida por medio a lo que se introdujo en los diarios.
La pantalla debería transformar los escritos en imágenes, para posteriormente presentarlos en la pantalla. No sería como una máquina del tiempo, pero, dependiendo de lo que se quisiera revivir, o de la fecha que se quisiera recordar, sólo era cuestión de ver lo que se escribió en el diario. No se olvidaría del todo.
Y, mientras veía que todavía faltaba media hora de la medianoche, suspiré y, cerrando los ojos, dejé que todos los recuerdos y las dudas pasaran por mi mente, asegurándome con cada uno de ellos que, finalmente podría aceptar mi miedo. Me aseguré de que cada uno de esos recuerdos demostrarían y le darían sentido a mi existencia. Inclusive en una época distinta a la nuestra sería posible recordar sin miedo.
Reflexioné sobre el hecho de que, yo podría pasar al olvido, pero, era probable que en una época distinta alguien me recordaría. Alguien sabría que yo, Frank, había existido, y que mis recuerdos también lo habían hecho.
Y, mientras trataba de conciliar el sueño, me permití revivir de nuevo los recuerdos de medianoche que se me presentaban, consolándome con la idea de que al menos mi temor no sería tan fuerte como antes. Estaría ahí; probablemente seguiría conmigo, pero, no lo olvidaría del todo, ni tampoco me afectaría como lo había hecho antes. En algún momento se desvanecería. Era probable que hoy comenzara a pasar al olvido...
Al final, me despedí de mis recuerdos de medianoche. Y, también me despedí de mis dudas sabiendo que ya no volverían.
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El boulevard de los muertos y otras historias
FantasiCuando morimos, ¿adónde vamos? Virginia Dodson no sabía que llevaba muerta más de treinta años, así que todos los días repite la misma rutina, hasta que una mañana descubre una sensación extraña. ¿Hay algo diferente? ¿Y qué es? Al salir de su aparta...