Capítulo 16 Padmé

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Padmé respiró hondo. Anakin ya hizo su parte, pensó Padmé para darse ánimos a sí misma. Su tío Ono colocó una mano sobre su hombro. Él intentaba consolarla, pero la verdad era que lucía tan atribulado como ella, pues sobre sus hombros pesaba el haber llevado a su planeta, Rodian, a esta guerra sin sentido.

Padmé no había participado en la decisión que los condenó a todos, porque Palpatine la apartó del camino, pues sin su aprobación, nunca hubiese conseguido arrastrarles a esta locura. Él chantajeó a uno de sus apoyos, amenazando a su familia, y este la traicionó, dando su voto a la guerra.

Sus apoyos confiaron en este senador y votaron a favor de la guerra, condenándoles a todos, y ella no pudo hacer nada más que apartarse mientras todo sucedía, para no parecer una loca radical, en una situación que requería actuar de forma radical, pero nadie lo sabía, pues ella era la única, además de Anakin, que sabía que un Sith psicópata controlaba el Senado. Pero si ella lo decía, sería el final de la orden Jedi y la República, a quienes el psicópata Sith ahora había tomado de rehenes, mientras concluía sus planes, aumentando su poder.

No, pensó Padmé. Palpatine no podía caer como un Sith, o la República sería destruida con él, él debía caer como un político corrupto, junto a todos sus seguidores, y Padmé se preparaba para dar el primer paso en esa dirección en este momento.

Para ello Padmé estaba acompañada de las únicas tres personas a las que podía confiarles su propia vida, y actuarían con la misma resolución que ella, para detener la guerra.

Estos eran el rodiano, Anaconda Farr, al que ella llamaba tío Ono; Bail Organa, senador de Alderaan; y Mon Mothma, senadora de Chandrila.

Padmé tenía otra tres docenas de senadores que apoyaban su causa, pero después de ser traicionada, no podía confiarles nada más que lo esencial de sus planes, y en momentos como este, ella solo podía actuar en el más estricto secreto, sin revelar nada, pues si Palpatine se enteraba, ella ni siquiera llegaría al Senado.

La democracia en la República se perdió con el ascenso de Palpatine, y Padmé era dolorosamente consciente de eso. Ella debía actuar siempre en secreto, conspirando, planeando y esperando, como un vulgar criminal, pues la libertad y la democracia habían sido sustituidas por mafias y intereses económicos.

Padmé entró a su palco de senadora, y observó al Senado discutiendo asuntos inútiles, que solo aportaban recursos a la guerra, mientras traían la miseria y el hambre a la República, todo lo que haría que Palpatine desregularizara leyes y normas, poniendo más poder en sus manos para dar una falsa sensación de haberlo solucionado, pero al final, el problema regresaba aumentado y Palpatine exigía más poder para solucionarlo.

Ahora el Senado debatía la creación de más cruceros, para apoyar la reciente victoria de Anakin sobre los separatistas, que debido a su desastrosa derrota, habían perdido varias flotas, que eran fundamentales para proteger sus rutas de comercio.

—¡Tiene la palabra la senadora Amidala de Naboo! —intervino el vicepresidente del Senado, Mas Amedda, que acompañaba a Palpatine en la plataforma central.

La plataforma donde estaba Padmé se acercó al centro, y junto a ella se movieron los senadores que la apoyarían en esta intervención: Bail Organa, Anaconda Farr y Mon Mothma.

Padmé miró la imitación del teatro de Palpatine, su escenario para convencer a la galaxia de que la democracia nunca podría traerles el orden y que solo dándole todo el poder a él, este llegaría.

—Canciller Supremo, Vicepresidente, senadores, asistentes y a todo el pueblo de la República que observa esta sesión del Senado, les doy mi saludo —dijo Padmé. Algunos asintieron, otros la miraron con enemistad y la mayoría era indiferente—. Senadores, pueblo de la República, sin duda, la discusión de hoy es de gran importancia para nosotros y el futuro de este indeseado conflicto.

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