Prólogo.

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«Una promesa es una promesa.»

Esas eran las palabras que papá solía decirme, para él su honor estaba en nunca fallar. Y me lo inculcó a mí. Por esa razón estaba en un lío ahora mismo.

—¡Mueve tu culo! —exclamó Margarita desde el auto tocando la bocina. Rodeé los ojos, vaya lengua. Me aseguré de cerrar bien las puertas de mi departamento antes de trotar al vehículo.

—Me estoy arrepintiendo. —dije abrochándome el cinturón de seguridad.

—Yo también... —murmuró mirando mi atuendo.

Puso el auto en marcha. Llegamos al club y entramos fácilmente, ella tenía contactos. Mientras caminábamos a la pista me tropecé por lo menos tres veces, no podía mirar nada.

—Mierda. —dije cuando volví a tropezar, está vez caí al suelo aunque me levanté rápidamente.

—Ahí están los chicos. —Margarita me tomó del antebrazo para arrastrarme a aquella mesa.


Una hora después estaba tan aburrida que casi me quedaba dormida, yo no sirvo para las fiestas. Estaba sola en la mesa, todos bailaban alegremente.

«¿Dónde quedé yo?»

Resignada a que no debería estar ahí llamé a un taxi mientras salía del club.



—¡Eres increíble! —en otro contexto hubiera sonreído, pero esas dos palabras estaban cargadas de sarcasmo. —¡Me abandonaste! ¿Qué pasó con eso de cumplir promesas? —exclamó mi amiga.

—No te abandoné, estabas con Aleho y no rompí mi promesa.

—¿Qué no? ¡Te fuiste!

—Yo prometí que saldríamos, y lo hicimos, nunca dije que iba a bailar y eso. —me excusé, sabía que era una tontería.

—¡No me lo puedo creer! Sería bueno que dejaras de tragarte los libros y vivir tu juventud. —y con eso último me colgó. Suspiré.

«Nunca prometas nada si no estás dispuesta a cumplir.»

Estrellas Rotas || Juan Pablo IsazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora