Han pasado semanas desde el oscuro suceso con Luz, y las visitas de aquel que desmoronó mi mundo se hacían cada vez más frecuentes. La cabaña, que una vez fue un refugio inhóspito, comenzaba a adquirir un aire más hogareño para mí. Jeff seguía siendo un enigma, distante en su actitud pero acciones demostraban lo contrario, siempre dejaba algo en la cabaña, procurando que yo lo encontrara.
Mientras continuaba curando con lo que podía mis heridas de aquel día y lidiando con mi confusión sobre quién era y por qué Jeff se había cruzado en mi camino, una pregunta seguía vivida en mi cabeza. ¿Era yo una especie de broma de mal gusto, el resultado de algún experimento incestuoso o simplemente el producto de la imaginación retorcida de alguien?
Mi mente daba vueltas una y otra vez, pero la verdad parecía elusiva. Dudaba en preguntarle a Jeff, porque, como bien sabía, las respuestas que buscaba podrían no modularse con facilidad. Jeff, por su parte, seguía siendo un enigma. Su mirada siempre esquiva y su presencia perturbadora, aun no lograba estar tranquila frente a su figura.
La cabaña se había convertido en un extraño punto de encuentro entre dos almas, una de ellas atormentada y el otro siendo el que lo ocasiona. A pesar de su siniestra reputación, esta cabaña era ahora un lugar donde coexistíamos en una especie de tregua frágil la cual estaba tardando de perturbarse.
En una noche más silenciosa de lo normal, después de aproximadamente tres meses, decidí salir. Necesitaba ropa, implementos de aseo y todo lo que una persona necesita para poder sobrevivir. La idea de tener que volver adentrarme por aquel camino con frondosos árboles me llenaba de ansiedad. Aquel lugar estaba impregnado de recuerdos de mi casi muerte, fue en ese lugar donde mi vida había dado un giro oscuro y retorcido gracias a aquellas revelaciones.
Miré hacia el orfanato con nostalgia desde la distancia. A pesar de todo lo que había sucedido, seguía siendo el lugar donde pase la mayor parte de mi corta vida y, de alguna manera, lo consideraba mi hogar hasta que todo se vino abajo. Sabía que debía entrar, porque era el único lugar donde podría encontrar algunas de las cosas que necesitaba. Pero el mero pensamiento de regresar por ese camino lleno de recuerdos de mi casi muerte me helaba.
Con pasos sigilosos, me adentré en el patio trasero del orfanato. Busqué la enredadera que cubría la antigua y gastada muralla para comenzar a trepar. Poco después, divisé la que solía ser la ventana de mi antigua habitación, mi refugio, mi antiguo yo. Con movimientos cuidadosos, logré abrir la ventana y entrar.
El cuarto yacía en la oscuridad y el abandono, empapado de recuerdos que pesaban en el aire. Mi respiración se volvió más rápida mientras recorría la habitación desierta en busca de algunas de mis pertenencias, los recuerdos pesaban sobre mí como un saco de cemento sobre mis hombros. Sabía que debía hacerlo, mis manos temblaban, a pesar del dolor que esos objetos podrían evocar era eso o seguir sin nada.
Cuando estaba a punto de terminar y recoger las últimas cosas que necesitaba, sentí una brisa familiar, pero ahora era mucho más siniestra y helada. Luz se había percatado de mi presencia. La tensión en el aire se volvió palpable, y supe que sino me iba ya volvería a suceder lo de aquel día.
ESTÁS LEYENDO
Las sombras del atisbo.
AcakVivo un desgarrador dilema entre lo que soy y lo que debería ser. El tormento de mi verdadero yo.