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El miedo que sentía por poder tocar cosas de vez en cuando, incluso personas, se había ido. Todo giraba en torno a Jacob y no me sentía mal por ello, al contrario, estaba contenta de estar cerca. Pero era consciente de que no debería permitir esa cercanía, tarde o temprano me iría de nuevo. Y esta vez sería para siempre. De hecho, en aquel momento, por alguna razón, ya me sentía lejos de él, aún mientras caminabamos hacia la florería.

―Parece que será un buen día ―comentó mirando al cielo.

Asentí... aunque él no me veía; iba dos pasos por delante de mí.

―¿Pasa algo?

―No ―respondí.

―¿Crees que el novio de Anna vaya a verla hoy?

―¿Tanto te importa? ―reproché.

―¿Estás molesta?

―No.

―¿Segura?

―Jacob, no comenzaremos ese juego otra vez.

Él rio. ¿Por qué rio?

―No le veo lo gracioso ―le dije.

―Deberías ver tu cara. Estás roja, o verde, o azul. Creo que estás morada.

―¿Eso qué significa? ―empezaba a irritarme otra vez.

―Que estás celosa.

―¡Que no!

Jacob se detuvo y volteo, me miró y yo me quedé tranquila ahí tranquila ante su preocupada mirada. Creía que mi voz había salido muy fuerte y que eso había llamado la atención de Jacob, pero, por instinto, me volteo pensando que él miraba otra cosa detrás de mí.

Estaba un señor, de bigote. Me miraba. ¡Me miraba!

―¿Está bien, señorita? ―me preguntó.

Abrí la boca y luego volteé hacia Jacob. De verdad me estaba viendo.

―¿Estás muerto? ―le pregunté torpemente. Enseguida recordé que Jacob también lo estaba viendo. Ese señor no podía estar muerto.

―¿Está bien, señorita? ―repitió. Seguro pensó que estaba loca.

―Es el café ―dijo Jacob, cruzando un brazo por encima de mis hombros. Pude sentirlo.

―¿Café?

―Sí ―contestó Jacob―. Se pone así cuando no encuentra el café como le gusta. ―Y no era mentira. Me encantaba el café cuando estaba viva.

El señor asintió y luego se alejó. Jacob espero a que se hubiere alejado lo suficiente y enseguida se paró frente a mí.

―¿Amber? ―me preguntó.

Con temor, puso sus manos sobre mis hombros. Volví a sentir su cuerpo... O bien sus manos.

―¿Sí?

―¿Por qué puedo tocarte?

Tartamudeé un poco y miré a mi lado a la puerta enrollable que se alzaba. Un joven quedó mirando a Jacob y luego me miró a mí.

―Buenos días ―nos dijo.

¡Nos dijo!

―Buenos días ―respondió Jacob.

Nos dimos media vuelta y seguimos hacia la florería. No hablábamos. Jacob rosaba su brazo con el mío a propósito a cada instante.

―No lo sé ―respondí muy tarde a su pregunta, justo cuando mi lengua se desenvolvió.

Amor O Castigo [AOC #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora