El pasar de los días es muy notorio cuando se está vivo. Cuando no lo estás, todo se vuelve una línea recta. Sin un inicio, sin un fin.
Caminando por una de las calles de Portland, observaba los altos edificios reflejar el sol en sus grandes ventanales. Los cafés abarrotados de personas que buscaban un desayuno rápido antes de irse a sus empleos, de los que sacaban el dinero suficiente para sus necesidades y vanidades. No me quejaría, yo solía ser igual.
Aunque la gente pudiese pasar a través de mí, siempre los esquivaba y miraba para decirles: "¿No ves por dónde caminas, idiota?" cuando sabía que no me oían, no me veían. No significaba ya nada entre los humanos. Ya no más.
Cuando regresé a la tierra pensé que podría comunicarme con ellos de alguna manera. Fue imposible. La gente se aleja de las creencias en fantasmas cada día más, y el "solo fue el viento" toma más fuerza cada vez.
Traté de divertirme, siguiendo a las personas que conocía y observándolas todo el día. Al principio fue divertido porque podía verlos hacer de todo sin ser descubierta, luego se tornó aburrido y frustrante. No importaba lo que viera, jamás podría opinar, molestar, o decir algo al respecto.
Seguí caminando y sentí envidia al ver a una mujer pasear con un niño de la mano. Su cabello largo y rubio ondeaba con el viento. Recordé la sensación de aquello, tan fresca y relajante.
Los autos empezaban a ocupar las calles y los agentes de tránsito hacían su aparición, tal vez presagiando el tráfico de éste día.
Mi madre solía decirme cuando yo era niña, que no importaba lo que uno tuviese por fuera, sino lo que iba en el interior. No le creí en el momento, y seguiría sin hacerlo, pues los humanos continúan fijándose en el exterior de todo. Es necesario morirse para darse cuenta de que el físico que tanto atesoramos, no vale nada en realidad.
―Oh, lo siento ―me disculpé, inútilmente. Sin querer y gracias al lío de mis pensamientos, choqué con alguien que me atravesó sin ningún problema. Por raro que sonase, aún conservaba mis modales.
Me decidí a dejar de deambular como alma en pena y ponerme a trabajar en lo que debía. Busqué inquietamente por todos lados. Algunas calles habían cambiado de nombre y me resultaba algo difícil ubicarme. Solo debía encontrar el lugar que quería y luego podría aparecer ahí sin el más mínimo esfuerzo, pero mientras no conociera a dónde iba, mi... "don" se quedaba ciego.
Encontré la mansión en la que viví por un par de años con Jacob. Un frío recorrió el cuerpo físico que ya no tenía y me volteé. Caminé a la entrada y vi el letrero de venta. Tal vez luego de desalojarlo, no encontraron un comprador para tan grande palacio.
Un hombre salió de la gran casa cuando me dedicaba a pensar en una lista de lugares en los que Jacob podría estar. Hice ademán de agacharme y solté una risa. Vivir como un espíritu se tornaba confuso algunas veces.
―¿Disculpa? ―le dije―. ¿Conoces a Jacob? Jacob Anderson... Vivía aquí...
El sujeto no se inmutó ni un poco. Seguía su caminar hacia el camión.
―¡Hola! ¡Oye, escúchame!
Brinqué a su alrededor sin conseguir nada de su atención. Me resigné y me senté en la vereda.
―Esto será difícil ―me dije a mí misma―. Pero no tanto como ver a Jake a la cara ― murmuré.
Fruncí el ceño. ―¿Podrá verme, Jacob, después de todo?
Todo un año y no había pensado en ello. Me levanté de golpe y comencé a correr sin rumbo fijo. No importaba que cruzara la calle cuando el semáforo estaba en verde, no podría morirme otra vez.
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Amor O Castigo [AOC #1]
Paranormal"Morir, fue solo el inicio de su nueva vida." Amber no se imaginó el giro que daría su vida, y es que despertarse como si nada luego de recibir un tiro en la frente dejaría a cualquiera desorbitado.