El náufrago herido por amor

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—Parece que hubo un naufragio recientemente—exclamó uno de los pescadores, mientras sumergía su mano en el agua.

—No lo creo—respondió el otro pescador, sin prestar mucha atención.

—Hay restos de madera en el agua, Tomás.

—¿De verdad? —exclamó el otro pescador sorprendido, aunque inmediatamente agregó—. Entonces es probable que las olas los arrastraron lejos, o, quizá ya fueron rescatados. Por eso no podemos ver nada.

El pescador asintió, mientras seguía mirando la lejanía, tratando de encontrar algo que confirmara la afirmación de su compañero. Todavía conservaba la esperanza de que hubiera sobrevivientes, o, al menos, que ellos pudieran hacer algo por ayudarlos. Por varios minutos, ambos pescadores se mantuvieron en silencio, hasta que su compañero soltó un grito ahogado.

—¡Allá, Raúl!

El pescador se puso de pie en su pequeño bote y se llevó una mano hacia los ojos, tratando de encontrar el punto que su compañero señalaba: A la lejanía notó como un cuerpo flotaba sobre una pequeña tabla de madera. Sus manos estaban sumergidas en el agua, como si hubiera intentado avanzar toda la noche de esa manera; así mismo, su ropa estaba rasgada, lo que comprobaba la suposición del marinero.

—¡Un náufrago!

—¿Está vivo? —inquirió el otro pescador.

—Eso vamos a descubrir, Tomás— respondió, mientras recogían sus redes y navegaban lentamente hacia él—. Espero que haya sobrevivido...

Cuando se consideraron lo suficientemente cerca de él, extendieron su mano para tocar su brazo, tratando de encontrar una reacción que les dijera que seguía con vida, pero, pese a todos los intentos de ambos pescadores, el naufrago no se movió. Ante esto, optaron por subirlo a su bote, y llevarlo hasta la orilla de la playa. La gente sabría qué hacer.

Durante su viaje hasta la orilla, ninguno de los dos hombres se atrevió a hablar, probablemente asustados de saber que cargaban a un desconocido con ellos. Y, una vez que lograron llegar a la playa se encargaron de posar el cuerpo sobre la arena, mientras apretaban sus manos sobre el pecho del náufrago, tratando de reanimarlo, sin dejar de gritar por ayuda.

—¿Qué? ¿Pero cómo?

—Es un náufrago —señaló una de las mujeres que se había acercado a los pescadores—. Pero, no supe de alguna embarcación que se dirigiera hacia aquí.

—No sabemos hacia donde se dirigía. Solo lo encontramos y decidimos rescatarlo—exclamó el pescador, sin dejar su tarea—. Cuando despierte sabremos que pasó.

—Si es que lo hace.

Después de unos cuantos minutos de desesperación, en los cuales fueron congregándose más personas a su alrededor, el náufrago abrió los ojos, inclinándose para escupir agua en la arena. Así mismo, el resto de las personas simplemente se dedicaban a mirarlo con curiosidad. Por un momento, nadie se atrevió a decir nada, mientras el náufrago se volvía a recostar en la arena, llevándose una mano al corazón, respirando cada vez más profundo.

—Háblale—le susurró una anciana al pescador.

—¿Estás bien?

El náufrago se limitó a observar.

—¿Te encuentras bien? Yo soy Raúl... Fui uno de los pescadores que te encontró. Decidimos traerte hasta aquí.

—Creo que no entiende nuestro idioma.

—¿De verdad?

—Bueno, no lo sé, no dice nada—respondió una niña tímidamente—. Pregunta otra cosa.

El boulevard de los muertos y otras historiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora