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Astuto Rex North

Durante los siguientes dos años y medio, Rex y yo seguimos casados, viviendo en una casa en las colinas, desarrollando y grabando películas en Paramount. A esas alturas, ya contábamos con todo un equipo: un par de agentes, un publicista, abogados y un administrador para cada uno de nosotros, además de dos asistentes en el plató y nuestro personal doméstico, incluida Luisa.

Cada día despertábamos en camas separadas y nos preparábamos en sectores opuestos de la casa; luego subíamos al mismo coche y llegábamos juntos al plató, y nos agarrábamos de la mano apenas entrábamos. Trabajábamos todo el día y después volvíamos juntos a casa. Entonces volvíamos a separarnos para nuestros respectivos planes nocturnos.

Los míos solían ser con Harry o con algunas estrellas de la Paramount que me caían bien. O tenía alguna cita con alguien en quien podía confiar para que guardara el secreto. Durante mi matrimonio con Rex, nunca conocí a nadie que me desesperara volver a ver. Tuve algunas aventuras, sí. Algunas con otros actores, una con un cantante de rock, varias con hombres casados: los que era más probable que mantuvieran en secreto el hecho de que se habían acostado con una estrella de cine. Pero ninguno significó nada para mí. Suponía que Rex también tenía sus aventuras sin importancia. Y, en general, así era. Hasta que, de pronto, dejó de serlo.

Un sábado, entró a la cocina mientras Luisa estaba preparándome unas tostadas. Yo estaba bebiendo una taza de café y fumando un cigarrillo, mientras esperaba que Harry pasara a recogerme para ir a jugar al tenis. Rex fue a la nevera y se sirvió un vaso de zumo de naranja. Después se sentó a mi lado en la mesa. Luisa puso las tostadas frente a mí y luego colocó la mantequilla en el centro de la mesa.

-¿Le preparo algo, señor North? -le preguntó. Rex meneó la cabeza. -Gracias, Luisa.

Y entonces los tres lo percibimos; ella tenía que excusarse. Algo estaba a punto de suceder.

-Empezaré con la ropa -dijo Luisa, y salió de la cocina.

-Estoy enamorado -confesó Rex cuando al fin nos quedamos solos. Fue, quizás, lo último que pensé que me diría.

-¿Enamorado? -le pregunté. Rio al verme tan sorprendida.

-No tiene sentido. Créeme, lo sé.

-¿De quién?

-De Joy.

-¿Joy Nathan?

-Sí. Hace años que nos vemos de vez en cuando. Ya sabes cómo es esto.

-Sé cómo es para ti, claro. Pero lo último que sabía era que la habías dejado.

-Sí, bueno, no te sorprenderá saber que, en el pasado, he sido un poco... digamos, desalmado.

-Sí, claro que podemos decir eso.

Rex rio.

-Pero empecé a sentir que podría ser agradable tener una mujer en mi cama cuando despierto por la mañana.

-Eso sí que es una novedad.

-Y cuando pensé en qué mujer me gustaría que fuera, pensé en Joy. Así que hemos estado viéndonos. Con discreción, claro. Y, bueno, ahora no puedo dejar de pensar en ella. Quiero estar con ella todo el tiempo.

-Rex, es maravilloso -dije.

-Esperaba que dijeras eso.

-Entonces, ¿qué hacemos?

-Bueno -respondió, inhalando profundamente-, Joy y yo quisiéramos casarnos.

-De acuerdo -dije. Mi cerebro ya estaba acelerándose, calculando el momento perfecto para anunciar nuestro divorcio. Ya habíamos estrenado dos películas; una había tenido relativamente buena acogida, y la otra había sido un éxito rotundo. La tercera, Carolina Sunset, sobre una pareja joven que pierde un hijo y se muda a una granja en Carolina del Norte para intentar superarlo, y los dos terminan teniendo romances con personas del pueblo, se estrenaba en unos meses más. Rex había participado sin muchas ganas, pero yo sabía que la película podía llegar a ser muy importante para mí.

THE SEVEN HUSBANDS OF DANIELA CALLE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora