MEMORIAS 11

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El chillido de los metales se escuchó y cuchillo de la cocina se rompió. Sacó su espada de la cintura con sus primeros deseos de enfrentarse a la parca. Federico no era capaz de predecir sus movimientos. Esa forma de moverse lo había aprendido de Rebeca. No conocía a otro niño que cambiara de posición en cuestiones de segundo. Era cierto, no podía esperar menos del niño seleccionado por su suegro. Se divertía como crujían los dientes por desespero, pero no vacilaba al agitar su hoja en defensa de los necesitados. Las ofensas que le dedicó pusieron al rey muy molesto. Muy bueno, pero su lengua estaba muy suelta. Federico se percató muy tarde que eso era lo que buscaba. El pequeño Saiya quería sacarlo de su diversión porque para el soldado los combates debían de ser un juicio final. 
Muñeca le ayudó con su resistencia disparando a su mano para que soltara la espada. A pesar de dolerle las heridas, pudo darle la ventaja. Le devolvía la amabilidad que él le había ofrecido. Si vivía, esperaba poder verle vivo.
Inmune al dolor, con un agujero en su mano agarró la pistola escondida en su pantalón. Ya no tenía sentido que ese niño siguiera viviendo, era un peligro. La cortada en las costillas era una prueba, sin embargo, haría lo mismo que hizo con su hija. Al principio de las torturas, creer que iba a morir le dio la resistencia necesaria para sobrevivir. El rey le confío el entrenamiento, por eso, empezaría a cambiarle la mentalidad.
Raciro no podía dejar que Allen muriera a balazos. Las dos primeras solo le habían rozado.

¿Lo hacía en serio o simplemente era un juego?

Era un cobarde por quedarse sentado sin hacer nada. Por muchos estudios, nunca aprendió a suprimir el miedo. Era su misión, pero no podía proteger a los dos.

¿A quién proteger primero?

–Salvarle Raciro–Muñeca le pidió al despertar–Yo estoy bien, Allen no puede morir. Por favor.

–Le salvaré, pero no me tengas rencor en un futuro si debo matar a tu padre–la dejaba en el suelo.

–No le matarás, le mataré yo con mi pistola.

Raciro se levantó con la hoja partida del cuchillo en mano. Confiaba que pronto alguien llegaría y los tres pudieran salir ilesos. Con su buena puntería le lanzó la mitad puntiaguda por la barriga al cubrirle las espadas. Ese gesto cumplió con el favor que Rebeca le había pedido. Allen estaba impactado, jamás había visto alguien morir muy cerca de sus pies. Cargar con su brazo herido a Raciro mientras se apoyaba de su pierna herida no fue tarea fácil, más debía de llevarlo a un lugar seguro. 

– ¿Dónde están? –Federico rabioso como un perro buscaba a los niños sacando la hoja a sangre fría. El dolor de perder tanta sangre se igualaba a la furia interna de tener enemigos tan pequeños.

– ¿Quereis saber dónde están? –Susana se presentaba con una sonrisa coqueta orgullosa de no tener que pasar por la miserable vida de su hermana–Puedo decios si me reconoces como hija.

– ¿Quién eres?

–No me sorprende que no lo sepas. Soy tu primera hija, Susana.

–Debería matarte para que no vuelvas a pisar mis terrenos.

– ¿Y dejar que siga la diversión con mi hermanita? Puedo guardar silencio si me complaces. De lo contrario, puedo dejar que Rebeca te mate. Está detrás de ti.

Debía de reconocer que para ser sus propias hijas le ganaron en batalla. Susana lo apuñaló por la espalda para que le quedara un recuerdo suyo mientras Rebeca le disparaba las veces que se sintiera satisfecha. Cuando recuerda aquel día continúa su duda de por qué no lo mató en ese momento. Sin embargo, nunca olvidaría con que frialdad le iba a disparar de no ser porque Allen le detuvo. Por primera vez vió como lo abrazaba cuando no debería ser vulnerable a nada.
La mujer que visitaba ese palacio, detuvo de un golpe al Maestro inglés. No le quitaría la oportunidad de ver como sus dos hijas se declaraban la muerte con la mirada. Susana se marchó, se sentía complacida de lo que había hecho. En cambio, Rebeca y Allen se apresuraron a salvar a Raciro. Felices y a salvos, en un cuarto de tantas habitaciones que tiene un castillo, se permitió golpearlo sin matarlo.

–Se percataron muy tarde que Allen había escapado de casa. ¿No lo crees? Sabes, esto del karma suena interesante. Maestro inglés y Donato, un equipo perfecto. ¿Os gusta la actitud de mi hija? Un descanso para que me respondas.

– ¿Tu hija? ¿Se siente en honor de nombrarla así? –se levantaba del suelo en postura de caballero listo para frenar los próximos golpes. El vestido a las rodillas le permitía con facilidad levantar sus piernas en veloces y fuertes patadas.

–No niego que mi madre nunca me atendió, quizás por eso nunca sentí amor por esa niña. Sin embargo, me siento orgullosa. Es una princesa digna de llevar mi corona.

– ¿Tu corona? –violó las reglas de no pegarle a una mujer como caballero, pero entre asesinos, esas reglas no existían.

–Aunque mi padre no quiera dejarme el reino, su nieta lo hará. Siempre se lo he dicho. Recuerda que eres una princesa. Pase lo que pase, digan lo que digan, jamás debes de bajar tu cabeza.

–Lo ha hecho.

–No me molesta que sienta algo por ese niño. Eso significa que todavía quedan nuevos sentimientos por descubrir. Federico quería volverla una cáscara vacía. Ya la vez, no lo consiguió.

– ¿Dejará morir a tu esposo?

– ¿Esposo? Nunca me he casado con él. Si de verdad cree en el destino, sabrá lo que siente su hija cuando le da latigazos. Maestro, le voy a complacer. Llevaré a esos niños a donde ustedes quieren que los lleve. No será tan fácil, por supuesto.

– ¿Le gustan los desafíos? 

–Cuando la salven, veamos cómo interactúan con su personalidad. Dejaré que se la lleven cuando la encuentren. Rebeca necesita un cambio de aire.

– ¿Quiere que nosotros terminemos lo que ustedes empezaron?

–No exactamente. Se empeñan en salvarla físicamente, pero quiero ver que la salven emocionalmente. Hagamos un trato.

– ¿Qué trato?

–Si logran sacarla del asesinato no volveré a intervenir en su vida. Olvidaré que tuve hijas en algún momento. Si no lo logran, no será mi culpa si ella los mata a ustedes.

Aquella mujer que no se comparaba a una madre, se alegró de ver a Rebeca discutir. La vida a sus ojos perdidos regresó, ese dolor que la deterioraba por dentro había desaparecido. Cumplió su promesa en llevarse a los niños secuestrados en la noche. Deseosa, esperaría con paciencia para retirarse porque estaba segura que iría. No se manchaba las manos en la matanza, pero si quería verle bajo tierra. Algo que nunca se cumplió al menos que lo hiciera ella misma. 

LA NIEVE SIN VIDA LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora