Capítulo 10 Clone Wars Parte 3

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Ahsoka estaba en el asiento del copiloto y jugaba con el bebé Hutt, pero su mente estaba en otro lado. Ella recordó su entrenamiento con el maestro Yoda. Él decía que el equilibrio era lo que nos mantenía en pie, y era perder este equilibrio lo que traía problemas.

Esa era una lección que Ahsoka escuchaba a menudo de él, y no era casualidad, porque a pesar de sus habilidades sobresalientes, ella podía ser imprudente y actuar de forma apresurada, desobedeciendo órdenes, para terminar metida en líos luego. Pero esto se podía equilibrar, y ella lo hacía…

Bueno, siempre que no sintiera que se perdería a sí misma por descartar sus emociones y sentimientos a la Fuerza lo hacía, pero todos hacían lo mismo, incluso el maestro Yoda. Ser un Jedi no significaba ser una máquina sin sentimientos, y cada uno de ellos podía, después de ciertos límites, decir que querían descartar o que no. Pero su maestro…

¿Qué equilibrio había en su maestro? ¿Vivía él varias vidas a la vez? Eso no era equilibrio, era un desastre.

Algún tiempo después, llegaron a Tatooine, donde debían entregar al bebé Hutt, y donde su maestro usó sus Estrellas de la Muerte adosadas como plataformas de armas de la vieja nave donde iban, derribando a cuatro cazas que venían a darles alcance. Ahsoka solo podía parpadear. Su maestro le sonrió.

—No todo es malo sobre conocer las cosas que pasarán —dijo su maestro, y Ahsoka se tensó. ¿Tan evidentes eran sus pensamientos? ¿O también podía predecir lo que ella pensaba? Su maestro sonrió, y Ahsoka se tensó.

—Han preparado un comité de bienvenida para nosotros, así que acerquémonos con calma —dijo su maestro descendiendo a treinta kilómetros de su objetivo.

Ellos descendieron en un mar de arena oscura y fría, era de noche en el lugar. Su maestro guio el camino a paso rápido, pues no habían traído nada para tripular.

—Conde Dooku, así que después de un año enviando a su aprendiz a traerme regalos, al fin decidió venir a entregarlos en persona, qué considerado de su parte —dijo su maestro, mientras las sombras de una duna se convertían en un anciano de barba arreglada y porte sabio. Detrás de él estaba Ventress. Ahsoka sacó su sable.

—Ahsoka, tú vigila a su aprendiz, yo me encargo de él —dijo su maestro, y avanzó.

—Skywalker, tan arrogante como siempre, pero si no recuerdo mal, la última vez que luchamos, no pudiste hacer nada en mí contra —dijo el Conde Dooku, tomando su sable, pero sin activarlo. Él y su maestro llegaron a diez metros el uno del otro, con sus sables de luz en sus manos, pero sin hacer ningún movimiento ofensivo o activarlos.

Ahsoka se preocupó un poco al escuchar lo que dijo Dooku sobre su enfrentamiento, pero su maestro desbordaba confianza, y Ahsoka no tenía mucho que hacer, además de vigilar a Ventress que sostenía un sable en su mano, que no era el suyo, quizá uno de repuesto después de que su maestro destruyó los que tenía antes.

—Dooku, la arrogancia es tu pecado, no el mío —dijo su maestro.

—La arrogancia es el pecado de todos los Jedi, y lo sé, porque una vez, yo fui parte de ellos. Skywalker, son corruptos, al igual que la República, y lo sabes, he escuchado de tus constantes luchas en su contra —dijo Dooku, y Ahsoka comprendió por qué no había atacado antes. Esto era más que una emboscada, era una reunión, y su maestro la había aceptado.

Ahsoka estaba aturdida, no había nada de qué hablar con los separatistas, ellos eran los responsables de la guerra…

—La República es corrupta —dijo su maestro y Ahsoka se quedó en shock. Dooku sonrió—. Pero el Consejo Jedi, solo es obstinado, demasiado inflexible, e incluso temeroso del cambio, y esa es una de las razones de esta guerra —dijo su maestro. Dooku no pareció satisfecho. Él negó con la cabeza.

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