Capítulo 1 - Un joven romántico que escucha canciones de amor

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Jonathan suspiró profundamente y arqueó el cuello mientras se mesaba la espesa negrura que era su cabellera y cerraba los ojos por un momento. Desde el salón llegaban los chillidos de sus hermanitos, concentrados en algún videojuego. Su padre de seguro seguía sentado en el balcón del departamento, con la mitad de una cerveza y la mirada perdida en la oscuridad de la noche. Eran ya las diez y media. Con aire cansado, Jonathan resopló y se levantó de la silla ante el pequeño escritorio arrinconado en la minúscula habitación, entre un estrecho camastro y una litera.

Ahora entablaría una pequeña guerra con sus hermanos, tratando de hacerlos irse a cepillar los dientes, ponerse la ropa de dormir y meterse en la cama. Un par de niños de diez años podían ser todo un reto para cualquier persona, pero no para él, y mucho menos tratándose de sus hermanos. Luego de lidiar con aquel par, pondría menor empeño en hacer lo mismo con su padre.

Desde el fallecimiento de su madre, dos años atrás, su padre no había vuelto a ser el mismo. Parecía que algo en él también había muerto. Por suerte, ya no bebía tanto como en el primer año, pero había perdido el negocio y no hallaba empleo en ninguna parte. Tampoco es que pusiera mucho empeño en encontrarlo. Lo cierto, es que desde hacía dos años, Jonathan se había convertido en el sostén de la familia, y entre los estudios de la universidad, los empleos que podía encontrar para traer dinero a la casa y atender a su padre y a sus hermanos, se sentía como Atlas, el titán griego que llevaba sobre sus espaldas el peso del mundo.

Cerró el ordenador donde había estado haciendo las cuentas de la economía hogareña. Los gemelos necesitaban zapatos y ropa nueva. Tal parecía que estaban creciendo por día. Y debía comprar comida. Las reservas estaban menguando peligrosamente y de nada servía que él apenas se estuviese alimentando, cuando había tres personas más que comían el doble de lo normal. Además quedaban pendientes el pago de la renta, la electricidad, el agua y el teléfono... Jonathan se cubrió el rostro con las manos, ahogando un grito que ansiaba liberar a causa de toda la tensión que le consumía.

Se miró en el espejo de cuerpo entero que colgaba en un rincón de la pared. Era de mediana estatura, moreno, con un físico delgado, aunque atlético por las prácticas de ejercicios en el gimnasio, cuando tenía tiempo para asistir y entrenarse. En palabras de su hermanita Nadine, él era el hombre más guapo del mundo, y aunque nunca se había considerado muy atractivo, Jonathan era consciente de que no pasaba desapercibido para personas de ambos sexos.

Salió de la habitación y la batalla con sus hermanos dio inicio. Nicholas y Nadine tenían diez años, y eran los niños más encantadores que pudiera conocerse... a primera vista. Pasados los primeros quince minutos de deslumbramiento ante aquellos gemelos angelicales de expresivos ojos aceitunados y cándidas sonrisas, cualquiera cambiaba de inmediato de opinión respecto a ellos y empezaba a verlos de cualquier otra forma, menos angelicales.

La única que parecía sentir verdadera adoración por los gemelos, era Anne, o la tía Anne, como la llamaban los niños.

Tras la muerte de su madre, con todos los gastos médicos sufridos a raíz de la penosa enfermedad que se las había arrebatado, y con su padre en crisis depresiva y sin trabajo, el banco terminó ejecutando las hipotecas de la casa y el negocio familiar, y se habían visto forzados a mudarse a un pequeño piso, donde habían conocido a Anne, la agradable casera que de inmediato se conmovió con aquella familia rota por la pérdida y el dolor. En ella, Jonathan había encontrado una aliada, una amiga, alguien dispuesta a escucharlo cuando se sentía agobiado por no saber cómo sacar adelante a las tres personas más importantes que le quedaban en el mundo.

EN LOS BRAZOS DE LA BESTIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora