Afable Robert Jamison
Con la muerte de Poché y la ausencia de Harry, me encontré finalmente en un matrimonio que, aunque casto, era estable, y mi vida pasó a estar oficialmente libre de escándalos. Yo. Daniela Calle. Una anciana aburrida. Robert y yo tuvimos un matrimonio amigable durante los siguientes once años. Nos mudamos otra vez a Manhattan a mediados de la década de 2000 para estar más cerca de Connor. Remodelamos este apartamento. Donamos parte del dinero de Poché a organizaciones LGBTQ+ y a la investigación de la neumopatía. Cada Navidad, organizábamos un evento benéfico para los programas de jóvenes sin techo de la ciudad de Nueva York.
Después de todos esos años en una playa tranquila, fue agradable volver a participar en ciertos aspectos de la sociedad. Pero en realidad, lo único que me importaba era Connor. Había logrado ascender en Merrill Lynch, y más tarde, poco después de que Robert y yo nos mudáramos a Nueva York, admitió, hablando con él, que detestaba la cultura de las finanzas. Le dijo que necesitaba dejar ese empleo. Para Robert fue una decepción que no la hiciera feliz aquello que lo había hecho feliz a él. Pero nunca sintió decepción por ella. Y él fue el primero en felicitarla cuando aceptó un empleo como profesora en Wharton.
Connor nunca supo que Robert había hecho algunas llamadas en su nombre. Él no quiso que se enterara. Simplemente quiso ayudarla en todo cuanto pudiera. Y así lo hizo, con amor, hasta que murió a los ochenta y un años. Connor pronunció el panegírico. Su novio, Greg, fue uno de los portadores del féretro. Después, ella y Greg vinieron a quedarse conmigo por un tiempo.
-Mamá, después de siete maridos, no creo que tengas mucha práctica en vivir sola -dijo Connor, sentada a la mesa de mi comedor, la misma en la que solía sentarse en una sillita alta con Harry, Poché, John y yo.
-Tuve una vida muy plena antes de que nacieras -respondí-. Viví sola una vez, y puedo volver a hacerlo. Tú y Greg deberíais hacer vuestra propia vida. En serio.
Pero en cuanto se fueron, me di cuenta de lo grande, lo silencioso que era este apartamento. Entonces contraté a Grace. Yo había heredado unos cuantos millones de Harry, Poché y ahora Robert. Y no tenía a nadie más que a Connor a quien consentir. Entonces consentía también a Grace y su familia. Me hacía feliz hacerlos felices, darles aunque fuera un poquito del lujo que yo había disfrutado casi toda mi vida. No es tan malo vivir sola, una vez que te acostumbras. Y vivir en un apartamento grande como este... Bueno, lo he conservado porque quería regalárselo a Connor, pero en algunos aspectos me ha gustado. Claro que siempre me gustaba más cuando Connor se quedaba a dormir aquí, especialmente después de su separación de Greg.
Te puedes dar una buena vida organizando cenas de caridad y coleccionando obras de arte. Puedes encontrar un modo de ser feliz con la realidad que te toque en suerte. Hasta que tu hija muere. Hace dos años y medio, cuando Connor tenía treinta y nueve, le diagnosticaron cáncer de mama en fase avanzada. Le dieron meses de vida. Yo sabía lo que era darse cuenta de que la persona amada dejaría este mundo mucho antes que uno. Pero nada podría haberme preparado para el dolor de ver sufrir a mi hija. La sostuve en mis brazos cuando vomitaba por la quimioterapia. La envolví en mantas cuando lloraba de frío. La besé en la frente como si fuera otra vez mi bebé, porque siempre lo sería. Le dije que cada día de su vida había sido el mejor regalo del mundo para mí, que estaba convencida de que no había venido a la tierra para hacer películas, ponerme vestidos de color verde esmeralda ni saludar a las multitudes, sino para ser su madre. Me senté junto a su cama en el hospital.
-De todas las cosas que he hecho en mi vida -le dije-, nada me ha dado tanto orgullo como el día que naciste.
-Lo sé -respondió-. Siempre lo he sabido.
ESTÁS LEYENDO
THE SEVEN HUSBANDS OF DANIELA CALLE
Fiksi PenggemarDaniela Calle, el ícono de Hollywood que se ha recluido en su edad madura, decide al fin contar la verdad sobre su vida llena de glamour y de escándalos. Pero cuando elige para ello a Laura Villa, una periodista desconocida, nadie se sorprende más q...