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Brillante, bondadoso, torturado, Harry Cameron

-¿Por qué aceptaste hacerlo? -le pregunto-. ¿Por qué no dijiste que querías que lo apartaran de la película?

-Bueno, en primer lugar, porque una no anda por ahí haciéndose valer a menos que esté segura de ganar -responde Daniela-. Y yo estaba segura apenas en un ochenta por ciento de que, si me encaprichaba, Max lo despediría. Y, en segundo lugar, porque me parecía un poco cruel, para serte sincera. A Don no le estaba yendo bien. Hacía años que no tenía un éxito, y el público joven casi no lo conocía. Estaba divorciado de Ruby, no había vuelto a casarse y se corría la voz de que tenía problemas con el alcohol.

-¿Así que te sentías mal por él, por tu abusador?

-Las relaciones son complejas -explica Daniela-. Las personas son caóticas, y el amor puede volverse muy desagradable. Siempre prefiero errar hacia el lado de la compasión.

-¿Dices que tuviste compasión por lo que le estaba ocurriendo a él?

-Digo que tú deberías tener un poco de compasión por lo complicado que debió ser para mí.

Me ha puesto en mi lugar. Bajo los ojos al suelo, incapaz de mirarla.

-Lo siento -digo-. Es que nunca me encontré en esa situación, y pensé... No sé lo que pensé para juzgarte así. Te pido disculpas.

Daniela acepta mis disculpas con una sonrisa leve.

-No puedo hablar por todas las personas que han sido golpeadas por un ser querido, pero lo que sí puedo decirte es que el perdón no es absolución. Don ya no era una amenaza para mí. No le tenía miedo. Me sentía poderosa y libre. Por eso le dije a Max que me reuniría con él. Cuando Poché se enteró de que Don era parte del elenco, me apoyó, pero a la vez vaciló. Harry, aunque cauto, confió en mi capacidad de manejar la situación. Entonces mis representantes llamaron a la gente de Don, y concertamos fecha y lugar para la próxima vez que yo estuviera en Los Ángeles.

Yo había sugerido el bar del Beverly Hills Hotel, pero a último momento el equipo de Don lo cambió por el Canter's Deli. Y fue así como terminé reuniéndome con mi exmarido por primera vez en casi quince años, con un par de bocadillos Reuben de por medio.

...

-Lo siento, Daniela -dijo Don cuando se sentó. Yo ya había pedido un té helado y me había comido medio pepinillo en vinagre. Pensé que se disculpaba por llegar tarde.

-Son solo la una y cinco -respondí-. No es tarde.

-No -insistió, meneando la cabeza. Estaba pálido, pero también un poco más delgado que en algunas de sus fotos más recientes. Los años que habíamos pasado separados no lo habían tratado bien. Tenía el rostro hinchado y la cintura más ancha. Pero seguía siendo mucho más apuesto que nadie en ese lugar. Don era la clase de hombre que siempre iba a ser guapo, le pasara lo que le pasase. Así de fiel era su buena apariencia.

-Lo siento -repitió, y entendí el énfasis, el significado de la frase. Me tomó desprevenida. Llegó la camarera y le preguntó qué iba a beber. No pidió un martini ni una cerveza. Pidió una Coca-Cola. Cuando ella se retiró, me quedé sin saber muy bien qué decirle.

-Estoy sobrio -prosiguió-. Desde hace doscientos cincuenta y seis días.

-Tantos, ¿eh? -dije, mientras bebía un sorbo de mi té helado.

-Era un borracho, Daniela. Ahora lo sé.

-También eras infiel, y un cerdo -acoté. Don asintió.

-Eso también lo sé. Y lo siento profundamente.

THE SEVEN HUSBANDS OF DANIELA CALLE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora