𝖋𝖎𝖓𝖆𝖑 𝖆𝖑𝖙𝖊𝖗𝖓𝖆𝖙𝖎𝖛𝖔.

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Al día siguiente, no tenía ganas de nada.

Me levanté, debido a que desperté con una sed inmensa.

Echaba de menos sus-

— ¡Buenos días por la mañana!— Esa voz...

Me giré rápidamente encontrándome con mi cuñada.

No sabía que decir, estaba atónita.

— Búa, Pedri estuvo súper raro cuando llegué a la madrugada. No dejaba de llorar y de decirme que no me fuera.— Se encogió de hombros.

Parecía estar alucinando.

Necesitaba un descanso.

Suspiré cerrando los ojos.

— Esto no es real.— Los volví a abrir viendo la cara de Danielle.

Tenía una mueca de confusión mientras me miraba con la taza de té en la mano.

— Estáis como cabras.— Soltó una carcajada.

Respiré hondo cerrando los ojos nuevamente.

Dejé de escuchar su risa.

Abrí los ojos, viendo que ella seguía ahí. Mirándome como si estuviera loca.

— Tía, ¿estás bien?— Preguntó con una mueca de asco.

— ¿Que...?

— Buenos días.— Saludó Pedri entrando a la cocina.— Joder, ayer llegó esta a la madrugada. No sabes el alivio que tengo.— Dijo mi hermano dándole un beso a mi cuñada.

— Pero...

— Si, lo que vivimos en el aeropuerto fue por tu culpa. Que no nos llamaste para avisarnos que te habían cambiado el horario.— Dijo mi novio entrando a la cocina.

— Lo siento, chicos.— Soltó una risa.

¿Que cojones estaba pasando?

— Danielle...

— Dime...— La interrumpí abrazándola.

Todo había sido una pesadilla.

— No me dejes...

— No te dejo, tranquila...— Rió mientras todos me miraban raro.

«────── « ⋅ʚ♡ɞ⋅ » ──────

— Voy a llorar, esto es muy bonito.— Sollocé apoyándome en el hombro de Fer.

— Shhh, cállate.— Sollocé más al escuchar a mi hermano.

— Los anillos, por favor.— Ordenó el cura.

Sonreí al ver a la pequeña Ainara entrar con una sonrisa al altar y la almohada donde estaban los anillos.

Cuando los entregó, le hice señas con la mano para que viniera a nuestro lado.

— ¿Lo he hecho bien?— Preguntó con nerviosismo.

— Lo has hecho genial, peque.— Fer le dio un beso en la frente a su sobrina.

— Vas guapísima.— Le piropeé a mi sobrina.

— Tú también, tía.— Me abrazó el brazo.

Apoyé mi cabeza sobre la suya sintiendo sus ricitos castaños.

Era una niña preciosa.

Pecas como su madre, ojos miel como su padre, carácter de su madre y humor de su padre. Un poquito de todo.

¿𝐃𝐞 𝐯𝐞𝐫𝐝𝐚𝐝 𝐦𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐚𝐬?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora