Jonathan trabajaba a medio tiempo en una clínica veterinaria dos veces por semana. Otras cinco veces hacía igual tiempo en la cafetería de un sujeto bonachón llamado Pepe, y cuatro noches semanales laboraba en un restaurante de lujo donde le habían contratado como mesero más por su apariencia física que por su capacidad, aunque igualmente le exigían perfección por esta última. Llevar estos trabajos a la par que sus otras responsabilidades era una labor agobiante. A veces debía salir de la última clase de la universidad y correr para no llegar tarde al primer trabajo, y luego, cuando coincidía con las noches en el restaurante, ni siquiera podía llegar a la casa a ver cómo estaban su padre y sus hermanitos. Por suerte, se iba tranquilo puesto que sabía que Anne se encargaría de todo lo referente a ellos.
De los tres empleos, el que más disfrutaba era el de la cafetería de Pepe. Y no solo porque Pepe fuera un jefe divertido y amable. No tenía que ser o lucir extremadamente atento ante presumidos y arrogantes clientes, como en el restaurante; ni limpiar excrementos o secreciones de animales mimados, como en la clínica. En la cafetería debía lidiar con clientes comunes, algunos de ellos un tanto difíciles a veces; pero a otros, atenderlos era como lidiar con alguien familiar, puesto que eran habituales a frecuentar el sitio en varios momentos del día. Allí en la cafetería, podía ser él. Se esmeraba en brindar una cordial atención y ello le proporcionaba muy buenas propinas en ocasiones. Y lo mejor, en sábados como aquel, podía llevarse a los gemelos y atender su trabajo mientras ellos se entretenían jugando con sus teléfonos, sentados ante la barra.
Aquella mañana se sentía de buen ánimo a pesar de solo haber dormido unas pocas horas. Se marchó temprano al trabajo y cerca de las diez Anne le llevó a los gemelos. Su padre había salido en busca de empleo, tal y como lo había prometido en la noche. Jonathan les ofreció dos malteadas de chocolate a sus hermanos y siguió sirviendo mesas. El local estaba a tope, como casi siempre. Las veinte mesas estaban ocupadas. Estudiantes enfrascados en sus laptops y bebiendo café; parejas conversando mientras compartían un refresco o una hamburguesa; un par de ancianos que cada mañana iban a desayunar y siempre le preguntaban amablemente por su padre, disfrutando de suculentos platos de huevos revueltos con tocino. Un grupo de muchachas risueñas haciéndose selfies mientras alzaban sus vasos de té helado. Incluso se había hecho una foto con ellas, y tuvo que aclararles que estaba fuera del alcance ya que era gay. Así y todo, una de las chicas le entregó su número de teléfono, por si sentía curiosidad de saber cómo era acostarse con una mujer.
Jonathan atendió a un joven sentado solo a una mesa, que le había pedido una quinta taza de café. Aunque parecía más interesado en captar la atención de Jonathan que en toda la cafeína que llevaba consumiendo desde hacía un buen rato. Jonathan le dedicó una sonrisa amable al preguntarle si deseaba algo más. A ti, creyó ver que le decían los ojos de aquel sujeto mientras negaba con la cabeza luciendo en la boca una sonrisa estúpida. Le dio la espalda y depositó un beso en la cabecita de Nadine y revolvió los cabellos de Nicholas, pero los chicos ni se inmutaron, enfrascados en sus teléfono y ni las copas de malteada las habían tocado:
_ ¿No van a beberse las malteadas?_ preguntó Jonathan arrugando el entrecejo.
_ Sssshhh..._ hizo Nicholas sin mirarlo._ No molestes, Johnny. Nos vas a hacer perder el juego y nos ha costado mucho llegar a este nivel.
Jonathan entornó los ojos y se fue tras el mostrador. A veces le preocupaba sobremanera la pasión de sus hermanos por los videojuegos. Incluso Nadine. Era una niña preciosa, pero no parecía muy entusiasmada con las cosas propias de las niñas. Jonathan rezaba por mantenerse como el único gay entre sus hermanos. No sabía si su padre sería capaz de soportar uno más en la familia. Además, adoraba a sus hermanitos y no aguantaba la idea de que tuvieran que afrontar la intolerancia de la gente por tener una preferencia sexual no convencional. Hacía mucho que había dejado de preocuparle lo que pensara la gente, aunque aún le costaba ignorar los gestos de incomodidad abiertos o solapados cuando se proclamaba homosexual delante de alguien, y no podía contener sus impulsos violentos contra tales personas. Era una de las pocas cosas que Alex y él no tenían en común. Su ex aún parecía tener problemas para auto asumirse.
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EN LOS BRAZOS DE LA BESTIA
RomanceJonathan Doyle soñaba con enamorarse de un hombre que fuera capaz de amarlo también, aunque ya hubiese perdido la ilusión y las esperanzas en el amor luego de que su ex lo abandonara. Por supuesto que David MacMillan, el multimillonario más joven de...