No quiero tu amistad.

127 10 10
                                    

A veces, Margarita se ponía en una actitud insoportable y yo no sabía porqué le seguía la cuerda, no pensaba, sólo actuaba, lo cual me recuerda las discusiones que solía tener con mamá por impulso.

«Prometo abrirme a cosas divertidas y nuevas.»

Fueron las palabras que dije con las que se quedó más tranquila, ella en serio se preocupa por mi futuro o realmente le gusta fastidiarme. No sabía cual de las dos era la respuesta.

«Tu palabra es sagrada, cúmplela. Y nada de trucos, Ana Paula. O no me busques más y en definitiva, no tendrás amigos.»

Margarita no me lo ponía nada fácil con su actitud.



Salí del trabajo y caminé a casa, en cuatro días empezaba el mes de junio y con ello mi promesa. Debía llegar a julio saliendo a lugares, dejando de lado las preocupaciones y sin decir no.

No parecía algo difícil, pero yo me había vuelto una persona insegura, tímida y sobre todo, cerrada. Hay momentos en la vida que te marcan, que te cambian.

Las calles de Bogotá estaban solitarias, lo cual me pareció un poco raro, normalmente a estas horas los estudiantes caminaban a sus hogares, y los locales estaban llenos de gente. Doblé en la esquina para acortar camino atravesando el parque, los niños jugaban en los columpios y corrían por todos lados. Las mamás cuidaban a sus hijos sentadas desde las bancas. Salí del área del parque y cuando puse un pie en la acera me doble hacia abajo.

«¿Qué demonios?»

Por instinto mis manos viajaron a mi cabeza apretando el lugar que me dolía, masajeé un poco mientras me enderezaba.

—¡Maldición, lo siento! —exclamó alguien a quien sólo le mire los tenis negros ya que mantenía mi cabeza baja. — ¡Oliver, ven aquí y discúlpate con la muchacha! —exclamó el chico.

—Auch. —dije levantando la cabeza, encontrándome con unos ojos café llenos de curiosidad.

—¿Estás bien? ¿Te dio muy fuerte?

—Estoy bien... —repuse con la intención de alejarme, que momento tan embarazoso. Un platillo volador me había dado en la coronilla.

—No quise golpearte. —dijo un pequeño pelinegro recogiendo el platillo. —Perdona. —después hecho a correr gritando «Mía, espérame.»

—¿Segura estás bien? —preguntó el chico, ni lo miré, pero asentí y di vuelta para alejarme. Miré a mi alrededor mientras avanzaba por la acera, pero no había nadie, sentí la vista de alguien sobre mí pero no vi a nadie mirándome. Miré sobre mi hombro, el chico me seguía mirando. Pasó una mano por su cabello negro antes de darse vuelta, centré mi vista al frente.

Estrellas Rotas || Juan Pablo IsazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora